A una semana de las elecciones generales cuyos resultados iluminaron una realidad política compleja, en cada rincón de nuestro país se pone en debate el futuro de la Argentina en el marco de una discusión que tiene como eje el enfrentamiento de dos proyectos de país contrapuestos. Entre los pilares centrales de un proyecto de país suelen subrayarse una serie de elementos determinantes como la política macro económica, la configuración del futuro gabinete, la relación con los grupos financieros, la discusión sobre la intervención del Estado, entre otras.

Sin embargo poco y nada se habla de la importancia del “modelo cultural” de un Proyecto teniendo en cuenta que las políticas que lo sostienen no son solo un campo de trabajo secundario relegado a las inquietudes del Mercado, sino un instrumento de desarrollo, intervención en otras áreas y cambio social. Y en ese punto creo que se concentra la clave de la discusión  entre la continuidad de un proyecto que entiende a las políticas culturales como dispositivos que logran activar nuevos procesos sociales inclusivos, pensamientos disruptivos, y la posibilidad de vivir lo impensado; frente a un proyecto que las considera instancias reproductoras del orden, limitadas a la generación de eventos aislados, competencia de las clases sociales medias y altas, o excusas para engrosar las cajas de algunos sectores de la industria creativa y el entretenimiento.

Hace solo semanas, en una prestigiosa universidad argentina, participé de una charla encabezada por funcionarios de Cultura y Economía Creativa del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que no hicieron más que clarificarme cuál es la concepción PRO. Para introducir su disertación eligieron citar al autor Richard Florida, un canadiense que en su teoría resalta la labor de la “clase creativa” en el desarrollo urbano de las ciudades. Dicha clase la define como un sector de vanguardia que por su nivel socioeconómico y cultural tiene la posibilidad de impulsar la calidad de vida de un núcleo urbano a través de la innovación y del progreso económico. Las características comunes de estos sujetos que conforman “la clase creativa”, a diferencia del resto de los civiles, son su nivel socioeconómico alto, sus inquietudes culturales y ambiciones profesionales.

Sin irme en pequeñeces la definición mencionada se sustenta en una visión fantasmagórica de la sociedad sin conflictos, que acentúa la figura de una  “burguesía cultural” dueña del conocimiento, frente a un mar de trabajadores descartables sin ningún talento. No solo eso sino que además, con un claro posicionamiento político, plantea como objetivos el crecimiento de núcleos urbanos, polos creativos, y el desarrollo económico, y jamás pone en discusión la necesidad de generar herramientas para socializar los conocimientos o posibilidades y empoderar a los sectores populares a construir sus propios puentes o revalorizar sus valores culturales. Léase que un obrero, albañil, maestra o trabajador rural jamás podrán pertenecer a esa “clase creativa” beneficiaria de las políticas públicas.

Lo más interesante surgió en base a la discusión sobre el rol de las Políticas Culturales del Gobierno Nacional. Sin pelos en la lengua sostuvieron que políticas como Tecnópolis o el Centro Cultural Kirchner eran interesantes pero resultaban negativas porque “acostumbraban a la gente a no pagar por cultura, perjudicando directamente a las empresas del entretenimiento”. No hace falta ser muy despierto para leer entre líneas que ponen el foco de atención en la posibilidad de hacer negocios a la hora de generar políticas culturales, y rechazan ciertas expresiones políticas y culturales no lucrativas.

En contraposición, el modelo cultural que defiende y busca profundizar Daniel Scioli propone incluir a la mayor cantidad de población posible al circuito de la cultura, y se basa en la necesidad de generar a nivel federal las condiciones para promocionar a los ciudadanos, portadores de identidades situacionales, diversas y plurales, a convertirse en agentes culturales que diseñen su propia vida.

En este sentido no es casualidad que la secretaria haya sido convertida en Ministerio de Cultura; tampoco que el Centro Cultural Kirchner sea de excelencia y gratuito; no es capricho que se hayan creado más de 300 Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles para el Bicentenario en todo el país donde participan más de  25 mil chicos y chicas; no fue magia que se hayan abierto más de 100 Casas del Bicentenario con el objetivo de generar espacios dedicados a la valoración histórica y cultural de los pueblos y las expresiones locales; no casualmente la muestra Tecnópolis fue visitada por más de 4 millones de personas, y un millón de alumnos y docentes desde que comenzó en 2011; no por accidente se abrieron 62 espacios INCAA distribuidos en todas las provincias argentinas donde se proyecta Cine Argentino y el valor de una entrada es completamente irrisorio; no fortuitamente se creó el Instituto Nacional de la Música como  herramienta de fomento que permite mejorar las condiciones en las que se desarrolla la actividad musical en la Argentina; y no fue casual que desde el Estado se convoque a los diferentes géneros artísticos (actores, músicos, muralistas, artesanos, luthiers, dibujantes de historietas, bailarines, etc.) a organizarse y empoderarse para defender sus derechos.

Del otro lado tampoco fue casualidad que el gobierno de Mauricio Macri impidiera al Gobierno Nacional en 2010 instalar Tecnópolis en CABA argumentando que la muestra  afectaría la circulación en la zona; tampoco es fortuito que Macri haya desfinanciado el Programa de Orquestas Infantiles y Juveniles en la Ciudad, y expulsado del mismo a Claudio Espector, fundador de la iniciativa y miembro del programa hace más de 15 años; menos casual es que el Gobierno del PRO haya clausurado entre 2013 y 2015 más de 60 Centros Culturales Independientes de forma discrecional y autoritaria; y tampoco sorprende que desde 2008 se hayan sucedido sistemáticamente actos de violencia y persecución policial contra artistas callejeros; en la misma línea resulta hasta lógico que el Gobierno de la Ciudad haya llamado a licitación para concesionar más de 20 espacios del Estado Porteño,  como el Paseo temático artístico en el Distrito de las Artes, el "Polideportivo Colegiales" o el "Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori", o evalué la posible venta de Buenos Aires Design y la privatización encubierta del Autódromo de la Ciudad de Buenos Aires; o que haya respondido con desalojos, represión y violencia a las demandas de estudiantes y artistas del Centro Cultural San Martín, o a los talleristas y profesionales del Hospital Borda.

Todas las políticas culturales que se desarrollaron en estos 12 años a nivel Nacional, desde la apertura de Espacios Públicos grandilocuente y presenciales para que se llenen de pueblo, encuentros, e interacción, hasta el trabajo mano a mano con los artistas reflejo de las demandas locales y la voluntad colectiva, tiene que ver con la conquista permanente de nuevos derechos que promueven la integración de la sociedad en torno a los conceptos de equidad y democracia, es decir garantía de libre acceso, y participación en el conocimiento, uso, goce y creación de cultura.

Justamente todos los avances sirvieron para revelar cómo las normas que nos han socializado durante casi 50 años y lograron diferenciar lo hegemónico de lo marginal, responden a patrones de poder, que hoy podemos cuestionar. Como pusieron de manifestó las miles de personas autoconvocadas el último sábado en diferentes puntos del país, somos muchos los que apostamos fuerte a no volver a ese “orden que nos fue asignado por el Mercado”, y fortalecer las políticas culturales como constructoras de futuro.