Una amiga me vino a contar cómo la había pasado con un chico y que había tenido un problema, le había dado vergüenza contar durante el garche lo que le pasaba con el garche. Hombres que van en automático y chicas que no saben cómo y cuándo buscar el lugar correcto para decir que eso no y que eso otro tampoco. Cada quien, y sobre todo las mujeres ya que tenemos algunos cuantos puntitos erógenos más, le gusta o no este u otro tipo de cosa.

Hay tantas sexualidades como personas en el mundo y entrar en automático siempre tiene fallas que pueden ir desde la incomodidad hasta el dolor. Y de esos lugares es difícil volver a conectar, a menos que se charle de eso en el medio. Es que lo importante es HABLAR. Por qué nos da tanta vergüenza dialogar de algo que está sucediendo, por qué nos da más pudor charlar sobre cómo querés que te chupe la concha que de chupar una. Bueno, sí, muchos saben la razón, no descubro América al decir que la religión y el poder que da el control de nuestra sexualidad presionan y son los principales responsables de que nos cueste tanto aceptar que nos gusta coger y que nada malo hay en eso.

El tema es que cuando le plantee la idea de hablarlo, ella me dijo que le daba miedo, que sentía que no estaba respetando su masculinidad exigiéndole cosas, que las relaciones sexuales se supone que tienen que ser así. Y ahí me indigné pero entendí el punto, las mujeres aún no nos damos cuenta del poder que tenemos. Y no me refiero al poder sobre el otro sino sobre nosotras mismas. Hoy podemos exigir y querer que nos complazcan, que la relación no sea solo (y siempre) meta y ponga, meta y ponga y final en la cara.

Hay otras maneras y si nos gusta de otra manera, podemos y debemos decirlo. Porque si el tipo está en automático y sentís que para sacarlo de ahí se necesita autoridad para hacerlo, qué mejor autoridad que una misma. Si bien ellos accionan y van como les enseñó su padre, su madre, la tele y el porno, vos también vas. Y eso hay que incorporarlo. No es fácil, nunca lo es. Porque hay que plantarse, porque cuando una está desnuda frente a un desconocido o apenas conocido, se siente desprotegida. Y no es paranoia, es miedo del real. Tenemos una historia (y un presente) que nos cuenta que si el hombre quiere cualquier cosa que quiera, gracias a su rol social y su fuerza, puede conseguirlo. Que nosotras si decimos lo que nos gusta o cómo, somos putas. Si nos sentimos atraídas por alguien pero no queremos coger y nos damos cuenta ahí, en tetas, en el antes, somos histéricas y tenemos que coger igual, sin ganas y hasta a veces con algo de miedo.

Mientras él le pedía que le de una manito porque no había acabado, mi amiga sólo quería irse a su casa. Mientras él le exigía que termine lo que empezó, ella pensaba en la ducha y en su cama. “Yo no le dije nada porque esas situaciones me dan pánico. No era mi casa, imaginate que me quiere encerrar o algo. Yo no quería coger más, pero bueno, lo ayudé medio mirando para otro lado, acabó y ya. Obvio que yo no”.

Callamos por miedo o por inseguridad, creemos que nuestro orgasmo no importa tanto, que decirlo es meternos en un terreno incómodo. Porque no solo nadie les enseñó a ellos a preguntarnos, sino que nadie nos enseña a nosotras a hablar lo suficientemente fuerte. 

Dibujo: regardscoupables.