No hacía falta que aclarara quien era. Tampoco se me hubiera ocurrido preguntar. Su voz aguardentosa era inconfundible, y encima parecía que me hablaba desde una catacumba.

-  “Ya está lo tuyo, pibe. Pasá cuando quieras” – me dijo.

Dejé sin pensar lo que estaba haciendo. Al fin y al cabo, el Barcelona podía seguir haciendo goles sin mi ayuda.

Como un autómata subí a la Surán, agarré Crámer y doblé por Av. de los Incas.

Los recuerdos llegaban desordenados a mi cabeza y empezaban a aturdirme. Un Renault que paró en seco delante mío me hizo clavar los frenos. El sacudón me sacó de mi mundo. Recién ahí me dí cuenta que ya estaba por Beiró y tenía que doblar a la derecha en Chivilcoy si no quería pasarme.

Milagrosamente conseguí lugar para estacionar en la plaza. Al parecer, el progreso también se había llevado puestas a las piedritas coloradas de los senderos. Ahora todo eran baldozones grises como el cielo de esa tarde de otoño.

Crucé la plaza tratando de reconocer mi infancia, pero ya ni los árboles me resultaban conocidos.

El edificio de la biblioteca seguía siendo majestuoso, pero definitivamente era bastante más chico de lo que me acordaba.

Bordeé el patio por la galería hasta llegar al fondo. Abrí la pesada puerta de madera que seguía haciendo el mismo ruido escandaloso que hace 30 años. El recuerdo me cacheteó la nuca y me hizo sonreír.

Encaré a la vieja del escritorio que sintió mi presencia sin levantar la vista. Era imposible no darse cuenta de que estaba ahí después del escándalo que hizo la puerta y el ruido de mis pesados pasos sobre el parquet de pinotea de principios del siglo pasado.

-       “Buenas Tardes, estoy buscando a Antonio” - le dije casi susurrando.

-       “Al fondo” – me respondió, moviendo la cabeza un poco hacia la derecha y sin despegar la mirada de la pantalla.

A medida que avanzaba, el piso crujía más y la oscuridad del ambiente se hacía más presente. Mis huesos empezaron a acusar la humedad que se sentía ahí adentro.

¿Por qué estaba ahí?. Muy simple: Curiosidad.

Desde el momento en que me enteré lo del virus, no pude dejar de pensar en eso. (ver nota del 09/09/14 -http://www.diarioregistrado.com/opinion/101690-encuentran-contraindicaciones-al-tratamiento-del-virus-del-deauboull.html)

A penas mis ojos se acostumbraron a la penumbra reinante lo descubrí detrás del escritorio con varias pilas de libros.

-       “Hola pibe” – me saludó mientras se levantaba para darme la mano. Después se dió vuelta y fue hacia una mesa que había más al fondo. Buscó entre los libros,  con la seguridad del que sabe exactamente dónde esta lo que buscando. Dió media vuelta y encaró para donde estaba.

-       “Página 328” – me dijo mientras me miraba sobre unos lentes culo de botella.

-       “Le saco fotocopia y te lo traigo” – le respondí apurando el trámite.

-       “No pibe. Vos sabés cuáles son las reglas. Ese libro no sale de este cuarto” – me retrucó mientras con un leve gesto de cabeza me señaló el libro que tenía entre mis manos.

Mientras palmeaba el respaldo de una vieja silla algo desvencijada, me acomodó sobre el escritorio un anotador amarillento y un lápiz que debía tener más años que yo. Todo hacía juego con ese libro amarillento y desvencijado que parecía salido del Arca de Noé.

Acerqué el velador y empecé a copiar.  

JEAN FIERRE DEAUBOULL (léase DOBOL) (1766-1810)

Biólogo y astrólogo francés. Nació en Naboul, un pequeño pueblo al sur de Francia, cerca de Avignon. Sus padres fueron Marte Claire d'Hor y Francois Deauboull, músicos callejeros, creadores de un estilo de interpretación muy popular en Francia en el siglo XVIII. Tal es así, que aún hoy, a los músicos que siguen sus enseñanzas se les dice que tocan "como un Deauboull".

Jean Pierre supo destacarse desde pequeño por su curiosidad y destreza, lo que le ocasionó no pocos problemas con sus menudos compañeritos que se burlaban permanentemente de sus conocimientos en distintas áreas. De adolescente se interesó por las Ciencias Médicas, pero ante los desfavorables resultados obtenidos en esta práctica, decide acortar camino y se emplea en la morgue Municipal. Es allí donde conoce a Francesca, una inmigrante italiana, que le hace ver las estrellas, algo que seguiría haciendo por el resto de su vida. A los 20 años, Jean Plerre Deauboull viaja a París para perfeccionar sus estudios en Astronomía, ya que sostenía con firmeza la teoría de "que todos podemos ser estrellas". A la salida de la Facultad de Astronomía y Otras Ciencias de París, en las inmediaciones del Museo del Louvre, Marcel Ramírez, íntimo amigo de Jean Pierre, inscribe su nombre en una de las páginas negras de la Historia, ya que, según cuenta la leyenda, en un confuso incidente muere para salvarle la vida a su amigo, por lo que Marcel Ramírez pasó a la inmortalidad al ser el primero que "murió por Deauboull". Desde entonces la vida de Jean Pierre Deauboull sufrió un cambio radical. Se volcó a la bebida y al consumo de distintas sustancias tóxicas muy en boga en aquel momento, por lo que se debilitó su salud, contrayendo un extraña enfermedad generada por un virus hasta entonces desconocido, y que por tal motivo lleva su nombre: "VIRUS DEL DEAUBOULL". Esta extraña enfermedad, que hasta hoy no tiene cura, suele atacar preferentemente a los jóvenes (y no tanto) de apariencia saludable, músicos, actores y deportistas famosos, produciendo un degeneramiento de la materia gris, conocido como "empastamiento de la neurona", lo que provoca un trastorno notable en el razonamiento de la persona afectada.

Jean Pierre Deauboll, luego de una serie de exilios forzados, ya que la gente, al no comprender la enfermedad lo despreciaba, falleció a los 45 años, en el puerto de Vigo, España.

Ahora si, el círculo empezaba a cerrar.

O al menos eso era lo que yo creía.

(esta historia, continuará...)