Con sobradora ironía suelen decirle “Pachorra”. Que es definirlo como lento, indolente, que abusa de excesiva tranquilidad. Superficial advertencia de quienes solo reconocen la acción en el despliegue de histrionismo y teatralidad; o en el ánimo exaltado y locuaz. Pero el entrenador o director técnico o conductor táctico y estratégico del seleccionado argentino de fútbol tiene otra clase de personalidad.

Es distinta a las escandalosas, ditirámbicas, escénicas, intelectuales o lenguaraces exteriorizaciones de otros colegas de allá y de acá. Sean de rango local o internacional. Y eso no es mejor ni peor: es lo que él es y no es lo que él no es. Será su naturaleza.

Es amarrete y casi avaro en la provisión de ese material de sabor clandestino y hasta obsceno tan ventajoso para las góndolas del negocio del periodismo deportivo. En cualquier otro género sería lo mismo. Fijémonos sino en el género Vaticano también sujeto a esos charlatanismos libre albedrío.

Por eso con  su carácter Alejandro Sabella aporta escaso material de  trabajo anecdotario, desalienta intromisiones de consecuencias sensacionalistas y mantiene reserva de posibles tensiones y conflictos de atracción chimentera, tan propios de cualquier grupo de jóvenes atletas en situación de competencia. Y en vísperas de gloria o de frustración. Cuando escogió  a un jugador y descartó al otro, buscó proteger a éste de cualquier antropofagia mediática. Aunque la antropofagia suele ser capaz de inventarse el festín de carne humana aún sin ella.

Sabella es infértil para el periodismo de la época. Con su actitud “pachorrienta” desconoce-a sabiendas- las nuevas tendencias del mercado del vértigo informativo y desinformativo. Respeta sus objetivos pero no los comparte. Es que la prensa líquida exige que todos los actores del género mundial de fútbol cooperen con ese pozo incesante de aderezos que no producen goles ni jugadas ni nada. Solo entretenimiento, y muchas veces a costa de damnificar a este o a aquel futbolista. O al equipo entero. Por eso, tal vez, él guarda su esmero y su sudación y desvelos hacia adentro del equipo; hacia el interior de su proyecto. Y mantiene la prudente actitud de un terapeuta o de un médico que no salen a contar por ahí los entresijos inconscientes o biológicos de sus pacientes circunscribiendo  el vínculo al mutuo intercambio privado.

Así que para esa angurrienta mirada del mercado él luce demasiado templado en el contexto emocionante y conmocionante del alto fútbol. Y les sabe tibio en lugar de caliente. Qué convicción la suya para no tentarse a complacerlos. Incluso hasta para desafiarlos definiendo su posición política de acuerdo a esta Latinoamérica militante, recuperando patrimonios y culturas. Y explicando sin eufemismos, en el medio “Garganta Poderosa”, su vocación democrática nacional y popular.

La impaciencia de “pachorra” no lo trasciende. Toma té de tilo dentro de él mismo.  Y si no contesta lo que se espera en el negocio será porque sabe que lo que pudiera decir no mejora su silencio. Para qué ponerle ruido innecesario a la palabra íntima.   

Si, sin decirla, Sabella la sabe.