El llamado síndrome del impostor, hoy noticia por las declaraciones de la cantante Shakira, es la descripción de un cuadro psicológico que padecen algunas personas cuando no pueden reconocer y disfrutar los logros o éxitos obtenidos porque creen que no lo merecen, que llegaron hasta allí por casualidad, por contactos, por suerte, o por lo que sea, pero no por su capacidad. Es decir que, ante el logro obtenido, construyen ideas que se le oponen, y así boicotean lo alcanzado, o le restan valor. Suelen vivir el éxito en estado de tensión por el temor a que se descubra ese fraude imaginado. Desde luego, estos sentimientos limitan las potencialidades creativas y pueden llevar a que la persona frustre sus propios deseos y proyectos.

   Si bien no forma parte de las patologías reconocidas o establecidas en los manuales de psiquiatría, de alguna manera es un fenómeno que Freud reconoce en situaciones similares, esta paradoja en la vida de los seres humanos. En Los que fracasan al triunfar, un texto de 1916, el padre del psicoanálisis establece que hay personas que enferman cuando alcanzan un deseo o están a punto de realizarlo, como si el éxito no fuera soportable. Como un jugador de fútbol que llega a primera y en el primer partido se quiebra, o el miedo escénico de algunos actores y actrices. Freud lo articula con el sentimiento de culpa o de inferioridad, sentir no ser digno del éxito o de semejante dicha, no merecerla.

   También, en una carta a Romain Rolland, titulada Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis, le cuenta al escritor francés que hay situaciones, como la que tuvo Freud mismo en Atenas, que parecen demasiado buenas para ser verdaderas, como sueños, algo no del todo creíble y que por lo tanto cuesta conectar con el presente y disfrutar de ese “buen” momento vivido, como una vivencia de despersonalización donde un fragmento de la realidad parece ajeno, extraño, irreal.

   Como en el llamado síndrome del impostor, hay momentos en la vida donde ciertos seres humanos no se permiten el goce o limitan el disfrute de un logro o deseo obtenido, como si no merecieran haber llegado tan lejos, alcanzado ese sueño. Estas sensaciones suelen tener conexiones con la infancia, como el mismo Freud lo señala, no querer superar a los padres, ir más lejos que ellos, crecer, evolucionar. Se trata, en definitiva, de un fenómeno bien neurótico: No permitirse el logro y el disfrute, hasta el punto de creer que lo hecho es un fraude, un “robo”, algo inmerecido.

   Los síntomas, como las enfermedades, son caminos a transitar, y en ese tránsito hay una pedagogía, un aprendizaje posible. Toda sensación de impostura, de fraude, de confusión, puede llevarnos a lo más significativo de la vida: saber quiénes somos, encontrarnos con nuestra verdad de ser y definir deseos genuinos que, una vez alcanzados, sean vividos con naturalidad, celebrando lo obtenido. Para entonces seguir conectados con la vida, buscando ser felices en el estar, en lo que somos y en lo que hacemos.