Tres nenes -uno vestido con la camiseta argentina- se tiraron el lance, se la jugaron, y le tocaron la puerta al mejor jugador del mundo. Por el simple hecho de conocerlo, de sacarse una foto con su ídolo máximo.

Y les salió. El capitán del seleccionado que le dio al país la tercera estrella mostró una vez más su humildad y carencia de ínfulas de divismo para hablar un rato con ellos y saludarlos.

Otra vez pasando las Fiestas en su casa de un exclusivo barrio privado en Rosario, donde reafirma año a año su preferencia por una vida familiar y alejada de la noche y los escándalos, Leo Messi se dejó adorar.