La revista de ciencia El Gato y La Caja nos trae otra nota interesante sobre dos partes del cuerpo que duelen y molestan pero que pocos saben para qué existen. El biológo Facundo Alvarez Heduan escribió este artículo en donde cuenta, de una manera bastante original, para qué sirven y lo mucho que le debemos a estos dos pedacitos de cuerpo tan subestimados.

Pareciera que está establecido que, tanto el dedo chiquito del pie como el apéndice, son partes del cuerpo casi prescindibles. Pero aquí vienen los muchachos que saben a contarnos que no, que todo lo que está está por algo y cumple, antes, durante o después, una función importante.

“Analicemos un poco estas máximas urbanas. La naturaleza no anda destripando o mutilando gente porque sí. Para que un órgano o una característica de un organismo desaparezca, en general tiene que ser desventajoso para él de alguna manera. O sea, tiene que haber una presión de selección contra esa característica. El dedo chiquito del pie va a desaparecer el día que tenerlo implique vivir y/o reproducirse menos. No se registraron hasta el momento episodios de muerte por colisión del quinto metatarsiano, ni mucho menos casos de ‘No, gorda, hoy no quiero; me duele el dedo chiquito’”, indica con algo de humor el especialista.

Respecto al apéndice, sostiene que, la pregunta de qué papel juega este pequeño pero bastante molesto cachito de cuerpo, también tiene una respuesta lógica.

“Resulta que, si lo sacás, no pasa nada, por lo cual no parece brindar una ventaja apreciable; y, si lo dejás, cada dos por tres se infecta. Pero uno no nace con veintipico de años (por suerte para la salud de todas nuestras madres, al menos para la salud física). Hoy sabemos que, durante el desarrollo, el apéndice del feto tiene un cargo en la subsecretaría de asuntos inmunológicos. Funciona como un órgano linfoide, madurando linfocitos B y produciendo además ciertos tipos de anticuerpos. O sea que al final (en realidad, al principio) este supuesto inútil órgano de mala fama aguanta los trapos del triperío, metiendo bala contra potenciales patógenos que anden merodeando el intestino”, indica en el artículo.

Así que ya sabemos, no los odiemos ni nos quejemos de su existencia que, sin ellos, seguramente tampoco estaríamos nosotros.