Algunos tipos que escribieron grandes obras no sólo nos dejaron el placer de leerlas, sino también la comodidad de usar sus nombres para ahorrarnos explicaciones, y muchas veces con la ventaja adicional de no haberlos leído, o apenas. Así podemos decir con bastante soltura y sabiendo que siempre queda bien: borgiano*, kafkiano y orwelliano. En los primeros dos casos refiriéndonos a la obra en general y en el último a su libro más conocido que es 1984.

Contra Orwell quiero escribir hoy. En realidad no contra el pobre Orwell que no me hizo nada malo sino contra quienes utilizan su libro donde famosamente se nos describe un mundo megaestatizado, hipercontrolado y con la vida cotidiana manejada desde las oficinas públicas. Un mundo donde la burocracia estatal crea la realidad y donde el control es ejercido de manera absoluta por esa entidad autocrática y redondamente totalitaria que es el Gran Hermano. Muchos saben que Orwell escribía estas cosas a finales de la década de los ´40 y que lo hacía como una manera de criticar al stalinismo soviético y a su manera brutal de ejercer el poder. Y muchos creen ver en ese libro una profecía, la de un mundo que iría derecho a convertirse en bloques unificados con estados poderosos que mal utilizarían su poder hegemónico. Y en esa clave leen hoy a Orwell, como un tipo que la tenía tan clara que vio lo que se venía. La crítica literaria me excede por supuesto, así como me excede conocer la intención del escritor, si quiso mostrar un mundo que conocía o si quiso advertir sobre un mundo que creyó que venía. Pero lo cierto es que nada se parece menos a su 1984 que el mundo actual donde los Estados quedaron a merced de la guita que embolsaron los dueños de la guita y que ahora se llaman corporaciones. No sé si haya que argumentar mucho más para demostrar cómo los Estados en las últimas décadas se vieron cooptados por el mundo corporativo y definen sus políticas según las pautas de éstos.

Orwell es el paradigma que no es. Sin embargo es muy común encontrar –y no casualmente para criticar al gobierno argentino- citas a Orwell con el agregado entusiasta de “siempre vigente”, o “nunca pierde vigencia” o “más vigente que nunca”. Paparruchadas enormes que buscan legitimarse detrás de un libro que tiene la fama de ser una especie de gran faro gurú que denuncia por siempre a las dictaduras del mundo, o de punto culminante de lucidez para explicar cómo funciona el poder político cuando se vuelve opresivo. Y nada perdió tanta vigencia como 1984, nada quedó tan viejo y tan fuera de la realidad mundial como esa distopía que prescinde de los factores de poder que hoy empujan a los países hasta arrodillarlos o hacerlos saltar por el aire. Cuando las decisiones que tomaba el Ministerio de la Verdad se toman en las reuniones de directorio de un conglomerado de medios, o cuando la guerra la deciden empresas petroleras junto con los fabricantes de armas y los vendedores de tecnología militar, Orwell ha quedado obsoleto.

En 1989 cae la URSS y aparece el Consenso de Washington con el Plan Brady y la gran avanzada neoliberal que inventa lo que conocemos como globalización. Fue en ese momento cuando 1984 dejó de ser un cuco y pasamos a esta otra distopía de la cual estamos intentando zafar. Que se trata de una pesadilla opuesta a la de Orwell, donde el Gran Hermano no es una espantosa imposición estatal sino que lo deseamos, lo buscamos y lo pagamos de nuestro bolsillo para hacerlo cada vez más grande y poderoso. Y que cuando un gobierno no quiere pagar el cánon para seguir siendo su seguro servidor, ese mismo poder lo acusa de ser un Gran Hermano.

Aquel lema creado por Orwell para su mundo que decía “Guerra es paz, libertad es esclavitud, ignorancia es fuerza”, que tanto espanto pueden convocar, hoy lo podemos ver en la semántica del establishment corporativo. El nombre “neoliberalismo” que utiliza el concepto de libertad para esclavizar a los pueblos y las naciones, y la fórmula “libertad de mercado” que propone que los mercados sean dominados por la élite de los más fuertes. Y así podríamos revisitar aquel “blindaje financiero” que nos dejó inermes, la ley de “intangilibilidad de los depósitos” para asegurar el robo de los depósitos, y cualquiera de las “ayudas” que nos llegaban amorosamente del FMI. El mismo término “globalización” con sus reminiscencias de igualdad planetaria habla en realidad de la hegemonía mundial de las corporaciones norteamericanas. Y por qué no cuando leemos que a la decisión de un juez de arrasar con nuestra economía y hundirnos en el caos se la denomina “fallo de la justicia”.

Orwell seguramente entendería todo esto fácilmente. En el diario de Mitre, donde lo usan y citan su nombre para criticar a quienes se rebelan contra los poderes hegemónicos, no lo quieren entender y tampoco les interesa. Pero bueno, ellos se llaman a sí mismos “La Nación”, toda una clave para esta neolengua orwelliana que ya vemos lo lejos que está de ser estatal y es otra creación de una empresa privada.

*Borgiano: para acometer esta pequeña columna revisé mi original “borgeano”, por ser Borges con e y no con i. Bien, he descubierto lo bruto que soy porque la R.A.E. le pone borgiano con i por culpa de algo que se llama “clasificadores nominales” y que no entendí. De paso le cuento que borgesiano está peor que borgeano, aunque algunos lo usan, seguramente trayéndolo del inglés “borgesian”. Cosas que pasan cuando uno se quiere hacer el piola y no sabe que la realeza –y no la realidad- de la lengua nos vigila.