Una vez le pregunté a un compañero de militancia más chico que yo, qué hacía en sus ratos libres. Miro discursos de Cristina, me dijo. ¿Para qué? Repregunté. Para aprender, sintetizó magistralmente.

El año pasado, en la apertura 136° de Sesiones Ordinarias estuvo signado mayoritariamente por promesas, propias de una gestión que tenía 2 años por delante. “La inflación de este año será menor que la del año anterior”, “capital para que crezcan las pymes” o “la desocupación está bajando” fueron frases del presidente en el año que tuvo los peores indicadores desde el regreso de la democracia.

Con un discurso 20 minutos más extenso que el anterior; de revisión, bien pensado y con palabras clave muy estudiadas, el presidente dio inicio a la 137° apertura de Sesiones Ordinarias del Congreso de la Nación. Lejos de la soltura y la algarabía que caracterizaron sus anteriores alocuciones y más lejos aún de una muchedumbre distanciada con vallas que impedían su acceso a las inmediaciones. Un discurso defensivo y parapetado en la continuidad del cambio, pérdida de lo logrado o vuelta a la barbarie populista. Lejos de la oposición, separada por una grieta profundizada por el rédito político que provoca la polarización en un año electoral. Grieta alimentada con frases repetidas como “En los últimos 70 años” o novedosas como “El único gobierno en cien años en gobernar todo su mandato en minoría”, repetida segundos más tarde. Una victimización que trasluce preocupación y tiende a generar en el imaginario popular la percepción de que el más débil es el gobierno, quién paradójicamente domina los resortes judiciales y mediáticos. Fue un discurso más largo; repleto de distancia.

Lejos queda también de la realidad, en un texto preparado hace meses y para nada improvisado. El crecimiento de la economía, la reducción de la pobreza y el descenso inflacionario existen apenas en las palabras declamadas, ya que los mismísimos datos oficiales desmienten enunciaciones tales. Resignar beneficio presente por bienestar futuro funciona sólo a nivel individual como en la jubilación y no a nivel agregado como país.

Nunca, desde la salida de la convertibilidad, se vivió tan de cerca la dinámica de la economía diaria como en los últimos meses. El tan mentado largo plazo parece no hallar anclaje en la realidad, que se mueve constantemente al ritmo del dólar y el riesgo país. Acudir nuevamente al FMI a menos de dos meses de haber cerrado un acuerdo Stand By, para adelantar los fondos de 2020 y 2021, describe otra incongruencia de alianza Cambiemos. A esto se le suma el despeñadero en que han devenido ministerios y secretarías, expulsando ministros cual si fuesen descartables.

Cuando se adula el pensamiento a largo plazo de las sociedades desarrolladas, se hace referencia a la capacidad de los policy makers de proyectar no sólo el próximo año en términos fiscales, presupuestarios, innovación y producción, sino de los próximos 15 a 20 años. En el escenario opuesto es dónde hoy se encuentra Argentina, con una economía anquilosada, cada vez más financiarizada, y que ha virado hacia el corto plazo de las LELIQs como forma de obtención de sus beneficios, dejando de apostar a una producción que agregue valor a la economía.

Pero no se trata sólo de la escabrosa marcha del dólar, sino de la ausencia de planes prospectivos que sienten las bases del desarrollo. Ejemplos manifiestos son la descontinuación de los programas PROGRESAR, Conectar Igualdad o Cunita, pensados para dar asistencia inmediata a la niñez y la formación generaciones futuras. También políticas estructurales de financiamiento educativo sufrieron severos recortes o discontinuación. El menor gasto en escuelas, universidades o ciencia y tecnología coarta el largo camino a la formación del capital humano indispensable para el desarrollo de nuevas tecnologías.

Las altísimas tasas que se pagan por inmovilizar fondos otrora productivos tornan inviable la actividad industrial, que supo ser el motor para reactivar una economía diezmada a la salida de la Convertibilidad.

Luego de una fabulosa fiesta de bicicleta financiera con Letras del Banco Central en los primeros dos años y medio, el gobierno desmanteló la bomba en pesos con un cambio en su denominación, es decir, la dolarizó. Cuando la maquinaria de negocio financiero dejó de ser rentable para los sectores concentrados que llevaron al poder a Mauricio Macri y empezaron a observar con desconfianza la sostenibilidad a largo plazo, decidieron empezar a deslindarse y a renovar su stock cada vez en menor medida. Es ahí donde se decide “LETIZAR” las LEBAC.

Las respuestas no pueden ser o de corto o de largo plazo, esta exclusión mutua deforma la realidad y la torna inmanejable. Políticas públicas únicamente de corto se llaman parches, como es el caso de bajar la inflación vía instrumentos financieros y tasas contractivas de interés. Pero políticas únicamente de largo no resuelven el día a día de la gente y siembran las bases su propio fracaso, ya que en el largo plazo estamos todos muertos.

Una conjunción entre el corto y el largo plazo es un ideal no muy descabellado y que supimos conseguir reiteradas veces en la historia de nuestro país, sin embargo, dichos procesos fueron truncados intempestivamente una y otra vez. Analizar y decodificar la temporalidad de cada política económica es imperioso a la hora de traducir lo discursivo de un mensaje floreado de mejoramiento futuro, en medidas claras que generen bienestar social.

Me opongo a pensar que el modelo económico sea desacertado, que el gobierno no vea la realidad o su rumbo sea equivocado. Este modelo es acertado en las más de sus acepciones, ha logrado generar una rentabilidad nunca antes vista en tan cortísimo plazo para empresarios confraternes, ha conseguido que se embolsen ganancias a costa de reducciones reales del salario y cambios regresivos en precios relativos. No es un fracaso en lo más mínimo, este modelo es extremadamente eficiente, quizás sea ese nuestro problema.