Seremos obvios, pero no podemos parar de repetirlo: un fin de año sin saqueos, sin violencia social, sin alzamientos policiales, sin cortes de luz, sin piquetes, sin desocupación, sin inflación galopante, sin faltantes en las góndolas, sin el Banco Central vacío, sin el dólar disparado al infinito, sin la actividad industrial devastada, sin huelgas generalizadas, sin default, sin “el campo” destruído, sin las cajas de seguridad confiscadas, y sin muertos. Y tampoco se quedó rengo el pato (aunque lo del tobillo quebrado habría que hablarlo en terapia) y el fin de ciclo no existe. Sobre todo porque el kirchnerismo demuestra que no es un ciclo, y que esa denominación era necesaria para los que querían instalar su final que cada vez parece más lejanos e imposible. En definitiva, que lo único que se termina mansamente es otro almanaque.

Ahora sabemos que la oposición no tiene más recursos que algunos jueces con el ánimo y el compromiso político de empiojar la estabilidad del gobierno, pero sobre todo atacando a la familia de la presidenta. Lo que nos obliga a sospechar de algunos candidatos del oficialismo a los que todavía no les llega una tapa en contra ni una carta documento, que viene siendo los certificados de calidad de quienes no dejan espacio para eventuales pactos de futura y falsa convivencia pacífica.

El kirchnerismo fue una escuela de política para los que mirábamos todo desde afuera con la mirada sobradora y medio patética de quien cree tener la fórmula para lo bueno, lo bello y lo justo. Después de estos años somos muchos los que ya sabemos que la política no es un bazar al cual uno entra para elegir entre un montón de lindas opciones. Y sí, costó entender que no es de binarios o simplistas considerar que sólo existen dos países posibles para los argentinos y que lo demás es puro chamuyo de los muchachos que claramente trabajan desde siempre por uno de los dos países, el suyo. Lo entendimos los más viejos, los que quisimos mantenernos al margen del barro donde se dan las peleas, y lo entienden los pibes que este año llenaron canchas de fútbol convocados por una idea, y no por una camiseta o una banda de rock. Somos tantos los que sabemos tanto más que antes que la continuidad parece una pura consecuencia lógica. Porque al fin de cuentas el kirchnerismo es también un saber, un conocimiento, la noción que hace posible reconocer el rumbo, y la experiencia para descubrir dónde están las trampas de los que quieren torcer ese rumbo. Los opositores se niegan a comprender esto y siguen insistiendo con el choripán y el clientelismo, la barbarie, la incultura, la irracionalidad. Mala lectura de un proceso político que para quienes lo vivimos como una experiencia de aprendizaje es sencillamente una práctica que precisa de dos o tres cálculos fáciles que Cristina explica cada vez que tiene un micrófono enfrente. Otra mala lectura de los opositores que creen –o quieren- ver en ella a una líder autocrática que exige lealtad sin dar argumentos. Porque, insisto, el kirchnerismo además de ser una fuerza política y de ser una propuesta, es una pedagogía permanente con una lógica clara y objetivos que son históricos. Por eso la confrontación es tan fuerte y tan natural con quienes entienden que esta tierra es de ellos y no de todos.

Y ahora se termina un año que fue un verdadero campo minado para el gobierno, un año en que cada trampa fue desactivada, y cada escollo fue sorteado, y cada riesgo asumido terminó siendo un logro, y cada medida que se tomó bajo presiones fue decidida sin miedo. No sé si somos capaces de ver con cuánta dificultad se gobierna en estos tiempos, ni cuántas nuevas dificultades nos esperan. A veces naturalizamos tanto lo malo como lo bueno. Como naturalizamos tener una presidenta que dice lo que piensa y que hace lo que dice. Una presidenta que como ningún presidente antes es capaz de ponerle nombre y apellido a los verdaderos enemigos del pueblo. Una presidenta que nos cuenta los peligros que asume y que nos avisa de cada nuevo embate contra su gobierno. Con discursos que no son discursos –en el sentido en que siempre los entendimos- sino verdaderos informes de gestión, que desde lo más profundo de los conflictos ideológicos explican lo que siempre se traduce en tensiones económicas.

Por eso no debemos olvidar que son tiempos excepcionales estos tiempos. Tan excepcionales que ya estamos pensando en cómo nos gustaría seguir en la excepcionalidad durante cuatro años más. De verdad que es un buen final de año, tanto que para el año que viene no me queda más que pedir que las cosas sigan como van. Ese es mi deseo para estas fiestas.