Un amague y otro que va. Va para allá, para acá, tratás de pellizcar la pelota y de nuevo te pintaron la cara. En la literatura, eso simplemente es quedarse pensando frente a la catarsis, y verla surgir donde la real lectura comienza; “cuando se levanta la cabeza” y se despegan los ojos de la página, como diría Roland Barthes.


Si no se está de humor para comerse amagues, este libro puede resultar jodido. Un amague y otro que va. Pero sin embargo el cuerpo que amaga, que produce la finta y nos deja de garpe se desliza silencioso, cálido, con calma explosiva. Se trata de la poesía de Deni Rodríguez Ballejo quien, este 31 de octubre va a presentar su primer libro, Finta-Ludwig Ediciones- en el tradicional café Varela Varelita.



El autor espera la entrevista sentado a la mesa de un bar de Avenida de Mayo y Piedras, leyendo en voz alta. “Ahora me agarrás leyendo a Arlt, pero también me podías agarrar leyendo a Vallejo, a John Dos Passos”. Según este joven escritor de Temperley, nacido en 1991, su primer libro es algo físico; “es un cuerpo”, señala. El ambiente de Finta tiene mucha intimidad y cotidianeidad que disfraza un impulso vital que en su anterior poemario Los Colmillos se leía mucho más estridente; la diferencia, sostiene Deni, “fue pensar el libro como obra” y no de manera fragmentaria. Así, un resultado más maduro pero no por eso menos impactante ni fresco.



“A los 11 años nos cortaron el cable; mi viejo sacó la tele y hasta la antena. Y dijo «Ahora vamos a empezar a leer a la noche.» Arrancó como un delirio intelectual.”. Sin embargo la lectura de textos de complejidad teórica y filosófica como La República de Platón o El príncipe de Maquiavelo, bajo el yugo paterno, no eran el centro que Deni estaba dispuesto a cabecear. “Cortázar fue el primer pase. Ahí arrancó y se fue para donde se pudo ir. A los 17 leí a Rimbaud y me voló la cabeza, a partir de ahí no pude volver a ninguna cosa, se rompió todo”.



El autor hizo contacto con Ludwig a través de la oralidad, su oralidad, en las lecturas del ciclo “Asunción”. Tanto Enzo como Mala, sus editores, lo vieron leer en vivo en el micrófono abierto y le propusieron editar su primer plaqueta Los Colmillos.


Para quienes hayan visto las lecturas de Rodríguez Ballejo, les resultará completamente entendible; simplemente estamos hablando de uno de los mejores performers poéticos que se puedan ver hoy. Lejano de circuitos como el Slam de Poesía Oral, esta interpretación resuelta y decidida va sobre la palabra; hace pie en el cuerpo y toma fuerza en la voz viva, el lenguaje, la cadencia de lunfardo, la finta de potrero, generando multiplicidad de matices. Una performance que se desliza entre una caricia en los oídos y una patada en la boca, con una docilidad agresiva. “Llegamos a un momento donde la poesía para espantar o para generar disrupción tiene que hacer muchas cosas”; sin embargo, Deni decide no valerse de ningún artilugio más que su mirada ida recorriendo el papel, su vozarrón de cantor tanguero y sus gestos elocuentes pero tranquilos, con mucho menos histrionismo que una apuesta sincera en lo que interpreta e interpela. Un amague y otro que va.

El giro coloquial del cual hoy Rodríguez Ballejo se hace cargo como una de sus marcas poéticas tardó en llegar, ya que su primera “escuela” literaria estuvo ligada a clásicos franceses. Sin embargo, hoy en día señala: “trato de hablar como escribo, de expresarme como me gusta. Soy muy transferencial, me gusta comunicarme con las personas”.



Se siente lejos de cualquier academicismo o literaturidad esquemática que pondere a los clásicos del canon; que ponga por encima el artificio antes que la experiencia; acá hay un ida y vuelta entre literatura y vida, un juego libre, constante y natural, que genera groove, que genera cadencia. “Rimbaud, Baudelaire, Verlaine, eran mi Biblia. Lo coloquial primero me generó rechazo, como diciendo «qué carajo hacen estos seres» y después dije «está re bueno», porque al fin y al cabo dicen las cosas como las quieren decir”.

Si bien ya desde la adolescencia este autor leía a Whitman a grito pelado solo en su cuarto – “Lo mismo que hago con mi poesía lo hacía ahí y más sacado todavía, delirando a las 3 de la mañana”-, la expresión poética se fue dando en paralelo con otras actividades, como el baile y el canto.

Participar como bailarín en escena en el proyecto del multifacético músico y escritor Dani Umpi le permitió darse cuenta del potencial que tenía en el escenario. Luego se sumó a un proyecto aún más personal: el conjunto musical Fuga del Árbol, donde nos cuenta que empezó a explotar mucho más su trabajo expresivo con el cuerpo.

La apertura a estos espacios de circulación y expresión le permitió no solo mostrarse en vivo, sino también conocer personalmente a autores con los cuales hay clara filiación como por ejemplo Mariano Blatt, quien lo invitó a participar del Festival Ciudad Emergente. “Lo conocí por Dani, que me mandó un mail diciendo que teníamos que conocernos. Sus poemas me volaron la cabeza: yo era barroco y estaba perdido en expresar cosas que por ahí eran muy oscuras, y él aportaba claridad en un par de versos, hablando como se le cantaba”.

Sobre la circulación del género donde vuelca la mayor parte de su producción -en el cual hay una suerte de incipiente boom editorial autogestivo-, señala con equilibrio, entusiasta y crítico: “en la producción actual literaria lo que sucede es una diversidad enorme de nichos; se generan relaciones bastante endogámicas” aunque, sin embargo rescata que “estas editoriales independientes lo hacen todo a pulmón y desde su propio lugar; son pocas -y no son independientes claramente- las que tienen un capital con el cual poder hacer algo y no se dedican a lo que está surgiendo ahora”. Desde su lugar como uno de los organizadores del Ciclo Club del quiebre, a su vez, intenta generar junto a otros poetas, un espacio de expresión multiforme e interdisciplinario; con propuestas literarias heterogéneas y shows musicales para amenizar una velada que suele contar con hasta 6 lectores.

Si bien reconoce múltiples influencias, señala en Osvaldo Lamborghini uno de sus maestros, aunque también acepta relaciones con Daniel Durand, Héctor Viel Temperley o Vicente Luy. Las cosas que aparecen de la vida cotidiana actual, ligadas a la comunicación –como nombrar al Whatsapp en un verso-, a las marcas de productos, a las redes sociales, se filtran involuntariamente, sin querer apelar, dice, a ningún lector común. “El desarrollo lexical lo busco muchísimo porque me sirve pára expresar lo que quiero expresar de las maneras en que lo quiero expresar”, comenta.

Sin embargo, lo fundamental descansa en la musicalidad que recorre cada verso y cada palabra, con una estética muy cuidada que reviste sentimientos muy mundanos y cotidianos, con diversos protagonistas; las chicas, la familia, la amistad, el amor y el desencanto de la soledad; en espacios concretamente poetizados que van desde Temperley a Belgrano, desde la oficina hasta el comedor.  “Busco armar disrupciones, que el poema se escape, se vaya de las manos”.

El proceso de escritura y publicación de su primer libro de poemas le tomó el año 2014 y lo que va del 2015, haciéndose esperar. Pero para este inquieto escritor, ya hay nuevos proyectos en mente: la publicación de un poemario más breve de la mano de la editorial Nulú Bonsái y la incursión en la escritura narrativa con su primera novela. “Es muy difícil pero lo hago. Me gusta que tenga escollos, contra eso tengo que luchar. Tengo 30 y pico de capítulos de una novela de capítulos cortos; es todo un desafío pero lo trato de hacer con la mayor calidad posible, por eso tardo”, proyectando el hambre de consolidar, poco a poco, la carrera de un autor que, si bien con poco tiempo en las canchas, está calentando y largando los primeros lujos.

El resultado ya está a la vista y se va a presentar este 31 de octubre en Varela Varelita, en una ocasión especial para disfrutar de las lecturas de este poeta y para “tomar un café o una cerveza”, pasando la bola e invitando a quienes quieran a pasar una noche de literatura retumbando en el barrio de Palermo. Un amague y otro que va, nomás.

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