Mauricio Macri reivindicó a la dictadura por el lugar menos pensado. Nada de llamar a la reconciliación, ni de pedir fin del “revanchismo” que supondría la sanción penal de los crímenes de lesa humanidad cometidos por los terroristas de Estado.

En plena campaña para el balotaje, el gurú de la new derecha dijo que limitaría el calendario de feriados nacionales, porque “no fue buena para el país ni para la economía”. Entre ellos, naturalmente, los feriados de carnaval, recuperados por el gobierno de Cristina en 2010, luego de la prohibición expresa que hizo de esa festividad popular la dictadura genocida.

En efecto, una de las primeras medidas de Jorge Rafael Videla fue dictar el decreto 21.329, fechado el 9 de junio de 1976 y publicado en el Boletín Oficial 5 días más tarde, el 14 de junio (ese día, el Che Guevara hubiera cumplido 48 años; la dictadura genocida aún no había cumplido 3 meses en el poder), mediante el cual fueron eliminados los feriados de lunes y martes de carnaval.

Con las firma de Videla, además de las del ministro del Interior de facto Albano Harguindeguy y el contralmirante Julio Bardi (cualquier parecido con Julio Bárbaro es mera asociación libre), quien tenía a cargo la cartera de Acción Social, la dictadura fijó como únicos feriados los siguientes días: 1º de enero; Viernes Santo; 1º de mayo; 25 de mayo; 20 de junio; 9 de julio; 17 de agosto y 25 de diciembre, en tanto estableció como días No laborables el Jueves Santo y el 8 de diciembre. Nada de honrar la soberanía, ni recordar siquiera la conquista europea del continente americano, ni, por supuesto, permitir la celebración colectiva y en las calles de la fiesta pagana por excelencia y más vieja y popular del mundo: los carnavales.

El decreto de la dictadura incluía un segundo artículo que dejaba sin efecto las disposiciones de los estatutos profesionales o de las convenciones colectivas de trabajo por las que se instituían otros feriados o días no laborables. Esto es: adiós a la obligación de pago de remuneraciones y el no trabajo, a los maestros, trabajadores del seguro, bancarios, etcétera, en su día. La jornada laboral en la que por alguna razón no se presta servicio, no se cobra. Ni hablar del derecho a huelga. Si el trabajo, como dice Macri, es un costo de producción, qué decir del feriado pago.

18 mil millones de pesos estiman los especialistas que perdería la economía con la poda al calendario de feriados que prometió Macri. 
La única eventual ventaja es que si sobreviniera en Buenos Aires o algún distrito del país una inundación tan fuerte como la que soportaron los vecinos porteños en abril de 2013, el todavía alcalde y quizás futuro presidente de todos los argentinos no estaría de juerga en las exclusivas playas de Troncoso, en Brasil. Porque eso y no otra cosa fue lo que ocurrió en aquellas minivacaciones gozadas en virtud de los feriados largos que unieron el 2 de abril, la Semana Santa y la declaración de feriado puente para el día hábil que quedó en el medio, mientras los vecinos de uno de los barrios más estigmatizados y pobres de la ciudad se hundía bajo las aguas: el Barrio Presidente Mitre, en Saavedra.

¿O ya nos hicieron olvidar de esto también?