El tercer puesto obtenido por la propuesta de un FPV relegado por un 70% de la ciudadanía que se inclinó hacia opciones conservadoras y progreliberales que confluyen, a nivel nacional, en un único proyecto encabezado por Mauricio Macri, dio lugar a una enorme cantidad de análisis entre los que sobresalieron algunos que me interesaría retomar, no por originales precisamente. Particularmente, me refiero a aquellas miradas que acusaron al votante citadino de “egoísta” e “individualista”, términos que lejos de ser descriptivos implican una valoración. Sin dudas, el habitante de la ciudad de Buenos Aires, como el de otros grandes centros urbanos de la Argentina e incluso del mundo, tiene una serie de características que en general lo diferencian de la idiosincrasia de hombres y mujeres de regiones con otras vivencias, otras crianzas y otras cosmovisiones que también florecen en este y en cada uno de los países. Sin embargo, avanzar en esa línea de razonamiento reproduce la lógica de lo podríamos llamar “el voto descalificado”. Más específicamente, cuando una mayoría apoya a un gobierno o a un candidato que por alguna razón se distancia del pensamiento de las elites presuntamente ilustradas y de las clases medias también presuntamente ilustradas, se aduce que ese voto no es un voto racional sino que obedece a que las mayorías (y decir “mayorías” suele ser lo mismo que decir “pobres”) votan según sus necesidades inmediatas y, en tanto tal, son presas del clientelismo. El cineasta Pino Solanas, algún tiempo atrás, habló de la poca calidad del voto en las provincias del Norte Argentino donde aparentemente la continuidad de determinados caudillos se debe al espíritu dadivoso que circula en época de elecciones y que es capaz de conformar a una mayoría ignorante. Se trataría, entonces, de un voto de baja calidad. Ahora bien, si para explicar por qué las mayorías de la ciudad se inclinan por determinadas opciones electorales, aducimos que se trata de burgueses asustados que solo piensan en sí mismos y que actúan lobotomizados por los medios de comunicación opositores, no parecemos razonar de modo muy distinto pues éste sería, también, un voto de baja calidad muy poco racional. Aquél por clientelar y éste por egoísta. Advertir este punto, claro está,  no implica desconocer que el clientelismo existe ni que muchos hombres y mujeres de este país y del mundo votan por razones que obedecen exclusivamente a todo aquello que pasa cerca de su ombligo. Pero las razones para elegir un candidato son enormemente complejas y podemos encontrar razones clientelares y egoístas en los votos tanto del PRO como del FPV. ¿Acaso vamos a creer que el 54% que votó por el FPV en 2011 lo hizo por los DDHH y por tener el compromiso ideológico de apoyar el sueño de la patria latinoamericana y entender que las políticas neokeynesianas y redistributivas son lo mejor que le puede pasar a la Argentina en el contexto de un mundo multipolar? ¡Claro que no! Del mismo modo, tampoco es justo decir que todo aquel que votó al PRO está a favor del capitalismo financiero probuitre que dejó al país en ruinas. Hay muchos que sí pero otros votan por razones más mundanas, por identificaciones, por caprichos, por afectos y por desconocimiento también, variables que atraviesan a los electores que se han pronunciado por cada uno de los partidos.

Para concluir, si el FPV quiere obtener mejores resultados electorales en la Ciudad tendrá que tener una mejor construcción local y mejores propuestas para acompañar al que parece ser un buen candidato como Mariano Recalde. Y si con eso no alcanzara, deberá acostumbrarse a perder elecciones como decía Raúl Alfonsín. Pero suponer que la sociedad se divide en buenos (que votan bien, con calidad, como yo) y malos (que votan mal, sin calidad, como votan los que no lo hacen como yo) supone una moralización de la política, es decir, nos lleva al terreno en el que siempre quiso jugar la oposición: el terreno de la despolitización.