En mi anterior columna publicada por acá no pude sustraerme de caer nuevamente en otro ataque de amor por Cristina. (Hoy en la radio estuve a punto de decir una barbaridad, pero me callé la boca. Al rato una oyente de setenta y pico me leyó la mente y lo dijo por mí “yo viví en la época de Perón, pero lo que hizo Cristina es lo más grande que he visto”). No importa. Los casos y los tiempos son diferentes. Y será como dicen por ahí que no se pueden comparar peras con manzanas, ni peras con Perón. El caso es que en estos días sigo encontrándome con compañeros que siguen reticentes a darle su voto a Scioli. Y no lo puedo creer. Yo lo sé y usted lo sabe, que fui de los más críticos con nuestro candidato de hoy. Críticas que en esta coyuntura no tienen ningún sentido cuando lo que está en juego es lo que ya sabemos, sin medias tintas, sin escalas, ni proporciones. El asunto es que volví a encontrarme con gente que apoya a Cristina sin dudarlo, pero que se quedó pensando que Randazzo era mejor, y dudan de que Scioli pueda seguir adelante con las políticas que nos trajeron hasta acá. Es raro, porque el espacio político quedó tan acotado que es prácticamente es un off/on. Y sin embargo hay algo que los lleva a pensar que todavía queda alguna otra opción por explorar. Creo que eso es culpa de la magia de Cristina. Su figura para los que la queremos, admiramos y respetamos se va agrandando a medida que se acerca el fin de su mandato presidencial. Culpa de ella sola que es así de grande, grande como para decirles a los jóvenes que tomó la decisión de no ocupar ningún cargo oficial para que nadie les pueda decir que su conductora quería fueros que la protegieran. Grande y valiente. Bueno, Cristina como es ella. Entonces lo que hoy quiero decir es lo contrario de mi columna anterior que postulaba que “sí fue magia”. Porque esa magia hay que dejarla para después, para otro momento, o para otras cosas, o para cuando sea necesario. Ahora es tiempo de elecciones, y ese momento es el más concreto de la democracia. Quiero decir, las elecciones son el momento en que la democracia se puede contar, sumar y restar. Números enteros. Papeles dentro de urnas. No hay emoción mejor, ni magia mejor, ni persona mejor que gane dentro de una urna. Las elecciones se ganan sumando, poniendo votos y llegando a un número suficiente. Se terminan las especulaciones, las mentiras, las verdades, los valores, los odios y los amores. En las elecciones se suspenden las razones, las críticas, las miserias y las grandezas. No valen operaciones, ni sospechas, ni decencia, ni genialidad ni estupidez que cuenten. Hay solamente votos que sumar. Y creo que a veces nos cuesta pensar de esa manera tan poco épica, tan poco romántica después de estos años en que vivimos con tanta emoción los esfuerzos por cambiar un país. Años en que hasta vimos morirse a Néstor, el inventor de un país que hoy nos da orgullo. Y claro, Scioli no es Néstor ni es Cristina. Y eso es muy bueno. Por eso puede ser presidente. Porque es otro. Es ese otro que la mujer que condujo al país con una firmeza y una coherencia insólitas, nunca vistas, eligió para continuar sus políticas. Sin Scioli no hay nada para adelante. Así de crudas se pusieron las cosas. Y él sabe que la responsabilidad que le toca es así de dramática. Y el tipo tiene una ventaja para eso: tiene un enorme aguante, que pudimos comprobar –y no me da vergüenza decirlo- también quienes desde su mismo espacio político le dimos duro y parejo. Cuando parecía que transaba, y no. Cuando parecía que aflojaba, y no. Cuando parecía que se iba, y no. La verdad que no. Ya sé que cuando las papas queman uno prefiere las respuestas demoledores de Cristina, o las filosas de Aníbal. Scioli, no. Cuando las papas queman él prefiere dejar que se enfríen. Porque es otro. Es el que puede ser presidente. Y así será entonces. Así es el candidato que con nuestros votos va a lograr que no haya despedida de Cristina ni tristeza por el final de un ciclo. Porque con Scioli vamos a cambiar de presidente. Eso es todo. Y eso es mucho. Y es todo el cambio que necesitamos hacer. Scioli por Cristina.