La denunció una monja que logró escapar y dijo haber sufrido encierro, mordaza y flagelos. Cuando se conoció el caso el Papa la separó del cargo.

“El látigo es una especie de flagelo que se hace con cuerdas, se lo pasa por cera derretida y se lo deja secar para que pegue más duro. Nos autoflagelábamos y nos pegábamos en las nalgas”. El relato pertenece a una de las monjas que denunció a Luisa Toledo, conocida como la hermana “María Isabel de la Santísima Trinidad”, por torturas y reducción a la servidumbre en el convento de carmelitas descalzas en Nogoyá, provincia de Entre Ríos.

El caso salió a la luz a partir de un informe periodístico, en septiembre de 2016. Entonces, una de las monjas reveló que Toledo la sometía a ella y a otras hermanas a diferentes tormentos. “Sufrí castigos físicos, encierro de celda y duras reprimendas por parte de la superiora”, contó, sin dar su nombre y de espaldas a la cámara. La doctrina se basaba en que cuanto más dolor se infligieran las monjas, más cerca de Dios estarían.