La cámara mostrando la cancha vacía, en este caso, de Boca, resultaba tan triste y antinatural como aquella cámara que en tiempos de fútbol codificado enfocaba 90 minutos a una tribuna repleta de gente mirando un partido. En algún sentido, era el éxtasis de una cultura y de una época en la que, de repente, nos dijeron que el espectáculo estaba más en la tribunas y en el ritual que en el propio campo de juego. Algo similar sucedía con el rock: el espectáculo era el fenómeno que ofrecía “la gente” y no el artista sobre el escenario. Se elegía, así, mirar a los que miraban. Hoy, en cambio,  miramos pero lo hacemos a través de una pantalla y así damos también algunos pasos más hacia un fútbol cada vez más virtual. De hecho, en 2011, por un castigo al equipo que Vélez debía visitar, mi escuadra, la de Liniers, tuvo que jugar sin público un partido por el que, finalmente, algunas horas después y gracias a un traspié de Lanús, saldría campeón. Así fue que se decidió abrir las puertas del José Amalfitani para que los que quisiéramos pudiéramos ver, en la cancha de Vélez y a través de un monitor gigante, la suerte de nuestro equipo en cancha de Huracán. Reunimos unas miles de personas, una tarde soleada de invierno y celebramos el triunfo pero lo interesante es el siguiente episodio: estando arriba en el marcador y faltando pocos minutos, el técnico de Vélez decide sustituir al goleador Santiago Silva. Como sucede cada vez que el equipo triunfa o el jugador realiza una aceptable tarea, en el trayecto de la cancha al banco de suplentes, la hinchada aplaude al jugador quien, generalmente, agradece el gesto. Pero el hecho es que Silva estaba jugando en una cancha sin gente y nosotros estábamos en una cancha sin jugadores. Y allí se dio el solapamiento entre dos dimensiones, la real y la virtual para envidia de los tlönianos admiradores de Borges: nosotros, en la cancha, empezamos a aplaudir (ante la imagen que nos daba el monitor) y Silva comenzó a saludar (sin que hubiera nadie en su cancha).

Tal fenómeno me retrotrajo, justamente, a un cuento que el mencionado Borges escribiera junto a Bioy Casares y que comienza contando que sospechosamente, en el lugar donde todos creen que está la cancha de River, hay un vacío. Se trata del cuento Esse est percipi (Ser es ser percibido), titulado así porque refiere al pensamiento del filósofo llamado George Berkeley, quien considera que no hay realidad si no hay un sujeto que la perciba.

El cuento, en unos de sus pasajes, indica: “-No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores, ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman”.

A contramano de lo que generalmente se dice por allí, está claro que la realidad, cada vez más, es una torpe y degradada copia de la mejor literatura fantástica.