Por más que obliguen a niños a gritar que sí, que se puede, la realidad indica que no. Que no se puede. Que la inflación no cede, que la economía no crece, que no se genera empleo, que no abren fábricas y que las economías regionales no se recuperan. Por más que los medios hegemónicos y el Poder Judicial hagan un esfuerzo titánico para saturar la realidad de causas judiciales vinculadas al gobierno que se fue, no se puede. La realidad está ahí.

El vergonzoso acto del Día de la Bandera protagonizado por el presidente de la Nación Mauricio Macri es una postal de la realidad. Mientras se obliga a unos pocos a gritar “Si, se puede” para que ese mensaje sea amplificado por los cientos de medios oficialistas, la realidad detrás de las vallas que aíslan al hombre a cargo del Poder Ejecutivo demuestran que no se puede.  El hambre que crece, la protesta que no se calla y la represión como única respuesta.

Mientras esos niños que sostienen globos y gritan sin entusiasmo “Si, se puede”, del otro lado de la valla hay miles que ya no pueden. No pueden  pagar las nuevas tarifas, conseguir trabajo, llevar el jornal a su casa o comer todos los días. Por más que la maestra los haya hecho ensayar a sus alumnos el grito no tiene alma.

El “Si, se puede” impuesto por un consultor ecuatoriano y robado de una campaña presidencial estadounidense nada tiene que ver con la bandera, ni con Manuel Belgrano- su creador- ni con esta Patria. Quizá por eso suena vacío. Por eso y porque ellos -que les toca gobernar – siempre pudieron.  No conocen la angustia de quedarse sin trabajo, no saben de temores a perder la casa o a no poder pagar el alquiler. Ellos siempre pudieron. Pero la realidad está ahí, y no se pude.

Por más que las maestras miren fijo y amenazantes a los alumnos para que no dejen en evidencia al Presidente. Por más que Macri intente llenar de contenido su discurso. No se puede. Por más que los niños obligados griten lo contrario en la coreografía montada  para los medios. Ya no se puede.  Por más que este sea el gobierno de los medios y los medios sean, casi en su totalidad, partidarios del gobierno.

El slogan de campaña se hizo programa gobierno. Por más que las voces sean de niños el grito no enternece. Porque la realidad está ahí y marca que la inflación es del  42%, que el promedio de suba salarial apenas supera el 30, que los mercados exigen una nueva devaluación, que  las empresas – las grandes y las PyMEs,  no piensan aumentar su personal durante este año, que el segundo semestre ya llegó y que diciembre – un mes casi siempre violento para la Argentina – ya comienza a aparecer en el horizonte.

El “Si, se puede”  vociferado a regañadientes por niños inocentes es la voz de las mineras que ya no pagan retenciones, de los sojeros que exprimen el suelo hasta matarlo y no pagan retenciones, de las empresas de servicios que volvieron a maximizar sus ganancias sin invertir, de los bancos que volvieron a tener pingues ganancias y de  la patria financiera que logró una rentabilidad inédita en el mundo.

La relación  promiscua entre medios hegemónicos, el Poder Judicial y el Ejecutivo logra llenar la tapa de los diarios y los principales títulos de los portales con denuncias de corrupción. Busca distraer pero también busca enterrar para siempre al kirchnerismo.

Así las cosas, los que gritan y los que oyen tendrán que entender que ese “Si, se puede” no tiene que ver con aquella posibilidad prometida en campaña de “vivir mejor” sino con desterrar de la arena política al proyecto que gobernó la Argentina durante 12 años.  Al kirchnerismo lo condenarán por sus virtudes y no por sus pecados. No molesta la corrupción, sino la confrontación con los poderes fácticos. Ni tampoco molestan las formas, como han predicado, sino el fondo.

Mientras los procesamientos contra ex funcionarios siguen apareciendo, muchos de los que antes podían hoy ya no pueden, y los que no podían ya ni sueñan con poder. Sin embargo, obligados y a coro los niños siguen gritando que sí, que se  puede. Pero la realidad está ahí y ya no se puede.