Los sectores dominantes fingen ser imparciales, pero anhelan frenar la recuperación de los derechos y la inclusión, separarnos del resto de la Patria Grande y volver a re endeudarnos. Pero para todo ello, primero tienen que descalificar al gobierno o a cualquier representante.

Creen que son verdaderas sus falaces opiniones y para fortalecerlas, deforman los hechos. Descalifican las fuentes, o las tergiversan, como en el caso de Boudou, donde ocultaron que el presidente De la Rúa puso al frente de Ciccone a dos gerentes de Boldt, uno nada menos que como jefe de compras. ¡Y venía de una empresa del juego! Luego el posterior Duhalde le negó a la Casa de la Moneda la prioridad en contratos estatales, llevándola a la crisis. Lo cierto es que ahora la empresa la maneja el Estado, produce más y a menor costo. Previo a la declaración de Boudou, el país no sabía de estos manejos. Dado que buscan descalificar al vicepresidente, ignorarán sus dichos y resaltarán lo que decidan los medios concentrados.

O usarán sus palabras para justificar las acusaciones prejuiciosas contra él, exagerando algo dicho para colocarlo como titular catástrofe, o zócalo televisivo. Total, la gente nunca lee el resto. Periodistas mentirosos, neuróticos y compulsivos, son felices al falsear la verdad con sus parejas, amigos, profesión, amores, viajes. Los hechos reales no cuentan, los inventan. Tampoco es creación pesonal. Es una práctica habitual de los centros de poder. Nunca hay autocrítica, está mal visto retroceder y aceptar un error, es mejor no aclarar pues oscurece.

El periodista más respetado por la clase media es aquél que le parece más cercano a quien es, o que puede revelar algo de ella que no se atreve a pensar. ¿Somos acaso tan fascistas como aquel vecino que odiamos, o como esos discriminadores de Francia, que acaban de darle el triunfo a la racista Marina Le Pen con el 24,8 %? Esta verdad, difícil de tolerar en soledad, será más soportable al compartirla con muchos, con gente como uno, en gustos, o estudios con diploma. Gente frívola que, por su formación de medio pelo, menosprecia al vulgo y prefiere hundirse en Internet, twitter, Facebook, tablets. Son el nuevo confesionario de la sociedad, y los celulares la música de hoy: con sonidos, voces en subtes, videos en las calles. O en el auto, hablando sin manos. Aunque no digan nada nuevo a los otros. Huyen de sí mismos. Alguien preguntó si un 7 de junio, Día del Periodista, sirve contra el vacío.

Quizás. A veces, el periodista asoma la cabeza sobre las paupérrimas condiciones de vida de sus colegas y olvida la solidaridad con ellos, no hace una tarea honesta con la sociedad. Sólo aspira a ganar más dinero. En el fondo, sabe que es un hipócrita. Finge ser lo opuesto. Mire la tele. Manipular las noticias es su pan diario. Sobre todo para favorecer a los grupos empresarios que avalan un medio gráfico o televisivo. Ellos pagan y el periodista le ofrece la carne podrida que prefieren. Nunca pretende ser objetivo. Ni veraz. No relata con cierta rigurosidad lo que ocurre. Recorta la realidad para acomodarla a sus patrones imaginarios o reales. Así induce al error del lector o del mirón de la tele. No le parece que de este modo le falta el respeto a quien lee o escucha, ni que atenta contra los preceptos de la comunicación.

Todos saben que las patronales de multimedios han sustituido, en la década, a los partidos opositores, son sus consejeros y mandantes. Memore el lector aquella cena de Macri y otros políticos (ahora Scioli) reunidos con Magnetto para “charlar”. Quizá les sugirió recrear esos temas que preocupan a los poderes concentrados y hegemonizar un pensamiento neoliberal único a través de medios tecnológicos: la tele, los actores sumisos devenidos en gerentes de canales y sus medios gráficos; o diseñar campañas como la actual contra el técnico Sabella.

La reserva de las fuentes, se ha convertido en la falta de fuentes, sobre todo diversas, antes de ofrecer una noticia. Impera el deseo de que la gente carezca de elementos para decidir. La responsabilidad del periodista –si posee información no difundida- es mayor. Influye en el devenir del país. Para no perder credibilidad y ser parte de los hechos futuros, la oculta a la ciudadanía. Privilegia sus relaciones con el poder fáctico y no con los compañeros de su pasado, precarizados. O con su dignidad. Hay ejemplos de cómo influir. A favor, en contra.

A fines de 1965, en un reportaje de varias páginas sobre “El submundo del tenis” para una revista de Osvaldo Bayer, narré con técnica de non-fiction (que no conocía e ignoro si había aparecido, estimo que no) las mezquindades y celos de ese ambiente, reporteando a figuras locales y al gran Rod Laver, que vino a jugar. También rescaté a Mary Terán de Weiss del anonimato, preguntando a las tenistas por qué se negaban a jugar con ella. Dijeron que por dejar entrar “a la negrada” (textual) al tenis en la época de Perón. Terán fue la tenista que más torneos ganó en el extranjero en nuestra historia. Al caer Perón debió irse, marginada, a jugar  afuera. Hoy está olvidada. Y era notable. Aquella afirmación –incluso en la bajada- trajo escándalo. Nombrar al peronismo en los medios era pecado. Me llamaron velozmente periodistas para trabajar con ellos, la juzgaban una nota valiente. Uno, C. Aguirre, venía de escribir sobre la guerra de la independencia de Argelia y tengo su libro: “Argelia año cero”. Debieron abrir las puertas del Lawn Tennis –no a mí, prohibido- a Terán. Yo jamás volví.

Para ser útil, hice una investigación sobre la posibilidad de divorciarse, aún ilegal, y lograr una libreta de casamiento vía Bolivia o México: “El submundo de divorcio”. Salió en dos partes en la revista de Bayer. Tras la primera, me llamó el subdirector de Clarín, un señor Cabezas, para censurarme: si publicaba la segunda parte con mi nombre, debía irme del diario. ¿Por qué? Porque él tenía varios hijos y era antidivorcista. Compañeros como Justo Piernes y el luego inmolado Paco Urondo me pidieron que obedeciera. No me molesté en renunciar. La nota salió firmada. Treinta años después retorné al diario. Con mi dignidad.

Hice en su gremio un reportaje al sindicalista Vandor, quien confesó que Onganía estaba preparando un golpe y era un peronista. Me reí y le retruqué que eso era falso. Le informé (frente a otros compañeros) que Onganía regresó, junto al general Rosas, de una reunión en Brasil del Consenso de Washignton, donde se decidió la represión continental. Lo negó, sin duda anhelaba un peronismo sin Perón, como luego los Montoneros, jóvenes infiltrados que se creían superiores a un genio. Cuando le di la nota a Neustadt (trabajaba desde el inicio en su revista mensual Extra) reprochó esas duras preguntas. Él estaba a favor del golpe contra Illia (como “Confirmado”, revista de Timerman) y no la publicó, cajoneándola. La pedí, no tenía copia y Neustadt no la devolvía. Decía que la publicaría. Si lo hubiese hecho, el golpe de 1966 meses después, quizá habría abortado por el escándalo. Vino el golpe, con Vandor en la jura. Lo demás es historia. Así influyó Neustadt, un periodista, en el futuro del país.

Como me había ido de su revista peleado, cuando yo precisaba dinero, enviaba con alguna novia, notas con seudónimos. Él las publicaba. Quería conocer a “Alberto Lamas” u otros seudónimos, pero privilegiaba la nota a la presencia. Esto revela que era buen periodista. Al leer los nombres de quienes trabajaron a su lado (Hadad, Ruiz Guiñazú, Longobardi, De Pablo, Eliaschev, Hanglin) me enorgullece ser quizás el único que nunca fue de derecha. Años después le reproché, en la Feria del Libro, lo de Vandor. Casi se excusó. Opiné que le convenía separarse de Grondona y volver a los ´50, cuando era peronista. Aceptó que los contactos de Grondona le servían y que no había sido peronista. Le expuse datos reales: él fue jefe de prensa del Consejo Superior y secretario privado de un vicepresidente. Se quedó mudo. El típico panzista traidor que despreciaba Evita. Todavía no era rico. Después dejó a Grondona, levantó a Menem, convenció a la gente de privatizarlo todo y volvió a influir. A favor de bolsillos y minorías. Como otros periodistas hacen ahora. Si les cree, es cosa suya.

Aunque lo dude, en el periodismo la esclavitud es usual. No sólo la empresarial, sino la del periodista que idealiza a otro y lo sigue como un perrito faldero. Siempre el primero es algo conocido y el segundo quiere serlo, por lo cual tolera las ironías de aquél, que lo trata como a un aprendiz, hasta que tras un tiempo el segundo se independiza y el primero le reprocha su traición. No duramente, pues él traicionó antes a otros. A menudo a sus compañeros de juventud, quebrando diarios y dejándolos en la calle. Haga memoria y recuerde algún caso.

Le cuento uno. Cuando me fui de Clarín, alguien me recomendó para “Correo de la Tarde”, de Francisco Manrique. Yo era muy jovencito. En una redacción llena, me pidió soberbio una nota de 20 líneas. Pensé el tema y la terminé en 20 minutos. Me felicitó en voz alta. Preocupado por mi futuro laboral, le pregunté delante de otros si era cierto que el diario podía cerrar, como había oído. Para qué. Se puso furioso, lo negó gritando y me despidió. Trabajé una hora. Al mes, cerró el diario, no pagó a nadie y se llevó incluso las máquinas de escribir. Años después supimos que había sido uno de los que bombardearon la Plaza de Mayo en junio de 1955 y huyeron miedosos al Uruguay. Luego fingió solidaridad con los jubilados y con su partido logró muchos votos: 1.500.000. ¡Uno que bombardeó al pueblo! Cuidado, sólo fue un pre-Massa, otro que sonreía en Anses e iba a la Embajada a decir que Kirchner era un perverso. Uno que no quería quitarle los fondos a las AFJP. Sea cuidadoso.

Aquí, la batalla cultural para enfrentar a las patronales periodísticas –siempre afines a las dictaduras-  procura que los medios sean herramientas de cambio y no de la sumisión de la gente. Logró una pequeña victoria en el reconocimiento de quienes, como lectores, llegan a descubrir que la mayoría de las informaciones son construcciones interesadas, no la verdad. Temibles factores de presión, y lucrativos. Basta citar los negocios rurales del grupo Clarín. En tanto, abaratan las condiciones de trabajo mediante el pluriempleo, la precarización de los contratos y el pago diferido, lo cual ya no es sólo privativo de la derecha. Se extendió.

Precariedad. Luis Clur, el “cerebro” de Canal 13 en 1992 según señala hoy una colega. En  1972, a meses de la elección de Cámpora (que todos creían muy difícil) este señor dirigía el noticiero de Canal 11. Un colega prestigioso le propuso hacerme una prueba. Su orden fue: a ganadores del gordo de Navidad. Salí con el jeep y una buena periodista. Hicimos la tarea en la casa de dos felices ganadores. El cámara y ella me veían ya como un nuevo colega. Al regreso, en una esquina la policía levantó a un borracho. Pedí al jeep parar. La nota aparece en cualquier esquina. La policía tiró al borracho en un camión, de mala manera. Se filmó y lo relaté, agachado. En la redacción Clur, que veinte años después diría “cuando se prende una cámara se acaba el autoritarismo”, al ver el material dijo que lo desobedecí y mostró su temor a la dictadura de Lanusse. No me tomó. Seco, agregó que era “un tipo peligroso”. Por decir cosas que el momento no avalaba. Dije que podía cortarlo. Pero no quería un rebelde.

Como dice Noam Chomsky, a través de corporaciones mediáticas trabajan (como Neustadt o Massa, acoto) para la “fabricación del consenso”: todos unidos. Ah, mientras no toquen sus intereses económicos. Existe un nuevo clero que legitima las políticas imperialistas; lo integran los discursos de la clase política, las empresas financieras, la prepotente cultura europea respecto de Latinoamérica, los usuales académicos nominados a dedo por empresas privadas, y los izquiedistas quejosos que sólo admiten la perfección. Todos juegan un papel en el mecanismo de legitimación en las mentes de aquella ruin premisa de Thatcher sobre la política neoliberal: “¡No hay otro camino!”. Son esos colonialistas generosos que vienen a hacernos un favor. Aunque se mueran de hambre y sin trabajo en Europa, les convencen de que es lo mejor. Pero en el Gran Paris, uno de cada siete está bajo el nivel de pobreza. ¿Se imagina en 2016 un Gran Buenos Aires así, otro 2002? El pueblo no lo tolerará sin luchar.

Según Woody Allen, la vida es como un casino, uno tiene días gloriosos pero siempre gana la banca. Procuremos cambiar la suerte, y mañana hacerla saltar.  Todavía parece posible.