Me propuse escribir algo sobre la legalización del aborto en nuestro país. Después de empezar a redactar la nota me di cuenta de que estoy algo engripada y que lo que escribí no suma demasiado, pero ya está (?) así que acá va. 

Ya se dijo de todo. Quienes queremos la legalización del aborto ya dijimos muchas cosas, todo el tiempo, todos los días. Nos peleamos con providas que nos dicen asesinas por querer preservar el cuerpo de la mujer, ese cuerpo tan maltratado, violado, lastimado y subestimado por esta sociedad machista. Nos dicen asesinas por pretender la autonomía de nuestros cuerpos, por querer tomar las riendas de nuestra vida y decidir si queremos o no pasar por un embarazo no deseado. 

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Me acuerdo que durante el último Encuentro Nacional de Mujeres que se realizó en Rosario vi por primera vez un "debate" respecto al aborto. En los encuentros hay distintos talleres, muchísimos, de temáticas súper variadas que nos tocan de cerca. Hay uno sobre la legalización del aborto que se supone que sirve para charlar sobre políticas que se deben exigir, movidas y campañas para concientizar sobre la importancia de que el Estado proteja la vida de las mujeres gestantes que quieren dejar de serlo. Pero no pasa nada de eso porque se infiltran siempre una, dos o tres mujeres pro vida que se sientan en silencio, piden la palabra, dicen que somos todas asesinas, empiezan los gritos y todo se desvirtúa a niveles insospechados. Gritos, cánticos furiosos en la cara de cada una de estas señoras religiosas. Ellas, estoicas, con un rosario en la mano, miran para adelante y calladas continúan ahí, sin hacer nada más que estar, como si controlaran la charla, como si creyeran que son capaces de detener a esta furia feminista que busca salvarnos a través de la lucha democrática. 

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Una amiga se hizo un aborto hace algunos años y la pasó horrible. Es de clase media, pudo comprarse las pastillas, por supuesto después de que varios empleados farmacéuticos se negaran a vendérsela, pero pudo. Pudo hacerlo en su casa, con su mamá que la acompañó (el chabón no) durante todo el proceso. Pudo tener una cama para descansar y contención para calmar los dolores. Pudo también darse cuenta de lo privilegiada que era porque salió viva de ahí. Porque sabía que si se complicaba tenía todas las herramientas para no morir. Y aunque fue doloroso y traumático, también sabía que ese aborto no le cagaría la existencia. No haría de su cabeza una tortura, la culpa que nos quieren adjudicar por hacernos cargo solas de una situación así no iba a generarle más daño del que ya pasaría. Mi amiga, después de hacerse ese aborto, se volvió una luchadora por la causa. Entendió que ella está viva por esa casualidad que hace que nazcas en una clase y no en otra.

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Hay una nota de mi sitio favorito de divulgación científica de El gato y la caja que siempre cito cuando hablo de estos temas porque me parece brillante. La nota entera está acá, pero en resumen (?) cuentan cómo la ciencia empareja abortar antes del tercer mes con sacarse un moco o rascarse el codo. Me encanta esa comparación porque le hace pito catalán a la moralidad del debate y te canta la posta sin muchas vueltas. 

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Un argumento de la señorita Malena Pichot también sirve a la hora de refutar eso de que somos asesinas mata bebés. "Ustedes, providas, ¿qué opinan sobre los embriones congelados?". Pregunta que nadie responde. Hay más de 600.000 embriones congelados sólo en Estados Unidos. La mayoría de ellos no van a ser utilizados, no van a prender o se van a perder en el camino. Pero ahí están, prontos a ser bebitos, aunque los y las provida dirán que ya son bebitos, ¿no? ¿O EN ESTE CASO NO PERO EN EL OTRO SÍ? 

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Ayer el Gobierno lanzó una aplicación para poder peregrinar a Luján y yo pensaba, qué bronca, ¿no? Ser parte de un país tan católico que no solo lo es sino que pretende obligarte a serlo, a seguir su doctrina, a ser parte de algo que no queremos ser parte. Siempre me imagino esta secuencia: yo frente a una católica, ¿quién tiene menos derechos? Yo, por supuesto. 

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Quienes militamos el derecho a decidir militamos una idea que es tan clara, tan justa y tan hermosa que no tiene refutación alguna: legalizar el aborto no te obliga a abortar sino que permite que las 600 mil mujeres de nuestro país que se hacen un aborto por año, estén protegidas y no mueran o se desangren en el camino. Cabe destacar que de esas 600 mil mujeres, 53 mil terminan hospitalizadas por complicaciones, hemorragias o desconocimiento del proceso. 

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En Uruguay se legalizó y funciona bárbaro pues se redujeron a cero las muertes de mujeres por esta cuestión. Por favor. Qué país hermoso. 

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Vos podés estar en contra, podés pensar que hacerse un aborto es matar a un bebito, pero me gustaría saber por qué crees que podés poner lo que pensás por sobre lo que yo pienso. ¿Por qué frente a vos, católica, yo tengo menos derechos porque pienso distinto? ¿Cómo se justifica ese desnivel tan violento? 

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El aborto sucede desde que la mujer queda embarazada porque el cuerpo de la mujer fue, es y esperemos que deje de serlo, un territorio que el hombre creyó conquistar. Pero ahí estábamos y estamos nosotras, intentando no ser presas de nuestra propia biología, intentando decidir qué hacer con nuestro cuerpo de las maneras más difíciles y peligrosas. Metiéndonos orégano, tomando cualquier cosa, desangrándonos, dejando la vida por nuestra autonomía corporal en cada centro clandestino, en cada baño, en cada operación que sale mal. 

Fuimos, en la historia, bolsas con poderes de creación mágicos. Cuerpos violados y abandonados. Cuerpos a los que le pesa más la pobreza porque cargamos con criaturas que no podemos abortar, cuerpos cosificados, cuerpos con miedo, cuerpos que buscamos empoderar legalmente para dejar de ser envases y comenzar, una vez y para siempre, a ser personas. 

A veces pienso que tenemos mucha paciencia.

Demasiada.