¿Cuánto falta para que el padre de Micaela García, víctima del femicidio que conmueve al país, y la madre también, sean maltratados en los medios hegemónicos, por los comunicadores que ya sabemos? ¿Cuánto falta para que Fantino y Feinmann, Santoro y Fernández Barrio, y Carnota también, nos digan que la familia y los compañeros de Micaela “politizan” el crimen, como si ellos no politizaran los crímenes (el de Micaela, sin ir más lejos), aunque con carga inversa, para imponer su cruel visión del mundo? 

El lugar de la víctima angustiada, presa de su dolor, quieta adentro de la pasividad que suele provocar el horror, es muy transitada en la cultura de nuestras sociedades capitalistas, en las que una clase ejerce la dominación y como condición de su dominación necesita la pasividad de quienes pueden discutirla, que son, objetivamente, las víctimas que genera el sistema de exclusión, una de cuyas manifestaciones más elocuentes es, sin dudas, el patriarcado. 

A esas víctimas -qué duda cabe- se les permite el exabrupto, la revancha, el mensaje antihumano, toda vez que se reducen a un planteo individual y desesperado, que refuerzan los prejuicios de clase, sugieren respuestas punitivas, meramente superficiales, que amontonan castigos y promueven mayor control y represión estatal, y de paso cañazo hacen picos de rating televisivo, muy convenientes en las sociedades del espectáculo. Pero, qué duda cabe también, no sucede lo mismo cuando las reacciones de las víctimas trasuntan un cuestionamiento profundo al orden desigual del mundo. 

El movimiento de Derechos Humanos en la Argentina es ejemplo de esa tradición cultural. ¿Existirán todavía hoy quienes diferencian a las víctimas del genocidio entre “guerrilleros” y “perejiles” que cayeron por estar en la agenda de un militante? Posiblemente. La batalla por el sentido se libra minuto a minuto, y nunca se vence del todo. 

En su estupendo “Elogio de la culpa”, el poeta Juan Gelman se preguntaba, allá por el año 2000, si “¿hubo que ser ‘inocente’ para tener acceso a la categoría de ‘víctima de la dictadura militar’?”. En ese esquema perverso, a Micaela se le concederá la categoría de “inocente” (y hasta ahí nomás, no en vano una funcionaria del Ministerio de Modernización se burló de la muerte de la joven cuando escribió en twitter que “a todos les llega por juntarse con ese tipo de gente hay que tener mucho cuidado con las amistades que se hacen en este tipo de... agrupaciones?”). Pero es seguro que sus padres empezarán muy pronto a ser expulsados de la condición de “víctimas” y se les inventará algún tipo de culpabilidad.

Con los que luchan y se tapan la cara, y emplean palos defensivos para ir a sus manifestaciones, y cortan las calles sin dejar caminos alternativos, y emplazan carpas sin tramitar debidamente el permiso municipal, pasa lo mismo. O comenzará a pasar en breve. Van a ver. “No eran docentes”, le dijo Longobardi a Sonia Alesso por Radio Mitre, y cuando la titular de CTERA quiso responder, Willy Kohan la noqueó afirmando que el operativo policial de desalojo “no fue represión”. La entrevista no era tal cosa, sino una emboscada. 

Por lo demás, está bueno que tengamos en cuenta estas cosas porque transitamos el mes de abril. Y el último día de este mes, precisamente el domingo 30 de abril, se cumplen 40 años de la primera marcha de las Madres de Plaza de Mayo en ese sitio central de nuestra historia política. 

Con las Madres, ya sabemos: todo mal con la dictadura. Pero también todo mal durante el primer alfonsinismo, cuando en vez de conformarse con el relato oficial, y las tibias condenas del Juicio a los Comandantes (no a las Juntas, porque si hubiera sido a las Juntas la sanción penal tendría que haberse extendido a toda la cadena de mandos), y la Teoría de los Dos Demonios, reivindicaron la lucha de sus hijos e hijas, los reconocieron como revolucionarios y se desafiaron a continuar su lucha bajo las nuevas condiciones impuestas por la historia, desafío que continúan hasta hoy. Entonces sí, se salieron para siempre del molde, y ya no hubo categoría que las contenga dentro de los estrechos límites que les ofrece el capitalismo a las víctimas: de madres acongojadas, lloronas, a Madres rebeldes, militantes y profundamente revolucionarias, para el odio total e irreconciliable de los Fantino y Fernández Barrio, Santoro y Feinmann, y Carnota también. 
Cuando el padre de Micaela contó que a su hija le daba bronca que el intendente la reconociera como “hija del Yuyo”, y una vez le prometió “que algún día a vos te van a reconocer como el papá de Micaela”, ¿no se parecía un poco a esa extraordinaria síntesis de las Madres, pronunciada por Hebe, cuando dijo que “somos Madres paridas por nuestros hijos”? Dan ganas de llorar. Conmociona. Pero hay que tomar fuerzas, y seguir. La hermosa vida de Micaela, el ejemplo de sus padres, el camino que transitaron las Madres y la huella que dejaron, nos dan una nueva oportunidad sobre la tierra. No nos han vencido. Estamos a tiempo todavía.