Pasaron cuatro años desde aquella mañana en que murió Néstor. Y pasarán todos los años. Pasarán años cuando ya ninguno de nosotros pueda recordarlo y lo recordarán nuestros hijos. Y seguirán pasando años y lo recordarán nuestros nietos. Y sus hijos.


La memoria de Néstor será guardada por hombres y mujeres, y lo guardará la historia que ya tiene páginas dedicadas a él, y páginas en blanco que se irán escribiendo por hombres y mujeres que lo conocieron. Y luego escribirán quienes no lo conocieron. Pero cuánto podría importarle eso a Néstor. Seguramente poco y nada. Más nada que poco.

Y porque creo que así fue Néstor es que hay en estos párrafos algo de contradictorio. Porque siento que la mejor manera de recordar a Néstor no es escribiendo sobre él y su figura que nos devolvió tantas cosas perdidas, tantas alegrías enterradas, tanto orgullo destruído, tantas ganas olvidadas, tantas energías arrumbadas, tanto amor descartado, tanta Patria robada. No es escribiendo sobre Néstor que no sólo recuperó valores y sueños, sino que nos recuperó como personas. Porque el país, la ciudadanía, la política, la justicia, la militancia, la nación soberana terminan en nuestras mesas, en la pava sobre la hornalla, en las cocinas donde conversamos con nuestras mujeres, donde el pan puede ser amargo o dulce, donde el vino puede ser agrio o delicioso, y donde el pan y el vino pueden sencillamente estar ausentes. Nuestras vidas fueron mejores por este tipo Néstor que se fue hace cuatro años. La fecha no interesa, me digo. Pero la fecha es una aguja que nos marca y nos invita a revisar los días que pasaron. Y a Néstor los días que pasaron seguramente no le interesarían más que para apoyarse como un corredor que salta hacia el futuro. Ese tipo Néstor que inventó un futuro que pocos de nosotros creímos que podía existir. Néstor inventor, Néstor soñador, Néstor delirante. Y Néstor trabajador, Néstor pragmático, Néstor incansable. Literal y lamentablemente incansable.


Sin embargo a veces, a quienes vemos las cosas de esta manera, nos cuesta disfrutarlas. Porque ahí afuera de nuestras casas están los que no querían que ocurriera lo que Néstor planeó y edificó. Y como él lo edificó, así están ellos intentando destruírlo todos los días. En secreto o a la vista de todos, con un entusiasmo y una energía que debemos reconocer. Ellos no son un hombre, pero son una maquinaria también incansable. Ese lado oscuro y siniestro de nuestra patria, el de la pulsión de muerte –diría un psicoanalista- hace que muchas veces no podamos festejar como nos gustaría, ni estar todo lo felices que deberíamos. Pero esa permanente oleada de agresiones y amarguras es también la herencia que Néstor nos dejó. Porque gracias a que él un día preguntó “¿qué te pasa, Clarín?” sabemos que hoy a Clarín no le pasaría nada, si Néstor no hubiera puesto el coraje que puso para enfrentar a los que usaron este país como su negocio particular o su estancia. Clarín que no es una tara de los kirchneristas, como les gusta decir a quienes lo defienden. Clarín que no es un tara de los kirchneristas, como les gusta pensar a los que “dan su apoyo” al gobierno sintiéndose más inteligentes que él. Clarín es símbolo y es la punta de un iceberg enorme, eso que Néstor sabía detectar y nombrar con tanta audacia. Los símbolos, lo oculto, lo que no vemos, lo que aprendimos a callar, lo que entendimos que había que aceptar en silencio, lo que aceptamos como el amo permanente de nuestros destinos. Y Néstor comprendió y actuó sobre los símbolos que les dan significados a nuestras vidas. Pero además supo poner a funcionar el país de la fábrica, el sindicato, y el almacén. El país de la cosecha, el colectivo, y el restaurante. El país de la paritaria, la escuela, la usina eléctrica y la jubilación.


Por eso mientras escribo me peleo conmigo mismo y pienso que ya debería dejar de escribir sobre Néstor. Que la manera de recordarlo es continuar lo que hizo, que es lo que Cristina hace. Ese tipo que era tan grande que un día se definió como un soldado de Cristina y nos pidió que la ayudáramos. Ese tipo Néstor que habrá que recordarlo siempre trabajando para construir la Patria Justa Libre y Soberana, esa patria que sin necesidad de mayúsculas la sentimos en las cocinas de nuestras casas, cuando ponemos la pava en la hornalla, conversamos con nuestras mujeres, cuando comemos con nuestros hijos, y cuando abrimos la heladera buscando algo y ahí está Néstor, en un imán, riéndose junto a Chávez, recordándonos que de esto se trata tener una bandera. De eso se trata sentir el orgullo y la felicidad de seguir peleando por una tierra al sur del planeta donde todos los hombres y las mujeres, y sus países, y sus hijos sean más felices y más dignos. Como quiso ese tipo Néstor.