Me quebré. En un momento dado en el taller de las putas me quebré. Habló una chica y dijo que cuando se prostituyó por primera vez le hubiera sido muy útil un taller así, que saber que no estaba sola le hubiera salvado un poco la vida. Ahí sentí un click en mi cabeza. Uno de esos que no tienen vuelta atrás porque pensaba, sabés lo hermoso que hubiera sido en nuestra adolescencia tener talleres y feminismo que nos quiten fantasmas, que nos hagan sentir que nuestra sexualidad, tan desconocida, tan castigada y coartada, existe y no está mal. Que podemos hacernos cargo de ella, tanto que hasta si queremos, le podemos poner precio. A mi, y calculo que a muchas, me costó mucho formar mi deseo, entenderlo, darle lugar, no creer que era sucia o que valía poco porque tenía ganas de coger. Y si bien el feminismo me cagó la vida para bien, me agarró de grandecita. A mis veintisiete, cuando ya muchas de esas dudas se habían resuelto en mi cabeza, cuando ya habían bocha de cosas que tenía atadas con doble nudo y guardadas en algún cajón difícil de encontrar. 

El taller de las putas, que el año pasado arrancó en el Encuentro Nacional de Mujeres por primera vez ya que siempre la mirada dentro del ENM fue oficialmente abolicionista, este año tuvo más de cuatro comisiones en donde se trató, discutió y debatió la situación de las trabajadoras sexuales y la necesidad de abolir el código contravencional de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y su artículo 81, que da libertad a la policía para castigar y hostigar a las putas, que son mujeres y que tienen derechos. Parece una taradez decirlo, ¿no? Pero hay que hacerlo, aclararlo y militarlo. 

¿Hay acaso alguna palabra más fuerte, contundente y adoctrinadora que puta? Yo me acuerdo de lo importante que era para mi de chiquita que nadie piense que era una trola, yo me acuerdo de lo mucho que esa palabra primaba sobre mi sexualidad y mi deseo. Yo me acuerdo controlándome, calmándome, no entendiendo qué le pasa a mi cuerpo, gustando de un chico, de otro, de dos a la vez, ¡DE UNA CHICA! Qué horror, qué espanto. 

Me rompí, empecé a llorar y no pude parar, me tuve que ir a un rincón a moquear tranquila. De ninguna manera quería frenarme, ese llanto era liberador, bisagra, en ese llanto estaban todas mis dudas de adolescente, mis temores y confusiones que mi mamá no supo calmar y que mi papá, con sus consejos de cuidado, empeoró. "Vos podés quedar embarazada, te tenés que cuidar más que los hombres. Tenés que hacer que te respeten". Tenés que hacer. Como si por el simple hecho de nacer mujer ya venimos con la barrita del respeto vacía y hay que llenarla. 

El Nacional fue el colegio en el que estaban varios talleres que me interesaban. Cuerpos gordxs era otro. Fui temprano, es la primera vez que ese taller tiene espacio en la grilla del Encuentro, les costó mucho a las gordas conseguir ese lugar, la organización del Encuentro consideraba a la gordura como una cosa más, no como una problemática autónoma ni como una categoría. Y ahí estaban las gordas, emocionadas con el debate, con tener por primera vez un espacio para charlar de sus cosas, un lugar en donde organizarse, hacer catarsis, hablar de sus difíciles infancias llenas de odiarse a si mismas, porque si hay algo que este mundo les enseña a las gordas es a odiarse o es, al menos, lo que busca que aprendan. Las rebeldes, las insurrectas, las gordas organizadas ya están hartas del látigo y asoman la cabeza, levantan la voz y se ponen remeras cortas porque además de no taparse, mostrar los rollos es una manera de cagarse en tu prejuicio. 

Ya vimos (?) que puta es una de las palabras más contundentes y aleccionadora que existe en el universo de las minas, ¿y gorda? ¿No es también lo más terrible y contra lo que luchamos todas sin importar clase, peso o edad? Durante toda nuestra vida creemos, y tenemos razones suficientes, que nuestro peso habla de quienes somos, que si estamos gordas nadie nos va a querer, que si sos mujer y estás "pasada" de peso tus opciones de amor propio y ajeno son menores. ¿Les pasa a los hombres también? Sí. Todos y todas sufrimos a la gordura como un ítem, pero piensen que el chabón puede tocar bien la guitarra y la zafa. Que la apariencia está directamente ligada a la mujer, que el sistema de salud y las dietas están dirigidas a las mujeres, que los maquillajes y la moda también. Que siempre que hay una situación de desigualdad y hay hombres y hay mujeres, somos las más perjudicadas.

Ser mina y ser gorda en este mundo es un pasaje a la tristeza, pero si a eso le agregás ser puta ufff mamita qué combo. Gorda y puta, esas dos palabras que estos talleres toman y reutilizan, que llevan como bandera y buscan nada más y nada menos que derechos, son las que quiero y busco militar. Porque no hay nada más hermoso que reconciliarse con una, porque no hay nada más liberador que perder el miedo y ganar confianza. 

Yo sé que hoy mi papá no me diría lo mismo, porque el respeto no es algo que las mujeres debemos ganarnos, es algo que merecemos, al igual que ellos, sólo que a muchos de ellos eso parece nadie habérselo dicho. 

El Encuentro Nacional de Mujeres tiene 32 años. Mi edad. Y recién hace muy poco, así como el feminismo, me cambió la vida. Ayer, en el medio de la emoción por estar en Chaco escuchando y presenciando todo eso, tuiteé: "EL ENCUENTRO ES ESPECTACULAR. SI PUEDEN VENGAN". Y lo repito acá. Vayan al del año que viene. Háganse el favorazo. Hoy miles de jóvenes se dejan en paz gracias a todas estas mujeres que insistieron por esta revolución que tiene, para mi, cara de mujer, de puta y de gorda.