Mario Ortiz prologa "Dispersión", editado por Buenos Aires Poetry, y desarrolla la etimología del término que da nombre al libro;  saliéndose de la idea de lo disperso como algo negativo. Sin embargo, lo que llama la atención es su conclusión: "El libro de Juan Rapacioli constituye un acontecimiento necesario" y apela a la metáfora de las ondas que hace una piedra saltando en el agua interviniendo el presente.

¿Es un acontecimiento necesario? Parece arriesgado darle esa cualidad/acción al texto pero al mismo tiempo forma parte de uno de los temas que atraviesan la poética contemporánea y sus debates sobre la oralidad de los textos y su intervención. Rapacioli no es ajeno a ese cruce y trae un libro que contiene poemas, prosa poética y ensayo.

Los poemas se ciernen entre la percepción y la ontología mientras que "En extraña noche en Berlín", Rapacioli retoma la experiencia de hallar estética en la tragedia a través de la prosa.

El epílogo abraza el ensayo y está dedicado a Sebakis (Slam de Poesía) en el que el autor se plantea la oralidad actual (slam, sarau, rap, cumbia o stand up) como un retorno a la "comunión", a cierto "hermanamiento" entre los lectores  en una especie de vuelta de tuerca a la tradición oral.

Una propuesta que tiene cierta mirada bucólica, a mi entender, en esta idea de lectura oral como  un puro aquí y ahora de experiencia compartida, como acto de sociabilidad frente al lector encerrado  con su libro.

Dialogamos con el autor sobre "Dispersión" que hoy, viernes 9 de octubre, presenta su libro a las 19 hs en el Museo del Libro y la Lengua.

—Mario Ortiz retoma el significado de "dispersión" vinculado a la siembra pero no como acto sino como sustantivo ¿Vos qué entendiste por dispersión cuando pensaste tu obra?

Juan Rapacioli (J.R.) — En principio, la dispersión aparece en la lectura: soy un lector disperso. Por mi trabajo tengo que leer cosas nuevas todo el tiempo, a su vez trato de volver a los clásicos y también de releer. Es un ejercicio abrumador que me lleva a la fragmentación y a tener que encontrar un filtro personal para poder ordenarme. Y después está la escritura: la dispersión de obras, registros, voces me hacían imposible sentarme a escribir. Entonces tuve que pensarlo desde el desorden, trabajar desde ahí: el libro como una salida posible.



— La percepción como acto y consecuencia atraviesan tus poemas y tus textos ¿Qué tanto te involucrás con lo que te rodea a la hora de escribir?

J. R. — No sé cuánto me involucro, pero hay ciertas imágenes que me disparan historias. Creo que tiene que ver con el detenimiento; es decir, uno vive una realidad estipulada donde las cosas que pasan muchas veces están procesadas antes que sucedan: ese acostumbramiento necesario para levantarse cada día. Entonces aparece el tema de la mirada, cómo mirar, dislocar la observación. Aunque parezca un lugar común y quizás lo sea, detenerme a mirar un río, un pájaro, el mar o una madre y su hijo me sigue produciendo un extrañamiento que me moviliza a contar algo. Después, claro, hay que trabajar sobre eso.

Otro de los topos que se repite es tu reflexión sobre la tragedia. Señalás que "no hay originalidad en la tragedia de la separación" y al mismo tiempo marcás que "Hay una estética de la tragedia" ¿Qué tenés en mente cuando escribís tragedia?


J. R. —Es una muy buena pregunta. No había pensado en eso. En el primer caso, quería hablar de la extraña sensación que me produjo darme cuenta de que los dramas amorosos que uno experimenta no son personales: están compartidos por el resto de la humanidad a través del tiempo, de diversas maneras. Es un golpe duro al orgullo y a cierta vanidad que uno tiene con el dolor. En el segundo caso, pensaba más bien en lo que pasa con la tragedia mirada con distancia, cómo se puede resignificar y convertirse en objeto de contempación e, incluso, de goce. Un ejemplo: los museos de guerra. En el texto sobre Berlín, eso está pensado desde la figura del Muro, que representa el horror, pero que hoy se puede visitar desde un recorrido turístico que tiene mucho de sofisticación.



"Dispersión" no es un libro de poesía o al menos no es sólo de poesía. Hay una cuestión lúdica con la presentación ¿qué tanto de ese juego encontrás en tus textos?

J. R. — Me interesa pensar el libro en términos de escritura: hay un interés por la lírica, la crónica, el ensayo. En ese sentido, pienso que se trata de literatura, sin categorías. Creo que hay novelas que son poesía, ensayos que son cuentos y poemas que son narraciones. Siento que un novelista como Saer no deja de ser poeta, así como el Borges ensayista hace ficción, y los poemas de Mario Arteca pueden leerse como relatos. Por eso siempre destaco la obra de Mario Ortiz, sus Cuadernos de lengua y literatura son, para mí, la demostración más brillante de que todo es, finalmente, trabajo con la palabra y una forma de música.



— En tu epílogo hacés un breve ensayo sobre la lectura oral compartida y planteás un "hermanamiento" ¿por qué esta necesidad- y retomo la expresión que promueve Ortíz para pensar "Dispersión"- de reflexionar sobre lo oral ante la publicación de un libro?

J. R. — Porque me interesaba dar cuenta de mi experiencia frente a ciertos escenarios de la literatura oral. Para eso usé la forma del experimento ensayístico que intenta trazar una historicidad de la oralidad y la irrupción de la palabra escrita. Pero, en el fondo, el texto no deja de ser un poema, porque es arbitrario y subjetivo. Fundamentalmente, me interesaba señalar el hecho poético. El hecho poético que, en mi lectura, se puede producir en textos, oralidades, canciones, artes plásticas y visuales, así como en experiencias no estrictamente artísticas.

*********