Alrededor de 1990 se consolidó la globalización y el modelo neoliberal impulsados por los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña y junto con ello una continua reducción de impuestos a los ricos y la entronización del libre mercado.

Al mismo tiempo comenzó una competencia entre algunos países para que las corporaciones tributaran en ellos, en algunos casos operando dentro de sus fronteras y en otros simplemente consignando su sede fiscal en ellos. Para atraer a esas empresas ofrecen tasas impositivas inferiores a las de sus países de origen y como se trata de competencia esas tasas son cada vez menores; incluso, para completar el combo de beneficios, en algunos casos disminuyen drásticamente los derechos laborales y eliminan restricciones establecidas en defensa del medio ambiente. En resumen: vengan, hagan lo que quieran y paguen menos impuestos.

Todo ello constituye una gran injusticia porque esos impuestos le son retaceados a los países de origen que invirtieron en infraestructura para posibilitar la elaboración y transporte de sus productos, destinaron fondos en la formación educativa de sus empleados, en la estructura de salud para ellos y el entorno en que se mueven y en general en todo lo que posibilita la convivencia física y cultural. Pero por supuesto a las corporaciones los conceptos de solidaridad, justicia y equidad le son ajenos guiándose solamente por la utilidad. Inclusive esa utilidad es en el corto plazo ya que la desfinanciación de los Estados a la larga imposibilitará el normal desenvolvimiento de la economía. La reducción de las tasas impositivas a los ricos unida a la evasión fiscal a través de la mudanza de las corporaciones a lugares con porcentajes impositivos aún más bajos resultó en una disminución de la capacidad de los Estados para cumplir con sus obligaciones, además de constituir un acto de desagradecimiento por todo lo recibido, que se hizo más evidente con la pandemia actual.

La buena noticia es que se perciben algunos signos de que la tendencia podría estar cambiando. La secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, anunció que su país apoya la creación de un tributo mínimo global a las sociedades para poner fin a 30 años de carrera a la baja en las tasas de impuestos corporativos.

¿Cómo funciona el Impuesto global mínimo? Se fija un piso y si una corporación tributa en un lugar al que se mudó para pagar por debajo de ese piso la diferencia será cobrada por el país de la que es originaria. Janet Yellen propuso el 21 % que parece un número bajo pero hay que considerar que hay países con valores muy inferiores, por ejemplo un 9 % en Hungría y en 12,5 % en Irlanda. Así una compañía que fijó su sede en Irlanda para pagar menos debiera abonar la diferencia, es decir el 8,5 % en su lugar de origen. Igual estaría pagando menos que si tributara en Francia o Portugal con tasas alrededor del 31 %, pero por lo menos desalentaría la competencia a la baja porque de nada le serviría a Irlanda bajar aún más los impuestos dado que lo que lograría es que la corporación pagara menos en Irlanda y más en su país de origen.

La iniciativa contó con el apoyo de los gobiernos de Alemania, Francia, Italia y España esperanzados que la enorme influencia que en el mundo financiero tienen los Estados Unidos destraben las tratativas estancadas hace casi 10 años en la Unión Europea. A su vez Grace Pérez Navarro subdirectora del Centro de Política y Administración Tributaria de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) expresó su optimismo en el mismo sentido y el Fondo Monetario Internacional apoyó la iniciativa.

Por otra parte se conoció la manifestación del Fondo Monetario Internacional a favor de que se establezcan impuestos a la riqueza y a los ingresos más altos con carácter excepcional para contribuir a la reactivación económica necesaria frente al desastre producido por la pandemia en todos los países.

El presidente Biden en su primer discurso ante el Congreso norteamericano expreso una serie de conceptos y de propuestas que son alentadores, por lo menos a nivel de enunciación.

Dijo algo que ya sabíamos: “el efecto derrame en economía nunca funcionó” pero ahora lo dice el presidente de Estados Unidos que agregó “es tiempo de hacer crecer la economía desde abajo y el medio”. Me permito señalarles a los economistas vernáculos neoliberales que tomen nota.

También que Wall Street no construyó el país sino que fue la clase media. Para horror de los antiperonistas agregó "y los sindicatos construyeron la clase media". Consecuentemente Impulsó el derecho a formar sindicatos.

Aportó datos que resaltan el nivel de desigualdad como que los Ceos ganan 320 veces más que el promedio de los salarios de los trabajadores; que el 55 % de las grandes empresas no pagó impuestos federales el año pasado, y lograron 40.000 millones de dólares en beneficios y denunció que muchas empresas evaden impuestos a través de paraísos fiscales en Suiza, Bermudas y las Islas Caimán, y se benefician de lagunas fiscales y deducciones para deslocalizar puestos de trabajo y trasladar los beneficios al extranjero,

Enfatizó que las grandes corporaciones y las personas muy ricas que constituyen menos del 1 % de la población deben pagar su parte justa de los impuestos y que los que ganan 400.000 dólares o más al año volverán a tributar el 39,6 % que había sido reducido por Trump. Ahora me permito indicarle a la Suprema Corte que tome nota ya que ella estableció como principio de derecho que más del 33 % es confiscatorio, siendo esto solo una opinión que de ningún modo debió ser tomado como ley.

En su discurso Biden recordó que la reducción de impuestos a los ricos (tan cara a nuestros oligarcas) agregó 2 billones de dólares al déficit (tan aborrecido por esos mismos personajes). Señaló que las inversiones en infraestructura que tanto hicieron para que Estados Unidos sea lo que es solo pudieron ser realizadas por el Estado y propició la centralización por parte del gobierno de la compra de medicamentos para bajar su costo.

Por supuesto que los economistas del neoliberalismo salieron a criticar estos esbozos de progresismo con los argumentos de siempre: es mejor que el dinero lo tengan los privados y no el Estado, basados en la aseveración, sin pruebas, de que la asignación de recursos privados es mejor que la que haría el Estado. Frente a la pandemia los gobiernos asignaron ingentes sumas al robustecimiento de las estructuras sanitarias y a la investigación para el desarrollo de vacunas. ¿Los privados le hubieran encontrado una asignación más eficiente? Sólo se comprende ese dogma si por eficiente se entiende lo que genera mayores ganancias monetarias. Claro que con ese criterio la construcción de puentes y caminos de libre circulación y de hospitales de atención gratuita o de escuelas destinadas a la educación pública son inversiones mal asignadas. Otro remanido argumento es ”si a los ricos les va mejor en el largo plazo la prosperidad alcanzará también a los pobres” lo que jamás se verificó salvo que el largo plazo sea medido en siglos en cuyo caso la previsión es inverificable.

Nada garantiza que se produzca el deseable cambio de tendencia dado que cualquier incremento de la imposición a las personas y las corporaciones inmensamente ricas es furiosamente rechazado, pero el solo hecho de estar en agenda puede significar un cambio en la dirección persistentemente seguida en los últimos 30 años. Un hecho estratégico es la presión de Estados Unidos para lograr que se implante el impuesto mínimo global.

No sabemos si éste es el inicio del fin de la oleada neoliberal pero es seguro que en algún momento sucederá y se conoce que cuando cambia la marea nada la detiene.