Las ideas son discutibles, pero las personas deben ser respetadas. Y cada una tiene su fe. O es atea. El absurdo: ser asesinado por dibujar caricaturas. También es paradójico que los franceses, tras el ataque contra Charlie Hebdo, compren miles de ejemplares del pequeño pero esencial “Tratado de la tolerancia” de nuestro admirado Voltaire. Así, suponen probar que sus leyes protegen la libertad de los ciudadanos.

Pero los valores de la democracia se basaron siempre en los vínculos entre educación y convivencia. Aludiendo a los musulmanes, citan a Sócrates: “Nos burlamos de los que se sienten superiores sin serlo” Padecen grave desmemoria. Olvidan cómo torturaban a los que ellos definían inferiores (argelinos en 1958) con su “Escuela Francesa” que mudaron aquí, sobre la que realizó un documental Marie Robin (1995). Las sátiras de Voltaire divierten. Pero al morir flaqueó: llamó a un cura.

En la columna previa planteamos nuestra suspicacia sobre la versión oficial respecto al atentado. El periodista Walter Goobar, escribió el 18/1/15 en “Miradas al Sur”: “Está tan llena de agujeros y puntos oscuros que ha dado lugar a que incluso personalidades como Paul Craig Roberts, ex subsecretario del Tesoro de EE.UU., atribuyeran la autoría del sangriento asalto al DGSE, los servicios de inteligencia francesas. La sospecha está justificada pues un diario estadounidense vincula a los presuntos perpetradores, los hermanos Kouachi, con un oscuro y enigmático personaje de los servicios secretos franceses que habría sido quien los reclutó: David Drugeon”. Estábamos en lo cierto.

Quizás Occidente lo ordenó para justificar su guerra global contra el terrorismo. Ideal por los recortes de los impopulares líderes europeos. Han inventado el enemigo perfecto, dado su velo (burka). Puede ser cualquiera. Invita a la negación del Otro: el extranjero, el  disidente, el que tiene costumbres distintas. Mejor, imposible. Si no es persona sino un “blanco” (como enseñaban el hijo del general Patton en Viernam y otros aquí) carece de derechos y garantías. Es sólo un sujeto a matar.

El maniqueísmo retorna. Nadie se escandaliza del acuerdo de EE.UU y Turquía para entrenar durante tres años a 15 mil mercenarios para conquistar Siria. Cobrarán paga, parte del negocio del petróleo y de la venta de armas. Los americanos son maestros en que otros mueran por ellos. La Islamofobia no le impide a Francia apoyar al EI en Siria. Y la gente cede temerosa en Europa sus derechos para que la controlen.

Hace 3 años mataron a 4 niños judíos en un colegio de Toulouse y no reaccionó preocupada. Ahora los medios les lavaron el cerebro. Según el juez Zaffaroni, controlando lo que piensa el 70 % se maneja un país. Dijo que lo realizan los multimedios en América y buscan hacerlo aquí.

La CIA es experta en desvincularse. Hace tres años fueron publicados documentos (tras pedirlos 25 años) que prueban su orden de matar al Che en 1967, al que definió un infiltrado en las tropas de Fidel Castro: “Mugriento incluso para los estándares bajos de pulcritud que rigen en las fuerzas de Sierra Maestra”. Con el habitual desprecio: “Es bastante intelectual para ser un latino”. Si el lector vivía cuando lo ejecutaron, recordará que la CIA afirmó ignorar el hecho y otorgó todo el mérito a su sirviente, el presidente boliviano René Barrientos. Pero le cortó las manos al Che y las llevó a EE.UU para cotejarlas con huellas que le facilitó el dictador Onganía, otro de sus fidedignos subalternos. Ahora también políticos y periodistas se infiltran e informan a esa embajada.

Los califatos son hoy como era Cuba previa a su Revolución: muerta de hambre. Sólo los príncipes, por el petróleo, viven bien. O no habría emigración. El Che era distinto: no mataba al rival herido y redactó la primera reforma agraria. Inés Hayes escribió lo que diferencia a Cuba de los ricos y quizá pobres países del Medio Oriente: “Antes, un típico campesino vivía en una choza, trabajaba sólo por temporadas, era analfabeto y estaba siempre enfermo”. Ahora no sólo se ha educado; posee la misma esperanza de vida que un estadounidense: 79 años.

En el documental de Michael Moore sobre el 11-9, se ve cómo Bush dejó huir de EE.UU a la rica familia de Osama Bin Laden. Antes, eran aliados: a Bin Laden lo entrenó la CIA para la guerra en Afganistán, la madre de cuanto ahora pasa en el Medio Oriente. Y Bush aprobó la tortura en Iraq. Por sufrirla, jóvenes sin trabajo e inocentes, como los presos en Abu Ghraib y Guantánamo (que Obama prometió cerrar en 2009 y no cumplió) se radicalizaron. La tortura es un arma, pero el terrorismo también. Cualquiera puede utilizarlo en nombre de otros.

Aquí lo hacía el general Bussi en Tucumán. Mataban a conscriptos y juraba a los terratenientes que había sido el ERP y no había plata para “luchar contra la guerrilla”. La daban. Y a él le hallaron millones afuera.

Incluso hay lucha de clases entre las religiones para ver quién tiene el mejor Dios. Y un grado de irresponsabilidad (o falta de conocimiento de la historia) que alarma en los firmantes de la revista Charlie Hebdo. Algo similar al valorado colonialismo “civilizador” de los españoles que memora el Día de la Raza. Así, Franco tituló “Raza” a su único guion.

No sólo los musulmanes iniciaron guerras religiosas. Sí, los moros en España estuvieron 750 años. También dominaron Sicilia y otros sitios. Pero dejaron allí parte de su gran cultura. ¿Por qué no memorar lo que la cultura árabe piensa de las Cruzadas, alabadas por el cristianismo, según el cual iba a “civilizarlos”? Los saquearon, violaron y mataron.

Fue en otra época, pensará el lector. Entonces, ¿no cuenta? ¿No está en el imaginario de los musulmanes? ¿Y usted cómo lo sabe? Hace años, alguien citó las Cruzadas. No recordamos si fue en Marruecos, Túnez, Egipto, Libia, Israel, Turquía, o en Chipre. Sabíamos lo que nos enseñaron en el colegio. Es decir, la estrecha versión occidental. Nos contaron su lección de historia. La que habían sufrido. Y nos callamos.

La idea de unir a los cristianos para luchar contra el Islam fue del Papa Gregorio VI. Luego la predicó el papa Alejandro II: ofreció Indulgencia por los pecados del pasado a estos cristianos que lucharan contra “el infiel musulmán”. Las Cruzadas las impulsó la Francia de los Capetos.

Duraron casi 200 años en la Edad Media y su misión fue un solemne voto para liberar los Lugares Santos de la dominación musulmana y restablecer la cristiandad. Más que el fervor religioso, las motivaron intereses expansionistas de la nobleza feudal, controlar el comercio con Asia, y el afán hegemónico del papado sobre otras monarquías e iglesias de Oriente. Hubo ocho cruzadas entre el siglo XI y el XIV.

Todos olvidamos los crímenes a los nativos de América y el saqueo de muchas de sus riquezas. O la página negra de la Santa Inquisición en España e Italia, que torturó salvaje y quemó vivas a personas para terminar con “la herejía”. En España fue muy extensa (1242-1834). Los 200 años peores empezaron con los Reyes  Católicos. En 339 años, la Iglesia quemó a 31.912 personas y torturó a casi 300 mil. No sólo allí. También en Lima, México, Sicilia. Y en varias otras regiones.

Guerras religiosas hubo siempre, reconoció Francisco. La cruzada de Bush tras el 11-9 utilizó el lema “Occidente contra el terrorismo”, que era entonces Al Qaeda. Aquí la dictadura juraba representar al mundo “occidental y cristiano contra el marxismo apátrida”. La paradoja es que la mayoría de los asesinados eran cristianos. Responsabilizar de todo al fundamentalismo musulmán es olvidar las disputas entre los grupos integristas del islamismo, el saqueo por Occidente de recursos (el petróleo, entre otros), las precarias condiciones de subdesarrollo, el desencanto sobre el futuro que los lleva a emigrar y quizás morir en las aguas del Mediterráneo. Los jóvenes cuadros del terrorismo viven desechados, como previamente los padres en sus lugares de origen.

Ellos no olvidaron que Francia ha enviado tropas a combatir en Irak, lo cual hace a los musulmanes (sólo el 4% de su población) candidatos a ser cooptados. Según se publicó, Charlie Hebdo satirizaba más a los musulmanes que a otros. Echaron al dibujante Siné por burlarse del hijo de Sarkozy (baluarte de la derecha) al casarse con una judía. Se sabe que no tiene condena penal satirizar al Islam. Pero dan condena a quien se burla del Holocausto. ¿Doble vara? Escritores y periodistas amamos la libertad de expresión, censurada por décadas en este país.

No hoy. Leila Lalani, novelista de EE.UU, dice: “Debemos aceptar que el derecho a ofender es parte fundamental del derecho a la libertad de expresión”. Un delirio. Luego se contradice: “También hay que aceptar que debemos asumir responsabilidades ante los demás”. Nosotros creemos que el periodista es libre de criticar los “actos” realizados por las personas de cualquier religión, pero no de agraviar sus “creencias”. El cristianismo, por ejemplo, tiene una gran carga simbólica, alegórica, de imágenes. A su vez, el judaísmo y el islamismo prescinden de ellas.

El Vaticano editó un libro (La Inquisición, 2000). Debido a él, el “santo” Juan Pablo II pidió perdón por esos “pecados”. Sobre 125.000 mujeres acusadas de brujería en Europa entre los años 1540 y 1700, murieron en la hoguera 50 mil. Y Leonardo Sciascia en su libro “Muerte de un inquisidor”, cuenta las torturas y la muerte de un honrado monje de su pueblo, Racalmuto, por no prestarse a las maniobras dolosas de los poderosos obispos. Memoremos: en Florencia quemaron a Savonarola y en Roma al monje que nunca renegó de sus ideas: Giordano Bruno.

De acuerdo a lo que dijo Francisco (“Tenemos la obligación de hablar abiertamente pero sin ofender”) es factible narrar “hechos” sin agraviar a una religión. En “Presencias interiores” relatamos la historia de Italia de los últimos dos siglos y analizamos la obra de 17 escritores y lo que ocurría mientras publicaba un libro un autor. Desde Manzoni hasta los afines al fascismo o al comunismo. El lector se entera de las injusticias que avaló el Vaticano hace 150 años, cuando Italia no era un país. El papado tenía poder espiritual y terrenal por su ejército de mercenarios.

El Papa Pío IX era el monarca, no les dirigía la palabra a los sirvientes. Insistía en no educar a las masas (lo reveló Stendhal en su magistral novela “Rojo y negro”) y, en un país con el 90 % de analfabetos, exigió  en 1861 (para que las primeras elecciones de la historia de Italia no la ganaran los partidarios de la República) condiciones muy difíciles para votar (tan estrictas como a los negros en EE.UU en 1964, primer año que votaron): saber leer, tener más de 25 años y una renta alta. Fue para ricos. Votó sólo el 1,8 % de la población. Por las dudas, el Papa excomulgó a los católicos que votaran. Dijo: “Ni electores, ni elegidos”.

Si bien Cavour, uno de los creadores del país (gracias a ello, tiene una plaza en cada pueblo de Italia) proclamó ese año a Víctor Manuel II el rey, Pío IX (luego santificado) rechazó esa invasión “de los italianos” y contrató soldados franceses para vencer a los garibaldinos y retener el poder temporal de los Estados Pontificios. Unido a la nobleza, porque menospreciaba a la “chusma”. Cuando Francia retiró las tropas que lo protegían en 1870, Roma tuvo que votar: 40.700 a favor de la anexión a Italia y sólo 46 en contra. El Papa declaró ser “prisionero en Roma”.

Llamaba “perros” a los judíos. Luego, para lograr la unidad en 1871, le permitieron retener sus posesiones, pero esas leyes antijudías fueron derogadas. Menos en sus Estados Pontificios. La última sentencia del   Papa Pío IX decapitó a dos jóvenes rebeldes que volaron un cuartel. Luigi Magni lo expone en su film “En nombre del Papa Rey” (1970). Lo relatamos para quienes creen que la Iglesia sólo tuvo poder espiritual.

El odio al voto nació en la Iglesia debido a su enemiga, la Revolución Francesa, pues por ideología le quitó tierras y menoscabó el poder de su aliada la aristocracia. Tras declararse la unión italiana, el papado se conformó apenas con el poder espiritual. Pero influía. Se narra la firma de Mussolini en 1929, con el Papa Pio XI, del tratado de Letrán. Por él el Vaticano, tras 58 años, reconoció por primera vez al Estado italiano.

A cambio, ganó mucho espacio. El fascismo le dio la independencia de su ínfimo territorio, un Concordato haciendo del catolicismo la religión oficial de Italia, la supresión del matrimonio civil, la obligatoriedad de la instrucción religiosa en las escuelas, y una sustanciosa renta anual.

En 1933, a dos meses de subir Hitler al poder (tras derogar artículos de la Constitución sobre libertad de expresión, asociación y prensa y abrir el campo de concentración de Dachau, que visitamos en 1969), el Vaticano le brindó un inusitado resguardo mundial, firmando con él un Concordato. También narramos un hecho trágico, poco conocido, que ocurrió el año previo al inicio de la Segunda Guerra: fue en julio de 1938 cuando 32 países, entre ellos EE.UU y Gran Bretaña, rehusaron proteger a los judíos. En mayo de 1938 Hitler visitaba a Mussolini y en julio éste lanzó la campaña antisemita. Quería ser más duro que Hitler.

Cita de “Presencias interiores”: “Cerrada la puerta a la salvación, Hitler ve en esa abstención una señal. Eleva las “leyes raciales”, culminadas el 9 de noviembre con la Kristalnacht (Noche de los cristales rotos): siete mil tiendas saqueadas, 270 sinagogas quemadas, dos mil muertos y veinte mil mayores de 16 años deportados al campo de Dachau. Para no ser menos, Mussolini lo imita presuroso. Si bien los niños judíos deben dejar las escuelas públicas, no le está vedado al escritor Giorgio Bassani estudiar en la Universidad pero sí, graduado, enseñar allí. Le impiden circular libremente por la calle, ir al cine o jugar al tenis con los arios. A todos les confiscan incluso las radios”.

Si esos 32 países decidían dignos, nunca habría habido Holocausto. ¿Fueron, de algún modo, corresponsables? Esto, analícelo el lector.

Pero también censuramos la conducta de los judíos de clase alta de Ferrara, según la confesión de uno de ellos, Bassani: “Eran fascistas, hasta que comenzó la persecución en 1938”. Inclusive Roosevelt se negó a ayudar a los judíos en 1942, ya iniciado el Holocausto como operación “Noche y niebla”. Citamos la infausta frase de Pío XII en 1941: “Los judíos sufren porque mataron a Cristo”. O la traición de dirigentes judíos en Lituania, cuando el nazismo mató a 55 mil y usó a kapos judíos. O la maldad de otros en Auschwitz, como testifica Primo Levi, el sobreviviente a quien dedicamos un capítulo, y sus reservas con la derecha israelí, que en los ´70 le reprochó la comunidad judía de Nueva York. En ningún párrafo herimos los sentimientos religiosos.

El periodista protagonista de “Sueño de Invierno” (Palma de Oro 2014 en Cannes) es, como el film, turco. Escribe: “El Islam fue una religión de civilización en cultura” y censura a los sacerdotes. Con temor, pues en Turquía hay dictadura y “es un país con el 99 % de musulmanes”. Pregunta a su hermana si el artículo no es muy duro y ella responde: “No, no habla de religión, sino de la práctica, de quienes la aplican”. Fíjese el lector lo sensible que es para la comunidad de 1600 millones de musulmanes, o 1200 millones de católicos, o para los millones de judíos, la religión. Los que no lo captaron dibujaban en Charlie Hebdo, como su director, que declaró pedante: “Yo soy ateo, vivo en Francia”.

Tampoco el humor hábil es insultante. Critica lo que alguien “hace”, no a su religión. En el film “Los nuevos monstruos” (1977, de Monicelli, Risi y Scola) que se estrenó en plena dictadura, alguien censuró este episodio que vimos años después: el obispo (interpretado por el genial Vittorio Gassman) llega por romperse su lujoso coche a una parroquia obrera. Afuera ve el dibujo de un cuervo: “Menos curas y más casas”. Reprocha que el cura no vista sotana y las demandas gritadas, duras, de los fieles por la falta de luz, gas y trabajo. Con exquisitez hipócrita brinda un sermón: deben esperar una vida mejor en el Cielo, no en la Tierra. Los convence. Lloran, rezan. El obispo se va con su ayudante.

Es visible una sátira a los “actos” del obispo, nunca a sus “creencias”.

En otro film en episodios (“Quelle strane occasioni”, Luigi Comencini, 1976) hay uno atrevido con el talentoso Alberto Sordi. Es también un obispo que una tarde calurosa de domingo de verano queda encerrado en un ascensor con la bella Stefania Sandrelli. Mientras ella se quita la ropa, agobiada, él sigue en sotana. Con hábil hipocresía, finge ser el seducido y se acuestan. Luego lo niega, como si nada hubiera pasado. Al salir va a otro piso, donde ya lo esperaba su madura y fiel amante. En la dictadura parecía increíble ver esto en el país. Lógico, no se vio.

La parodia de la filosofía mesiánica (“La vida de Brian”, 1979) sobre un judío al que confunden con Cristo, critica el sectarismo, el fanatismo y la intolerancia. Como ocurre hoy. La Iglesia, quizá ofendida, logró que aquí se prohibiera. No ocurrió eso en España. La vimos allí en 1982.

El temor al terrorismo ha sido un ingrediente también utilizado en el cine. En “Sabotaje” (Alfred Hichcock, 1936) dan a un niño un paquete que debe dejar en un lugar. El espectador sabe que es una bomba. El suspenso se extiende. Uno cree que el niño se salvará. Pero explota.

Si bien siempre hubo un racismo soterrado hacia el “cabecita negra” y los judíos en nuestro país (para demostrar qué clase social mandaba, la dictadura quemó 1.500.000 libros cuando presidía Videla) durante el auge del sainete y del grotesco (1915-40) se dieron muchas obras en el teatro donde convivían gentes de distintas nacionalidades (gallegos, turcos, judíos, etc), que aunque discutían entre ellos, no criticaban sus religiones. Un mérito de Vacarezza, Defilippis Novoa y los Discépolo.

Con su pedido de perdón en el Jubileo de 2000 por sus errores en dos milenios de historia, la Iglesia se adelantó al Islam, que sigue mirando al resto como “infieles”. Y los excluye. La Iglesia pidió perdón por tanto horror: las ocho cruzadas medievales, la Inquisición, las persecuciones de las guerras de religión, su tibieza con el nazismo, su desprecio a las mujeres y el racismo con judíos y otros. Reconoció el error de sus hijos que fueron antijudíos desde posiciones privilegiadas y desagravió la dura hostilidad y la violencia con los indios de América a quienes les destruyó templos e imágenes creyéndolos inspirados por el demonio. Toda pretensión de infalibilidad es puerta abierta a consagrar errores.

Viven más de 2 mil millones de cristianos, si sumamos a protestantes, anglicanos y ortodoxos. El Cardenal Ratizinger (luego Benedicto XVI) asignó ese arrepentimiento a la caída del comunismo: “Durante años la Iglesia exhibió una visión apologética de su propia historia, para hacer frente a la historiografía protestante y a la visión iluminista que va desde Voltaire a Nietzsche. Tras la crisis del ateísmo materialista, la situación ha cambiado y se siente hoy con más libertad para la confesión de sus pecados”. Claramente, por conveniencia. Pues sólo dos Antipapa tuvieron éxito: la Revolución Francesa y el comunismo. Y por ello fueron y son combatidos en todos los terrenos. Incluso ahora.

Hemos visto los reproches de los locutores de TN al canciller por “no haber ido” a la marcha de 1,3 millones en Paris. Él los desmintió. Si en París los dueños de diarios fabrican armas, ¿acaso buscan la paz? Ese teatral acto nos recordó el de Hitler al que siguió el ataque del 2 de setiembre de 1939 a Polonia que inició la Segunda Guerra, y los miles frente al balcón de Mussolini en Roma el 10 de junio de 1940: “Una hora señalada por el destino suena en el seno de nuestra patria”.

Narramos en el libro la tragedia horrible de entrar en la guerra: “El gran capital, atiborrado de adulones, apoya al fascismo pues le asegura ganancias. Lo mismo hace la prensa, sobornada con prebendas. La intellighenzia, adormilada con honores, no desea perder lo ganado a costa de su servilismo. Manipulada, la pequeña burguesía apoya toda acción violenta creyendo en una rápida victoria y un saqueo acorde; la burguesía medio alta, menos optimista, supone que vencerán con la ayuda alemana; obreros y campesinos, arrastrados por la coerción, sólo obedecen”. El resultado de lo dicho a los íntimos por Mussolini (“Necesito algunos miles de muertos para negociar la paz”) fue la Italia devastada. Hemos visitado la tumba en El Alamein de un pariente que murió luchando con Rommel. De él quedan sólo cenizas en una pared.

Ahora envían drones a eliminar gente ante nuestro silencio cómplice. No oponerse al mal (el terrorismo o la represión) es actuar indiferente frente a los hechos condenados por la moral. Si hacemos de esa falta de oposición al mal el principio de nuestra conducta, ¿a qué se parece la vida? A un reguero de complicidad. Mahoma dijo “el arrepentimiento es la penitencia”. Similar a lo que ocurre al recibir la hostia un católico.

Son tiempos en que historia y religión mezclan ambiguos sus caminos. Actualmente, lo “políticamente correcto” es atacar al distinto. Un show de “unión con los tuyos”. En nombre de aquella impoluta “libertad de expresión”. Aplausos al fúnebre oportunismo. El cacareo de quienes llenan el alma con prejuicios, hiere. Sin respeto al Otro, habrá guerras.

Las operaciones de Inteligencia continúan. Para utilizar a Paris, aquí alguien citó veloz al fiscal Nisman que estaba de vacaciones y logró que acusara a la Presidenta, mediante un mamotreto, de encubridora en la causa AMIA. Una denuncia desestabilizadora.  El fiscal ganaba más que otros fiscales, obedecía a un jefe de los SI, recibió en horas 12 llamadas de los opositores y era visitante de la Embajada. De vivir, debería explicarlo. Parece que se suicidó o lo indujeron a ello. Para la construcción mediática lo mató el gobierno, pese a diez custodios que pagamos todos. Pero la Presidenta imitó a Zola y anotó un “Yo acuso”. Los 12 deben ser citados a declarar. Desde el primer día, dijimos que le “tiraron un muerto” al gobierno. Usaron un “pichón”. Como Oswald.

Oh casualidad, desde que litigamos con los buitres, cada mes quieren voltear a la Presidenta. Por eso dijo: si me pasa algo, viene del Norte.

En 12 años de un Estado real (no aparente, como antes) no hubo una sola propuesta opositora a favor de las mayorías. Doce años de seguir la técnica de la CIA: desprestigiar a los Kirchner mediante los medios. Jueces, fiscales, periodistas que ganan millones riendo de los pobres. Si en lugar de tirar mierda tomaran altura con su mente, podrían ver el cielo, los árboles, las villas, los pueblos del interior. Y su gente. Tomar altura, volar con la imaginación sobre las casas de los demás. Como Fellini en “Los inútiles” (1953). Para ver los corazones. Y lo que sufren.

Es que viven llenos de odio. Otros fingen no tener ninguna culpa en su puerta. Pero algunos con su fe cambiaron el mundo. Como ese pastor negro, Martin Luther King. Vivía sin derechos y rogaba “por un sueño”.

Usó la religión para el bien, jamás el mal. Quizá por eso lo asesinaron en 1968. Pero aún sigue venciendo. “La oscuridad es lo que mata lo mejor en nosotros y lo mejor de otros”, señaló King. El planeta debe  acabar con tanta oscuridad. Porque ninguna vida dura para siempre.