LOS MARTÍN FIERRO Y LA VERDAD
Por Carlos Barragán
DESATORMENTÁNDONOS
Querido amigo: llego a casa un poco atormentado por lo último que dijiste después de contarte mis reparos frente al premio de Sietecase y sobre su agradecimiento. Después de escucharme, vos me dijiste: ustedes -678- tampoco dicen siempre la verdad.
Rebobinemos. Mis reparos venían por la idea que tiene Sietecase sobre la verdad, y los dos problemas que según él aparecen para llegar a esa verdad: el gobierno y el poder económico. Según él si uno sortea ambos escollos puede llegar a hacer bien su trabajo como periodista. Y entonces -esto lo digo yo- viene Aptra y te legitima por lo bien que lo hiciste. Hoy Aptra legitimó a Sietecase, pero podría haberlo hecho con Eliaschev, o Ninci, o Leuco, o Alfano, o el asqueante 678 u otros que estaban en condiciones de ser los mejores periodistas del año según la asociación. Pero eso no es lo que me molesta. Me molesta que no me entiendas cuando creí que entendíamos las cosas de la misma manera.
La verdad esa de la que habla Sietecase “Para los que desprecian al discurso maniqueo. A los colegas que siguen pensando que la verdad es lo más importante y que esa verdad no puede estar supeditada a los gobernantes o a los grupos económicos…” Bien, quiero ser claro y decir que esa verdad es una construcción periodística que es muy útil para el periodismo, y creo que no lo es para nadie más. Es como la salud: una construcción de la medicina que le da cierta lógica a lo que hacen los médicos y es de dudoso provecho para quienes nos sometemos a esa convención. En esa verdad del periodismo que supone que “no cayó en la trampa de estar de un lado o del otro” está la trampa más peligrosa por ser la que mejor se vuelve invisible. Se vuelve invisible porque al parecer dice lo que no decimos nosotros, y lo que no dicen los opositores. Por lo tanto parece una tercera vía que toma lo que supuestamente ocultamos tirios y troyanos (jamás pensé que iba a escribir eso) para observar desde un mangrullo una improbable guerra de Troya.
AL VER VERÁS
Te cuento que el mangrullo es un artefacto muy inteligente desde el cual un observador elevado puede percibir la batalla completa, cosa que no ocurre para quienes están abajo en la refriega o en las trincheras –imagen que a 678 parece venirle como anillo e insulto al dedo-. Y bien, entonces habrá que imponerse sobre el soldado que peleó cualquier batalla para asegurarle que lo que él vivió fue mentira, porque desde el mangrullo se observó otra cosa. Puntos de vista. Pero esto no es una guerra, claro. En mi caso es una puja para que el señor del mangrullo no me venga a decir qué es lo que me está pasando, ni qué es lo que estoy viviendo, ni cómo lo tengo que vivir. Y dudo que la técnica para conocer la realidad la tenga alguien. Los profesionales del periodismo podrán inventar los mejores mangrullos, contarnos sus adelantos técnicos, y convencernos de que tienen la fórmula para no caer en los feos maniqueísmos de quienes persiguen sus objetivos. A diferencia de ellos que en sus mangrullos tienen como único objetivo encontrar la verdad, o la mejor manera de contarnos qué está pasando. En el fondo se trata de una defensa corporativa de quienes trabajan parados en esos mangrullos y saben qué cosas decir ante cada suceso acá abajo. Por eso toman un poco del oficialismo y un poco de la oposición cada vez. Pero cada vez que toman un poco del oficialismo aclaran que no son oficialistas, cosa que -a la inversa- no les hace falta aclarar cuando comparten la verdad del opositor. Nunca aclaran “ojo que no soy opositor”, porque con el manual del mangrullo nos enseñaron a todos que por sobre todas las cosas hay que desconfiar de los oficialismos. Y todavía muchos creen en ese principio. Todos aprendimos con el manual del mangrullo que la realidad tiene dos campanas cuando lo único cierto es que no hay campanas sino intereses. Algunos muy visibles y gruesos, y otros personalísimos, ocultos, e infinitos. El teorema de las dos campanas también es parte de las convenciones con que el periodismo de mangrullo basó sus prácticas. Como si el periodista no fuera una campana en sí mismo ni tuviera intereses. Por eso hasta en A Dos Voces se jactan con desparpajo de esa virtud.
BARRO TAL VEZ
Amigo mío, vos me decís que no decimos la verdad siempre. Como si fuese posible decirla siempre. Como si alguien supiera de qué se trata eso, siempre y en cada caso. Y sí, me podrás citar casos puntuales. Los dos estamos pensando en lo mismo. Pero te aseguro que si revisás bien, te vas a encontrar con que estamos pensando lo pensado por los operadores de la oposición, esos casos que no nos gustan aunque las pruebas no aparezcan, esos casos que tienen todos los ingredientes del periodismo moralista hipócrita que sabe cómo psicopatearnos. Pero te digo más: la verdad es lo que queremos, no lo que sabemos. Y esto que suena horroroso para quien se autoproclama oficialista como yo, es igual para el profesional del mangrullo. La diferencia es que él lo que quiere es permanecer eternamente en su lugar de observación sin importarle ni influir en el resultado de los conflictos allá abajo. Y yo soy parte del conflicto. Y de última, el hombre del mangrullo sabe que para sostenerse más tiempo ahí deberá concederle alguna sonrisa a los poderes económicos porque esos son los que nunca se van porque no podemos elegirlos. Es que el hombre del mangrullo, con su imagen heróica y resistente necesita siempre de alguien que le suba algo para comer.
NO VES QUE YA NO SOMOS CHIQUITOS?
Amigo y compañero, entiendo que para conformar las prácticas de ese periodismo deberíamos haber hablado mal de Boudou, mal de la devaluación de enero, mal del Indec y mal de Milani. Así nos hubiésemos parecido al hombre del mangrullo al que le interesa lo que ocurre con esos temas solamente como elementos para poner en su balanza primorosamente equilibrada. Elementos que son imprescindibles –no para que la población conozca, ni como seria denuncia- sino para que el periodista profesional tenga algo convincente que mostrar ante cualquier sospecha de oficialismo. Y vos podrás insistirme con “pero Boudou está hasta las manos, y la devaluación estuvo mal” Y te cuento que sobre Boudou no hay más pruebas que las oscuras convicciones cotidianas de Clarín y las flatulencias de Wiñazky y su entrenador, y que sobre la devaluación ya dijimos que fue una derrota imparable. Pero vos me vas a insistir “al Indec lo destrozaron y Milani es un desastre”. Pero lo único cierto es que vos, yo, y el hombre sobre el mangrullo no sabemos demasiado sobre el fondo de ninguna de esas cosas sobre las cuales no se ponen de acuerdo ni expertos economistas, ni los investigadores del Cels. Lo único cierto es que las sospechas propagadas hasta la pandemia se nos imponen como aquel imperativo categórico. Y seguimos siendo rehenes de la moral mediática.
Lo cierto también, es que desde 678 también criticamos las cosas que nos parecen mal, sólo que el convencimiento de que se dice desde una sucia trinchera –una operación más- hace que esas críticas sean inmediatamente insuficientes. En realidad el observador que ve a 678 como una sucia trinchera lo que espera es que nos quitemos la mugre y tengamos alguna vez “objetividad”. Esa tramposa objetividad inventada y exigida por los periodistas del mangrullo.
SEGUIR VIVIENDO SIN TU AMOR
Lo cierto es que el periodismo opositor –mientras el periodismo de mangrullo observa y dice que hay dos facciones enardecidas- ha conseguido que sus insultos, sus humillaciones, sus injurias, sus agresiones, y sus calumnias sean considerados candorosamente como sanas “denuncias”. En realidad falsas denuncias que si duran un día te arruinan el mes, y que si duran un mes te arruinan la vida. Denuncias que no tienen la obligación de demostrar con pruebas, porque algunos jueces todavía son sus socios y algunos otros todavía le temen a sus extorsiones y no permiten resarcimiento. Así mis compañeros de 678 fueron denunciados penalmente por incitar a la violencia
–no fue un chiste- y sólo consiguieron que se levantara la acción penal. Pero no hubo ninguna clase de reparación pública. Como no la tendré yo que para el público de esos periodistas seguiré siendo un chorro. Y para el público de los periodistas de mangrullo seguiré siendo un faccioso que en el fondo se busca y se merece la persecución de esos medios y por otros medios.
JARDÍN DE GENTE
Con sosegado desencanto te digo que la batalla cultural hoy parece estar perdida. Tu comentario es otra prueba más, aunque no la más grave, de esta sensación. Son muchos los que apoyan al gobierno y al mismo tiempo esperan que vuelvan los periodistas profesionales a contar cómo suenan las dos campanas. Las cosas de acá y las de allá. Los pro y los contras. Y quieren que el periodista logre subirse al mangrullo desde donde mirar el escenario completo. Sin pasiones que le nublen el entendimiento, y sin peligro de que pierda la equidistancia con su objeto: la verdad. Son muchos los que piensan que hacemos mal en estar en esta sucia trinchera con un discurso homogéneo y aburrido. Son muchos los que creen que es por culpa de ese discurso que la batalla no se ganó. Pero yo sé que del periodismo no se puede esperar nada más que periodismo, con su lógica autoindulgente, con sus promocionadas grandezas y escondidas miserias. Periodistas de mangrullo que jamás se animarán a decir lo extraordinario que fue Néstor Kirchner, ni lo brillante que es Cristina. Sus grandezas y valentías periodísticas se quedarán siempre en contarnos sus defectos y costados débiles. Porque saben que con eso se ganarán un lugar de respeto entre sus colegas y entre quienes esperan el reporte totalizante de las dos campanas. La verdad, esa verdad ante la cual nos quieren hacer bajar la cabeza, te aseguro que no es una verdad valiosa para vos ni para mí. La verdad valiosa es la que podamos construir entre muchos más que los profesionales de los medios. La verdad valiosa no viene de esquivar al gobierno y al poder económico. ¿Quién creó esa díada diabólica sino alguien que se postuló como el primer hombre independiente en la luna? Ningún periodista del mundo ha dejado de favorecer a uno o al otro por acción u omisión. Walsh y algún otro serán casos únicos por haber vivido con especial coraje en épocas excepcionales. Pero el héroe del mangrullo no nos puede seguir vendiendo sus prestidigitaciones, ni sus aprendidos gestos, ni su manual que dice que sólo con ese manual podemos ser sabios y libres.
BLUES DE CRIS
La verdad valiosa nos pertenece a todos, y la hacemos entre todos. Por eso creo que si bien hoy la batalla cultural parece estar perdida, también tenemos con qué ganarla hacia el futuro. Porque somos hombres y mujeres libres, y no podemos dejar nuestra libertad en manos de los expertos. Porque la verdad es la lucha para que la gente vivamos mejor. Y eso no significa que entonces estaremos dispuestos a mentir, a entregar una verdad acondicionada a nuestros intereses. Es que la verdad es la expresión de esas condiciones y esos intereses. Son los mismos parámetros que usa la verdad periodística, sólo que sus condiciones e intereses tienen que ver con la autosubsistencia de la profesión. La búsqueda de la verdad periodística es la búsqueda de un producto sano, apetitoso, para todas las edades, con buena imagen y con la consigna noventista de caiga quien caiga. Porque el periodismo de mangrullo es inconmovible en su personalismo cuenta con técnicas esotéricas que dicen prescindir de toda ideología. Porque sin comprometerse con ninguna ideología –comprometerse, no adherir o simpatizar- pueden cumplir su misión hasta cuando el ejercicio de esa verdad periodística es capaz de inflingir el peor de los daños. Y vos me dirás que entonces mi verdad está condicionada por mis intereses políticos. Y yo te diré que eso es exactamente lo que ocurre con la verdad periodística. La única diferencia es que todavía, en el fondo de nuestros sus corazones, algunos cargan con la certeza implantada de que lo político pervierte lo que toca. Una certeza que el periodismo ha sabido infundirnos a través de décadas de adiestrarnos para que creyéramos que sólo un periodista es capaz de encontrar la verdad para contárnosla a nosotros. Esa gente generosa que ejerce un usurpado cuarto poder que está también por sobre el poder de todos nosotros.
Pero ellos, compañero, van a querer psicopatearte diciéndote: vos imaginate un diario escrito por un gobierno para protegerse a sí mismo.
Yo te diría: vos imaginate un diario escrito por personas para proteger su profesión.

DESATORMENTÁNDONOS

Querido amigo: llego a casa un poco atormentado por lo último que dijiste después de contarte mis reparos frente al premio de Sietecase y sobre su agradecimiento. Después de escucharme, vos me dijiste: ustedes -678- tampoco dicen siempre la verdad.

Rebobinemos. Mis reparos venían por la idea que tiene Sietecase sobre la verdad, y los dos problemas que según él aparecen para llegar a esa verdad: el gobierno y el poder económico. Según él si uno sortea ambos escollos puede llegar a hacer bien su trabajo como periodista. Y entonces -esto lo digo yo- viene Aptra y te legitima por lo bien que lo hiciste. Hoy Aptra legitimó a Sietecase, pero podría haberlo hecho con Eliaschev, o Ninci, o Leuco, o Alfano, o el asqueante 678 u otros que estaban en condiciones de ser los mejores periodistas del año según la asociación. Pero eso no es lo que me molesta. Me molesta que no me entiendas cuando creí que entendíamos las cosas de la misma manera.

La verdad esa de la que habla Sietecase “Para los que desprecian al discurso maniqueo. A los colegas que siguen pensando que la verdad es lo más importante y que esa verdad no puede estar supeditada a los gobernantes o a los grupos económicos…” Bien, quiero ser claro y decir que esa verdad es una construcción periodística que es muy útil para el periodismo, y creo que no lo es para nadie más. Es como la salud: una construcción de la medicina que le da cierta lógica a lo que hacen los médicos y es de dudoso provecho para quienes nos sometemos a esa convención. En esa verdad del periodismo que supone que “no cayó en la trampa de estar de un lado o del otro” está la trampa más peligrosa por ser la que mejor se vuelve invisible. Se vuelve invisible porque al parecer dice lo que no decimos nosotros, y lo que no dicen los opositores. Por lo tanto parece una tercera vía que toma lo que supuestamente ocultamos tirios y troyanos (jamás pensé que iba a escribir eso) para observar desde un mangrullo una improbable guerra de Troya.

AL VER VERÁS

Te cuento que el mangrullo es un artefacto muy inteligente desde el cual un observador elevado puede percibir la batalla completa, cosa que no ocurre para quienes están abajo en la refriega o en las trincheras –imagen que a 678 parece venirle como anillo e insulto al dedo-. Y bien, entonces habrá que imponerse sobre el soldado que peleó cualquier batalla para asegurarle que lo que él vivió fue mentira, porque desde el mangrullo se observó otra cosa. Puntos de vista. Pero esto no es una guerra, claro. En mi caso es una puja para que el señor del mangrullo no me venga a decir qué es lo que me está pasando, ni qué es lo que estoy viviendo, ni cómo lo tengo que vivir. Y dudo que la técnica para conocer la realidad la tenga alguien. Los profesionales del periodismo podrán inventar los mejores mangrullos, contarnos sus adelantos técnicos, y convencernos de que tienen la fórmula para no caer en los feos maniqueísmos de quienes persiguen sus objetivos. A diferencia de ellos que en sus mangrullos tienen como único objetivo encontrar la verdad, o la mejor manera de contarnos qué está pasando. En el fondo se trata de una defensa corporativa de quienes trabajan parados en esos mangrullos y saben qué cosas decir ante cada suceso acá abajo. Por eso toman un poco del oficialismo y un poco de la oposición cada vez. Pero cada vez que toman un poco del oficialismo aclaran que no son oficialistas, cosa que -a la inversa- no les hace falta aclarar cuando comparten la verdad del opositor. Nunca aclaran “ojo que no soy opositor”, porque con el manual del mangrullo nos enseñaron a todos que por sobre todas las cosas hay que desconfiar de los oficialismos. Y todavía muchos creen en ese principio. Todos aprendimos con el manual del mangrullo que la realidad tiene dos campanas cuando lo único cierto es que no hay campanas sino intereses. Algunos muy visibles y gruesos, y otros personalísimos, ocultos, e infinitos. El teorema de las dos campanas también es parte de las convenciones con que el periodismo de mangrullo basó sus prácticas. Como si el periodista no fuera una campana en sí mismo ni tuviera intereses. Por eso hasta en A Dos Voces se jactan con desparpajo de esa virtud.

BARRO TAL VEZ

Amigo mío, vos me decís que no decimos la verdad siempre. Como si fuese posible decirla siempre. Como si alguien supiera de qué se trata eso, siempre y en cada caso. Y sí, me podrás citar casos puntuales. Los dos estamos pensando en lo mismo. Pero te aseguro que si revisás bien, te vas a encontrar con que estamos pensando lo pensado por los operadores de la oposición, esos casos que no nos gustan aunque las pruebas no aparezcan, esos casos que tienen todos los ingredientes del periodismo moralista hipócrita que sabe cómo psicopatearnos. Pero te digo más: la verdad es lo que queremos, no lo que sabemos. Y esto que suena horroroso para quien se autoproclama oficialista como yo, es igual para el profesional del mangrullo. La diferencia es que él lo que quiere es permanecer eternamente en su lugar de observación sin importarle ni influir en el resultado de los conflictos allá abajo. Y yo soy parte del conflicto. Y de última, el hombre del mangrullo sabe que para sostenerse más tiempo ahí deberá concederle alguna sonrisa a los poderes económicos porque esos son los que nunca se van porque no podemos elegirlos. Es que el hombre del mangrullo, con su imagen heróica y resistente necesita siempre de alguien que le suba algo para comer.

NO VES QUE YA NO SOMOS CHIQUITOS?

Amigo y compañero, entiendo que para conformar las prácticas de ese periodismo deberíamos haber hablado mal de Boudou, mal de la devaluación de enero, mal del Indec y mal de Milani. Así nos hubiésemos parecido al hombre del mangrullo al que le interesa lo que ocurre con esos temas solamente como elementos para poner en su balanza primorosamente equilibrada. Elementos que son imprescindibles –no para que la población conozca, ni como seria denuncia- sino para que el periodista profesional tenga algo convincente que mostrar ante cualquier sospecha de oficialismo. Y vos podrás insistirme con “pero Boudou está hasta las manos, y la devaluación estuvo mal” Y te cuento que sobre Boudou no hay más pruebas que las oscuras convicciones cotidianas de Clarín y las flatulencias de Wiñazky y su entrenador, y que sobre la devaluación ya dijimos que fue una derrota imparable. Pero vos me vas a insistir “al Indec lo destrozaron y Milani es un desastre”. Pero lo único cierto es que vos, yo, y el hombre sobre el mangrullo no sabemos demasiado sobre el fondo de ninguna de esas cosas sobre las cuales no se ponen de acuerdo ni expertos economistas, ni los investigadores del Cels. Lo único cierto es que las sospechas propagadas hasta la pandemia se nos imponen como aquel imperativo categórico. Y seguimos siendo rehenes de la moral mediática.

Lo cierto también, es que desde 678 también criticamos las cosas que nos parecen mal, sólo que el convencimiento de que se dice desde una sucia trinchera –una operación más- hace que esas críticas sean inmediatamente insuficientes. En realidad el observador que ve a 678 como una sucia trinchera lo que espera es que nos quitemos la mugre y tengamos alguna vez “objetividad”. Esa tramposa objetividad inventada y exigida por los periodistas del mangrullo.

SEGUIR VIVIENDO SIN TU AMOR

Lo cierto es que el periodismo opositor –mientras el periodismo de mangrullo observa y dice que hay dos facciones enardecidas- ha conseguido que sus insultos, sus humillaciones, sus injurias, sus agresiones, y sus calumnias sean considerados candorosamente como sanas “denuncias”. En realidad falsas denuncias que si duran un día te arruinan el mes, y que si duran un mes te arruinan la vida. Denuncias que no tienen la obligación de demostrar con pruebas, porque algunos jueces todavía son sus socios y algunos otros todavía le temen a sus extorsiones y no permiten resarcimiento. Así mis compañeros de 678 fueron denunciados penalmente por incitar a la violencia

–no fue un chiste- y sólo consiguieron que se levantara la acción penal. Pero no hubo ninguna clase de reparación pública. Como no la tendré yo que para el público de esos periodistas seguiré siendo un chorro. Y para el público de los periodistas de mangrullo seguiré siendo un faccioso que en el fondo se busca y se merece la persecución de esos medios y por otros medios.

JARDÍN DE GENTE

Con sosegado desencanto te digo que la batalla cultural hoy parece estar perdida. Tu comentario es otra prueba más, aunque no la más grave, de esta sensación. Son muchos los que apoyan al gobierno y al mismo tiempo esperan que vuelvan los periodistas profesionales a contar cómo suenan las dos campanas. Las cosas de acá y las de allá. Los pro y los contras. Y quieren que el periodista logre subirse al mangrullo desde donde mirar el escenario completo. Sin pasiones que le nublen el entendimiento, y sin peligro de que pierda la equidistancia con su objeto: la verdad. Son muchos los que piensan que hacemos mal en estar en esta sucia trinchera con un discurso homogéneo y aburrido. Son muchos los que creen que es por culpa de ese discurso que la batalla no se ganó. Pero yo sé que del periodismo no se puede esperar nada más que periodismo, con su lógica autoindulgente, con sus promocionadas grandezas y escondidas miserias. Periodistas de mangrullo que jamás se animarán a decir lo extraordinario que fue Néstor Kirchner, ni lo brillante que es Cristina. Sus grandezas y valentías periodísticas se quedarán siempre en contarnos sus defectos y costados débiles. Porque saben que con eso se ganarán un lugar de respeto entre sus colegas y entre quienes esperan el reporte totalizante de las dos campanas. La verdad, esa verdad ante la cual nos quieren hacer bajar la cabeza, te aseguro que no es una verdad valiosa para vos ni para mí. La verdad valiosa es la que podamos construir entre muchos más que los profesionales de los medios. La verdad valiosa no viene de esquivar al gobierno y al poder económico. ¿Quién creó esa díada diabólica sino alguien que se postuló como el primer hombre independiente en la luna? Ningún periodista del mundo ha dejado de favorecer a uno o al otro por acción u omisión. Walsh y algún otro serán casos únicos por haber vivido con especial coraje en épocas excepcionales. Pero el héroe del mangrullo no nos puede seguir vendiendo sus prestidigitaciones, ni sus aprendidos gestos, ni su manual que dice que sólo con ese manual podemos ser sabios y libres.

BLUES DE CRIS

La verdad valiosa nos pertenece a todos, y la hacemos entre todos. Por eso creo que si bien hoy la batalla cultural parece estar perdida, también tenemos con qué ganarla hacia el futuro. Porque somos hombres y mujeres libres, y no podemos dejar nuestra libertad en manos de los expertos. Porque la verdad es la lucha para que la gente vivamos mejor. Y eso no significa que entonces estaremos dispuestos a mentir, a entregar una verdad acondicionada a nuestros intereses. Es que la verdad es la expresión de esas condiciones y esos intereses. Son los mismos parámetros que usa la verdad periodística, sólo que sus condiciones e intereses tienen que ver con la autosubsistencia de la profesión. La búsqueda de la verdad periodística es la búsqueda de un producto sano, apetitoso, para todas las edades, con buena imagen y con la consigna noventista de caiga quien caiga. Porque el periodismo de mangrullo es inconmovible en su personalismo cuenta con técnicas esotéricas que dicen prescindir de toda ideología. Porque sin comprometerse con ninguna ideología –comprometerse, no adherir o simpatizar- pueden cumplir su misión hasta cuando el ejercicio de esa verdad periodística es capaz de inflingir el peor de los daños. Y vos me dirás que entonces mi verdad está condicionada por mis intereses políticos. Y yo te diré que eso es exactamente lo que ocurre con la verdad periodística. La única diferencia es que todavía, en el fondo de nuestros sus corazones, algunos cargan con la certeza implantada de que lo político pervierte lo que toca. Una certeza que el periodismo ha sabido infundirnos a través de décadas de adiestrarnos para que creyéramos que sólo un periodista es capaz de encontrar la verdad para contárnosla a nosotros. Esa gente generosa que ejerce un usurpado cuarto poder que está también por sobre el poder de todos nosotros.

Pero ellos, compañero, van a querer psicopatearte diciéndote: vos imaginate un diario escrito por un gobierno para protegerse a sí mismo.

Yo te diría: vos imaginate un diario escrito por personas para proteger su profesión.