Se juntaron escuchando a Viviana Canosa y conectándose en las redes por lo mensajes de odio y ese micromundo que empieza a generarse entre aquellos que suelen darle mucha rosca a las cosas.

Y cuando se decidieron, el análisis de la realidad estaba tan trastocado que imaginaron un escenario alejadísimo al que se enfrentan.

Hugo Alconada Mon narró en La Nación algunas escenas del encierro que afronta Sabag Montiel, que lo muestran fuera de espacio:

"-Quedate tranquilo-, respondió cuando le intentaron explicarle su complejo cuadro penal-. Todo va salir bien.

-¿Cómo es eso?

-Voy a terminar sobreseído por aclamación popular –replicó-. Cuando los fiscales comprendan que lo que hice servirá para que Cristina [Fernández de Kirchner] termine condenada, me van a venir a aplaudir. Acordate.

Sabag Montiel, en efecto, confía en que jamás llegarán a condenarlo. “La gente me sacará en andas”, dijo, convencidísimo, sin que su rostro deslizara una mueca de ironía."

Y sin entender el funcionamiento de la Justicia, sino guiándose por la sensación de estar viviendo una asolada, hizo un pedido extravagante:

"Desaliñado, marginal, errático, narcisista, con tatuajes de la mitología vikinga –“Thor”, afirman algunos- y neonazis que recuerdan los símbolos que difunde la filial argentina de la organización Atom-Waffen en sus afiches y mensajes, Sabag Montiel todavía se presenta como “remisero” y “vendedor de algodones de azúcar”.

Así se refirió a sí mismo cuando la jueza federal María Eugenia Capuchetti estaba por indagarlo. Sabag Montiel dejó claro que Hermida no era quien él quería allí. “Yo no quiero a este defensor”, le dijo a la magistrada. “Yo quiero a Luciani”.

El silencio dominó la audiencia durante unos segundos, hasta que le explicaron que Diego Luciani no se ocupa de defender, sino de acusar. Pero en los días que siguieron al alegato del fiscal federal en la “causa Vialidad”, con Cristina Fernández de Kirchner en el banquillo de los acusados, Sabag Montiel ignoró la explicación.

“Quiero a Luciani”, insistió."