Una alumna de 12 años envenenó a un profesor porque éste “le ponía límites” en una escuela de Villa Ballester. Así se presentó la primera noticia sobre el caso que, de inmediato, se colocó en el primer lugar de todos los niveles de la agenda mediática de hace unos días. El volumen de interpretación de los hechos, aún cuando muchos elementos no estuviesen claros, fue creciendo de una manera exponencial. Buena parte de la prensa pidió que se aplicara mano dura contra la alumna “envenenadora” y compadeció la desgracia de ser docente en la Argentina, por lo que era lógico que un día derivara en el envenenamiento de un profesor.

En una editorial del diario Clarín, titulada “Maestro, profesión de riesgo”, se dijo que bromas a los docente hubo siempre, pero entonces había conciencia de los límites que “hoy están sobrepasados”. Y agrega que la noticia desconcierta, por un lado, pero por otro no, porque “la escuela es un reflejo de lo que pasa afuera. Un testimonio de ese limbo en el que viven tantos, donde no hay límites y donde falta precisamente el principio de realidad”. Luego se cita al profesor envenenado, quien contó que se llevaba mal con la alumna porque ella no aceptaba los límites, y se escribe a modo de moraleja: “Dejar de exigir es dejar de educar”.

A pesar de que en ese artículo se señala que en el hospital donde fue atendido el profesor se constató que no hubo envenenamiento ni intoxicación, el caso de “El profesor envenenado” no se detuvo. Hasta que el mismo protagonista apareció en televisión (como víctima apresurada de su “no envenenamiento”) dando cátedra –él mismo- sobre los límites que hay que poner a los alumnos, y sugiriendo que abandonaría la docencia. La idea sobre la que insistía cierta prensa era siempre la misma: la educación es inviable en la Argentina “actual”, acaso tan inviable como la Argentina misma.

Hasta que comenzaron a llover las denuncias por abuso contra el profesor envenenado, para convertirlo de inmediato en “el profesor violador”. El hecho, tanto en su primera etapa como en la segunda (que no es mejor, ya que trata de probarse la culpabilidad del docente mostrando imágenes de una película de ficción en la que actuó de violador) es una prueba de la volatilidad de un sector de la prensa, incapaz ya no sólo de pensar lo que va a decir sino de, simplemente, tomarse el tiempo mínimo de considerar la veracidad de los hechos que reproduce.

Si nos preguntamos qué quería esa prensa de este caso, podemos respondernos que lo único que quería eran “imágenes”. Primero, la imagen del profesor envenenado, para hablar de los límites; y después, la imagen del profesor violador, para hablar del abuso. Lo cierto es que de lo que puede probarse hasta ahora, el educador no fue envenenado ni tampoco, hasta que se pruebe, es un violador. Pero como la prensa ansiosa no puede esperar (y si no puede esperar es que se niega a hacer su trabajo), no faltará mucho para que tanto el profesor envenenado como su reverso, el profesor violador, sean temas agotados, después de los cuales no sabremos nunca cómo fueron esos hechos de los que hablamos durante varios días.

(*) Diputado de la Nación FPV.-