No es solo la economía
Como pueden ver la famosa frase de Bill Clinton ha sido modificada. Que sea famosa y que se haya convertido en un principio de la política no significa que sea valiosa ni totalmente cierta. Además de quitarle el sentido de verdad absoluta eliminamos el despectivo adjetivo de estúpido para empezar a incluir el valor de la cortesía y amabilidad en el trato,
Se puede cuestionar y criticar con dureza el manejo económico del gobierno de Milei. El establecer como objetivos el equilibrio fiscal y la disminución de la inflación sin reparar en los medios para hacerlo ni en las consecuencias frente a otras variables es totalmente desacertado. Sería como si el jefe de Gobierno de la Ciudad se fijara como objetivo absolutamente prioritario la disminución de los accidentes de tránsito y decretara que la velocidad máxima sea de 10 kilómetros por hora para todos los vehículos. Por supuesto que lograría su objetivo, pero es difícil imaginar los trastornos que se ocasionarían.
En el caso de la economía de Milei, más allá de poner entre signos de interrogación si realmente se lograron los objetivos declarados, se alcanzaron a expensas de un enorme aumento de la desigualdad, de un deterioro de la infraestructura alarmante y de un fuerte incremento de la pobreza para mencionar solo algunas de las catastróficas consecuencias de las medidas tomadas.
Dicho esto, quiero enfatizar que poner el foco exclusivamente en lo económico es un error al que nos lleva el propio Milei. La escuela austríaca es criticable desde múltiples puntos de vista, tanto desde la teoría como de los resultados reales cada vez que se intentó ponerla en práctica, pero lo más grave es que ese debate, que podría darse, es imposible por el fanatismo de Milei y su séquito que, en cuanto son cuestionados, responden con insultos impidiendo cualquier cambio civilizado de ideas.
El considerar que el que no piensa como uno es corrupto, imbécil, una “rata inmunda” o “una basura” (palabras que con que Milei califica a sus adversarios) es aún más grave y peligroso que su accionar en lo económico. Aun poniendo como hipótesis, (aunque no concediendo que sea verdad) que su planteo económico sea correcto, su fanatismo y brutalidad son los aspectos más peligrosos. No olvidemos que Hitler fue exitoso en lo económico, pero eso no significó nada frente a lo espantoso de su régimen.
Hace unos meses se editó el libro “Civilización, historia de un concepto” de José Emilio Burucúa. En casi 700 páginas el prestigioso intelectual hace una minuciosa indagación desde la etimología de la palabra a su despliegue a través de los tiempos.
Lo primero que cabe mencionar es que hay mínima mención a lo económico. Su preocupación pasa por otros caminos.
Recorramos algunos de ellos. Por ejemplo, cuando habla de progreso dice que puede ser considerado como un aumento del poder humano sobre la naturaleza pero el lugar hacia el cual nos lleva ese crecimiento es incierto y, para cada vez para mayor cantidad de observadores, es peligroso o catastrófico. No pude dejar de pensar en la negación del cambio climático en el que se empecina, contra toda evidencia, nuestro presidente.
Cuando Burucúa se plantea comparar un período o un lugar con otro en términos de civilización, no habla de su riqueza o su poderío sino que se pregunta si unos fueron moralmente mejores, más sabios, más justos y piadosos, si fueron menos crueles, más sinceros y si lograron dominar mejor sus pasiones. Qué mal parado queda alguien que promete “dejarle el culo como un mandril” a sus adversarios frente a esos parámetros para medir su grado de civilización.
Nuestro autor cita con admiración a Simone Weil (una filósofa, activista política francesa que formó parte de la Columna Durruti en la guerra civil española y perteneció a la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial). Weil trata de identificar lo que ella llama variables que hacen a las civilizaciones más ricas en posibilidades de crear regímenes de libertad y justicia. La primera variable es la respuesta a la aflicción, la desgracia o la infelicidad ajena. Otra variable es denominada el enraizamiento y explica que cada necesidad engendra una obligación en nosotros hacia el prójimo. Continúa diciendo que el reconocimiento de los derechos de los otros es anterior a cualquier ejercicio de nuestros propios derechos e induce un acto obligatorio hacia los demás. Como ven nada más alejado de la idea del sálvense quien pueda subyacente en la ideología libertaria. Y no puede ser de otra forma ya que, como señala Burucúa, “La solución auténticamente civilizatoria propuesta por Weil apunta al desmantelamiento de las organizaciones políticas, económicas y sociales basadas en el poder de la fuerza, exhibida o enmascarada, y, al mismo tiempo, a producir una revolución que reinstaure la espiritualidad del trabajo contra la prevalencia del dinero, síntoma mayor de la deshumanización de las relaciones entre personas”.
Otros aspectos del gobierno de Milie son aterradores, por ejemplo, la crueldad que se ejerce sin causa aparente. No distribuir alimentos que se tienen almacenados y la no entrega de remedios oncológicos no puede atribuirse a motivos económicos sino a la perversidad. Y para peor esa crueldad no se esconde sino que se exhibe orgullosamente.
La mentira escandalosa es otro de los rasgos de este gobierno, que va desde la extrapolación estrafalaria de una serie de la que se toman algunos pocos datos para mostrar resultados absurdos hasta la difusión de fotos que no se corresponden con lo que se pretende demostrar: la foto de un supermercado chino como si fuera en el país o la de una playa llena de gente tomada en temporadas pasadas como pruebas de mejoras en el bienestar social, lo que es otra ficción. Dentro de estas ficciones se destaca un desconocimiento total de la historia del mundo y del país que hace alucinar con un país potencia de finales del siglo XIX o que lo que se hace es lo más destacado de “la historia de la humanidad”.
En la enumeración no exhaustiva de los atropellos de actual gobierno se cuenta el desprecio por los derechos humanos y por las organizaciones que contribuyeron decisivamente a obtenerlos, mantenerlos y lograr que muchos de los genocidas purguen sus delitos. Tampoco se salvan los avances de las mujeres y de las minorías sexuales que son permanentemente amenazados.
El uso de adjetivos descalificativos asignados a los que no coinciden con sus ideas es otro atributo del gobierno. Así los que profesan ideas socialistas o simplemente son progresistas son denominados “zurdos de mierda” sin ningún respeto a su pensamiento, los diputados y senadores que no convalidan sus desmanes son tratados de “ratas inmundas”, los periodistas que no comulgan absolutamente con el discurso oficial se calificados de “ensobrados”.
No sé si centrar el discurso opositor en la disyuntiva entre lo civilizado o la barbarie, lo sincero o lo falso, la democracia real o su simple fachada, lo amable o lo brutal, el respeto al prójimo que opina distinto o el desprecio hacia ellos sería más efectivo, en términos de resultados electorales, que apuntar prioritariamente a la situación económica que padece gran parte de la población, pero creo que vale la pena transitar ese camino pensando en el mediano y largo plazo.