El juez Claudio Bonadío está hoy en el candelero. Que no es lo mismo que candelabro. Ni que cancelado. Junto a él también están la pistola Glock y la toga. Cada una en su especie.  

Estar en el candelero significa estar en lo alto; en la luz. Lo contrario es estar oscurecido. Y así episódicamente según las velas ardan o se derritan.  

Hacia fines de setiembre de 2001, en Villa Martelli, Bonadío estuvo iluminado. Fue cuando mató a dos sujetos que lo atacaron en su auto, y lograron malherir a su acompañante.

La pistola Glock que gatilló el juez no era de juguete. Aunque como arma - compuesta de materiales metálicos, pero también de polímeros y plástico- al mercado le resultaba incierta. Enseguida la pistola revertió ese prejuicio y  se consagró por su seguridad y eficacia extremas.

Su creador  fue el austríaco Gastón Glock, que antes de inventarla era un modesto fabricante de objetos de nylon y bakelita. Algunos hasta de uso para chupetes.   

La práctica probó que aquella arma, prejuzgada como ligera y frágil no era precisamente un adorno. Para el juez justiciero tampoco. Entre las aficiones y destrezas de Bonadío- informaba entonces la objetiva prensa de la época- figuraba su inclinación por las armas y estar ejercitado en su uso. Y fue así letal y probadamente. Los dos muertos recibieron entre cuatro y cinco balas cada uno. La reiterada calificación de “confuso episodio” -según el azar periodístico- para la justicia fue claro. En algún informe se dice que uno de los muertos tenía varios agujeros en la espalda. Pero de poco vale regodearse en minucias forenses sino situarse en la sustancia: la de que un juez fue víctima de un asalto.

El ya pretérito relato cuenta que se trató de un acto en legítima “defensa propia”. Y así se cerraron el expediente y los ataúdes de los sendos extintos.

Hoy, más de una década después, Bonadío revive un deja vú;y vuelve a estar en el candelero. Pero en lugar de Villa Martelli se reubica en El Calafate y en la Casa rosada. Y enfunda la Glock y ataca con la toga. Y nuevamente en defensa propia. Argumento, que esta vez lo condena. Pero quién le quita lo bailado.