Todo lo que quiso saber sobre el abuso de menores y no se atrevió a preguntar

                                                                ÚLTIMA PARTE

LOS NUEVOS MONSTRUOS

    Algunas personas, incluso educadas, que se niegan a aceptar este delito y eligen no verlo, rechazan que un manoseo sea tan repugnante. Exigen pruebas más concluyentes: penetración. Hay madres que saben que su pareja lleva un tiempo prolongado abusando de sus hijos y callan. Más aún, intervienen como entregadoras. Y cuando se las interroga no se muestran dispuestas a creerle al niño. Todos los chicos entrevistados sugieren que recibieron escepticismo o maltrato al empezar a contar a sus familiares lo sucedido. Otras madres racionalizan y quieren justificarse afirmando que su pareja le “enseñaba” a su hija o a su hijo las cosas del sexo. Incluso presionan a la víctima para que no declare. ¿Qué se puede hacer, entonces?

  Si se entrega el chico a un instituto él se considerará castigado por haber dicho la verdad. ¿Y si no hay pruebas físicas y tras la denuncia debe seguir conviviendo con la persona que ha delatado? ¿Alguien piensa que volverá a formular alguna vez otra denuncia? Siempre, cuando un chico cuenta algo, la vida familiar se derrumba. Definitivamente. 
    
   No sólo muchas veces las madres descreen de sus hijos; temen quedarse sin el dinero que el violador aporta para comer. Le ruegan que evite estar cerca del chico. Nada de esto funciona. Para la víctima es una situación en la que nunca puede ganar. Se haga lo que se haga, terminará dañado. Por eso muchos chicos se van de su casa y viven en la calle. Y algunos son lamentablemente internados en institutos donde los mayores les hacen lo mismo que les hacían en su casa. Pero ahora con el aval del Estado. ¿A quién pueden recurrir? ¿A jueces que miran para otro lado o que inclusive insisten en restablecer el vínculo con el abusador si éste es un pariente? Por estas razones los menores se culpan a sí mismos. Piensan que ellos, no el abusador, han hecho algo mal. Y que por eso nadie los protege.
   
   Otras familias prefieren que el asunto quede dentro de ellas. “Mejor no preocuparse. No te lastimaron”. Algunas mujeres, temiendo la represalia de su pareja, retiran la denuncia. Y al estar conceptuado un delito de “acción privada”, no se investiga más. Sorprende la cantidad de casos en las clases media y alta que no se notifican. Estadísticamente, es un delito que se conoce tarde. Sólo los neófitos del tema acusan a las víctimas por no decirlo años antes. Ocurrió con abusos de curas en Canadá y tiempo atrás con el renunciado obispo de Santa Fe. ¿Por qué no lo contaba su abusado?
   
     Primero, porque el abusador le transfiere la culpa. La víctima necesita cariño y amor; el pedófilo la seduce y, debido a la culpa que le produce, el niño/a calla. Segundo, porque a menudo la víctima depende económicamente del ofensor, o éste se halla en posición de ejercer autoridad sobre ella: es maestro, entrenador deportivo, obispo, ladero en las vacaciones. Tercero, porque los padres le piden que calle para salvarse de esta mancha. Hemos asistido al señalamiento y la destrucción de la familia Candelmo debido al caso Veira. ¿Desearía alguien que su familia fuese marcada con ese estigma? 
     La mayoría de las víctimas jamás hablan. Por temor. Si el acto ocurre en su familia, temor a que la unión familiar se deshaga, o por el otro miembro de la pareja paterna, que emocionalmente suele depender del abusador. Incluso la víctima piensa que esto pasa en todas las familias, que es normal y forma parte de su crecimiento. Y cuando, tras años, lo cuentan –sólo un diez por ciento lo hace, el resto calla-, notan que en esta sociedad donde se le cree más al victimario que a la víctima, las culpables parecen ser ellos. Una demencia. Aquel rapto a la suave y débil virginidad del niño o niña sigue latente en su mente. También esa cacería que les atravesó el cuerpo. ¿Cómo borrarla? 

    Pueden pasar años, análisis, parejas, pero en esa oscuridad del pasado hay detalles que reaparecen. Atroces. En tanto, la sociedad busca excusas para culpar no al pedófilo sino a su víctima. El deporte de culparla es usual y universal. Por no saber defenderse, aun siendo pequeña. Lo cual hace que la mayoría prefiera no hablar o lo haga cuando puede, tal vez veinte años después, como en el caso de las víctimas de un bisexual profesor de colegio para ricos que utilizaba su seducción para quedarse a dormir en la casa de las víctimas y abusarlas mientras sus padres dormían plácidamente. Algunos advierten, en las clases altas y cuando se atreven a narrarlo, que sus padres miran para el costado o lo legitiman callando por vergüenza frente a sus amigos o parientes. Quizá temen más a la condena social que al daño al hijo. Sin embargo, nunca es demasiado tarde para la víctima. Debe denunciar.
    
    El cuerpo es una propiedad privada que no se comparte. Si alguien lo invade, el niño debe pedir ayuda y contar lo acaecido, sin vergüenza. El abuso se denuncia en el juzgado civil de turno (pedir datos en el teléfono 102), que elude todo nuevo contacto entre el ofensor y la víctima. Luego se debe alistar psicológicamente al niño para su examen médico, evitando su sufrimiento al relatar el hecho.
   
   Hay que aprender a leer el comportamiento del sospechoso y eludir la ceguera en parte de la Justicia: culpar a la víctima. Al desculpabilizar habitualmente al victimario, se subvierte el orden que garantiza la convivencia entre adultos y criaturas. El derecho del niño victimizado no sólo lo garantiza la denuncia: es necesaria la reparación por parte de la Justicia. Ésta usualmente aumenta su culpa y vergüenza, no sólo en los dos primeros años posteriores a la terrible violencia sexual, sino cada vez que en un futuro juicio lo obligan a relatar el hecho y a protegerse de las burlas acusatorias.

LA CONFESIÓN

   Es vital que padres o amigos hallen un Oficial alerta al denunciar el crimen: para muchos policías honestos este delito es tan inmundo que prefieren no ocuparse y derivan el caso. Tampoco muchos jueces desean oír hablar del tema. No obstante, el abusador, inconscientemente, quiere hablar. 
   
   Aún confesando, asegura amar a ese chico y ser incapaz de hacerle daño. Miente porque se miente a sí mismo. Dice que no lo hizo antes o que no lo hará más. O argumenta que el niño sabía lo que hacía, que le mostró partes de su cuerpo y él no pudo resistirse. Aunque el niño tenga sólo cuatro años. Hablando con agresor y víctima, surgen criterios opuestos: para el primero fue una relación tierna con el chico jugando voluntariamente; el niño, aterrado, sólo jura que le hacían “cosas malas”. 
   
    Pese a que la cifra negra del abuso es enorme, se resuelven pocos casos. La culpabilidad es difícil de probar, pues los jueces o jurados se confunden, dada la profesión o el atrayente aspecto físico de los acusados. No son sujetos a quienes podría pensarse capaces de presionar a un niño o hijo y atacarlo. El veredicto de inocencia nace de la incapacidad para pensar que aquel ciudadano elegante o seguro de sí sea capaz de tal horror. Y la policía se siente impotente ante veredictos absolutorios. Existen cientos de casos en que el fallo de “inocente” no es para la policía garantía de real inocencia. 
   
   Lo que más ayuda a los culpables es el síndrome de acomodación. Ronald Summit define de este modo los pasos que generalmente ocurren: secreto, amenazas al chico, revelaciones tardías que no convencen a los desconfiados y retractación del menor diciendo lo que los demás quieren oír para terminar con su drama. Un ejemplo válido fue el desenlace del caso del fallecido Michael Jackson. El 11 de julio de este año el actor MacaulayCulkin, de 35 años, dio una conferencia. Allí confesó que en su infancia el ídolo fue su amigo, pero luego se transformó y lo violó muchas veces, e incluso amenazó con matar a sus padres si contaba algo. Culkin dijo que por esos abusos cayó en las drogas. Esta noticia avala lo relatado: debió pasar un cuarto de siglo para que Culkin se atreviera a confiarlo.
   
   Nunca se le debe gritar a un vejador algo similar a “¡¿Qué porquerías le hacías?!”. Una buena manera de hacerlo confesar es rodearle el cuello con un brazo comprensivo, decirle que uno entiende lo que le pasa y dejar que vierta algunas lágrimas. Tal vez inventarse un hermano que tenga sus mismas costumbres. Si con esta actitud se lo convence de que uno sabe lo doloroso que es poseer ese “defecto”, o de que le convendría descargarse, factiblemente ha de lograrse una verdadera confesión. 

CONDENA Y RESARCIMIENTO

    Lo esencial es no aguardar a que surja un abuso para hablar del tema con los chicos. El silencio, la ignorancia y la indagación escasa, lejos de protegerlos, los tornan más vulnerables. La mejor vacuna es una real pesquisa. ¿A qué le deben prestar atención inmediata los padres? A los cambios en la conducta: reacciones violentas, exceso de higiene, evidencias de temor a alguien e inseguridad. Reiteramos: la disminución del rendimiento o no querer ir a la escuela pueden ser síntomas de que el niño ha sido objeto de abuso. Otros indicadores son las actitudes negativas con su propio cuerpo y sobre todo los testimonios sexuales, como introducirse un objeto en las zonas vaginal o anal, acercarse de manera sexualmente agresiva a otras personas o autoestimularse en público compulsivamente. En los más pequeños, esto puede advertirse en los dibujos que realizan: genitales agrandados u otros actos inadecuados para el desarrollo mental, social y cultural de su escasa edad.
   
   El interrogatorio a los niños debe hacerse con sumo cuidado. A veces lleva meses. Tienen que sentir que pueden contar sin temor; o usarse la Cámara Gesell. Si bien deben respetar a los mayores, no deben obedecerlos si les piden algo que intuyen es incorrecto o incómodo. Hay que marcarles que es lo que no deben permitir que les hagan. Como la mayoría de los abusadores son cercanos, no basta con enseñarles a cuidarse de los extraños. Si un allegado quiere hacer algo que los perturba o les exige secreto, tienen derecho a rechazarlo y a informarlo a sus padres a la brevedad. Aunque sean pequeños, deberían saber que suceda lo que suceda sus padres no dejarán de amarlos y les creerán. 
    
   En la Argentina, el artículo 119 del Código Penal contempla penas de 6 a 15 años de prisión para quien “tuviese acceso carnal con una persona de uno u otro sexo” mientras la víctima “fuere menor de 12 años”. La pena será de 8 a 20 años de reclusión o prisión si el hecho “fuere cometido por ascendiente, descendiente afín en línea recta (...) tutor, curador, ministro de algún culto reconocido o encargado de la educación o de la guarda”. Una pena que debería aplicarse más es la que sanciona el acto “cometido contra un menor de 18 años aprovechando la situación de convivencia preexistente con el menor”. Otros hechos merecen penas de seis meses a 4 años, “cuando mediare violencia, amenaza, abuso coactivo e intimidatorio, de relación de dependencia, de autoridad o poder”.
    
    Entre 2002 y 2005, sobre 2746 expedientes de abuso en el ámbito familiar o por parte de docentes, hubo sólo 164 condenas: una mínima tasa del seis por ciento. La sociedad ha involucionado, no protege a las víctimas. Entre otros mamíferos, los padres no protectores son considerados defectuosos por los restantes miembros de la manada. ¿El motivo de esta inacción? Pese a que aumentaron las denuncias en un 60 por ciento al incrementarse la conciencia social, y a que ninguna denuncia falsa prospera –es otro mito decir que las causas se inventan-, las absoluciones son habituales por el beneficio de la duda. 
   
   El lugar del hecho es esencial, porque la víctima supone que en el colegio o el club no la van a dañar, debería estar segura y cuidada al ser menor de edad. Y al final se encuentra con pérdida de su privacidad y con la impunidad. Usualmente la defensa propone testimonios extraídos del campo de la salud mental, que buscan no incriminar al acusado. Se arguye que el niño imaginó el relato o lo construyó influido por adultos u otro interés. Magistrados avalan la teoría del lavado de cerebro infantil. Y las estrellas de estos juicios terminan siendo los peritos. El daño psíquico producido por el abuso no es aceptado, si no lo verifica “científicamente” un médico legista o forense. De lo contrario, no hay delito. Y verificarlo rápido es imposible. Los jueces, usualmente de la clase alta o media alta, aplican su mirada de clase y género al valorar un hecho, la selección de pruebas y la graduación de la pena. No saben desprenderse de esa perspectiva clasista.
    
    Ejemplo: hace poco tiempo se acusó a una joven psicopedagoga de un colegio religioso de abusar de tres niñas de tres años. El peritaje reveló que una tenía el himen perforado. Todas ellas dijeron lo mismo ante la Cámara Gesell, jueces y peritos; se sabe que ninguna niña de tres años puede sostener mentiras sexuales; tampoco confabular ni fingir los síntomas, que las tres precisaron al unísono. Una jueza de Garantías y dos jueces de Cámara del Tribunal Oral N° 9 de Lomas de Zamora absolvieron a la acusada por el beneficio de la duda. En la sala, varias religiosas aprobaron el fallo con aplausos y cánticos. Declaró la madre de una de las niñas: “Estamos llenos de gente que defiende abusadores y nunca piensa en los niños. Al paso que vamos cada vez va a haber más. En este país no hay justicia para niños víctimas de abuso, pero sí hay ayudas, rezos y aplausos para los perversos ”. 
   
    Esto ocurre porque normalmente el abusador es muy agradable, se abraza y sonríe con todos. La gente lo define como simpático. Se mimetiza. La mayoría de los seres humanos son demasiado ingenuos y suponen que la imagen pública de las personas se corresponde con su imagen interna.
   
    Por ello, la duda logra absoluciones a granel. Sin embargo, es difícil que un niño logre engañar a un profesional, ya que en los tests proyectivos surge claramente si ha mentido. No olvidemos que la angustia del chico es acompañada por pesadillas, enuresis, cambios de humor y vocabulario sexuado no acorde a su edad, al tiempo que su rendimiento escolar disminuye. Los tests revelan el perfil de los pedófilos. Debido a ello rehúsan realizarlos. Y demasiados jueces descreen que estos actos los cometan personas de clase media o alta. No aceptan que es un delito que cruza las clases sociales. 
    
    La Ufisex (Unidad para la Investigación contra la Integridad Sexual, Trata de Personas y Prostitución Infantil) identificó en los tribunales argentinos a una creciente cantidad de abogados que se dedican a defender a abusadores recurriendo a la tediosa tesis del falso relato del niño o niña. Además, por si esta deleznable actitud no bastara, al finalizar el juicio con la absolución de sus defendidos, acostumbran perseguir penalmente a los peritos psicólogos que brindan credibilidad al testimonio infantil, lo cual obligó a algunos profesionales a decidir abandonar estas causas.
    
    Según el escritor Andrew Vachss, en el 90% de los casos los pedófilos son varones y un 85% conoce a sus víctimas, ya que el 68% son padres o familiares. ¿Edad? El 80% tiene entre 35 y 45 años, aunque los hay de 20 años. El 98% actúa a solas, sin testigos. El 79% carece de antecedentes penales y el 60 % no recibió muestras de afecto en la infancia, ni el 48% en la adolescencia. El 66% se niega a admitir sus crímenes y el 58 % de los que lo hacen declina recibir tratamiento psiquiátrico.
   
  En EE. UU., Canadá, Gran Bretaña, Noruega y Suecia, tras la condena a prisión se obliga a los pedófilos, por su propio bien y el de su comunidad, a una continua asistencia psicológica. Y sus nombres se incluyen legalmente en archivos computados del lugar donde van a residir (lo cual aún está prohibido en Argentina por la ley), pues se los conceptúa potencialmente reincidentes: las estadísticas informan que por cada abusador existen cien víctimas. El Control post-penitenciario es esencial en el mundo anglosajón y lo lleva a cabo un Oficial de probation. En España, a quien no ha progresado en su autocontrol, se le impugna la libertad y es obligado a cumplir toda su condena. En setiembre de 2008 se detuvo en ese país a miembros de una red que superaba los cien individuos. Entre quienes atesoraban pornografía infantil había pilotos de aviones previamente condenados. Tras salir de la cárcel reincidieron, por lo cual se dijo que las nuevas penas fueron notoriamente severas.
   
   Debemos hacer lo necesario para que el reo comprenda que es responsable de sus acciones y prevenir su recaída al salir. Señalarle que son situaciones de alto riesgo -en las que probablemente perderá el control y atacará-, los momentos en que mire a chicos en un parque o esté a solas con un niño, ya que sin saberlo usará el sexo para escapar del dolor emocional y de sus frustraciones en la vida diaria. Si tiene una psicopatía (trastorno de la personalidad), su reincidencia es ineludible. En general, son sujetos que no tienen empatía ni hacen un gesto, no están incómodos con su condición de pederastas y ostentan dificultades para arrepentirse y tener remordimientos por lo que han hecho. 
   
    Quienes violentan a chicos desconocidos tienen un peor pronóstico. Poseen un mundo afectivo muy pobre, no saben leer las emociones de sus víctimas y confunden un gesto de miedo con uno de deseo. Hay que intentar, para curarlos, que se pongan en el lugar de los chicos agredidos. Y refutar sus coartadas, esgrimidas para mantener su autoestima: que los chicos disfrutan aunque no lo digan, o que no se les perjudica porque son pequeños y olvidan todo. Si la conjetura del probable daño que realizan es elevada, deben impedirles la libertad anticipada. El primer deber social es proteger a la comunidad. Todo beneficio de libertad previa es potestad del Estado, no un derecho de los presos.
   
    Los casos que salen a flote son la punta del iceberg. Como individuos y sociedad usamos la negación para escapar de la verdad y causamos un costo enorme en nuestros niños. Dado que en los últimos veinte años se produjo un crecimiento certificado en los niveles de pedofilia, existe en toda América Latina una epidemia impúdica de abuso que es sistemáticamente ignorada: una de cada tres niñas y uno de cada seis niños serán abusados por lo menos una vez antes de cumplir sus 18 años. El típico ejemplo lo muestra el filme dinamarqués “La celebración”. En una atildada fiesta familiar con parientes y amigos, un adulto borracho se atreve a contar que su padre (el celebrado), lo vejaba de niño. Por abrir esa caja de Pandora, la gente le reprocha su actitud y se enoja con él, no con su padre.

LA IGLESIA CÓMPLICE

   En mayo de 2009 publicaron las conclusiones del Informe Ryan, (2500 páginas) revelando que bajo el manto de credibilidad de los religiosos “miles de niños fueron víctimas de abusos sexuales en orfanatos, escuelas y reformatorios dirigidos por la Iglesia” irlandesa. En 60 años (1930-1990) pasaron por un centenar de instituciones del interior de Irlanda casi 40.000 niños. La Iglesia Católica procuró frenar en 2008 las conclusiones del informe, ya que conocía los abusos y sabía que eran “endémicos”, pues se comprobó que crecieron entre 1975 y 2004. Una comisión entrevistó a 2000 personas -algunas llegaron desde Australia-, luego acusadas de “mentirosas”; relataron un catálogo de brutalidades, golpes y abusos sexuales por parte de sacerdotes y monjas. “Esos no eran orfanatos, eran gulags”, dijo John Kelly, una víctima. “Yo no me llamaba John Kelly, era sólo el número 253”. 
   
   El Estado irlandés fue responsable de 200 lugares operados por instituciones católicas. Dentro, se vivía trágicamente. Aunque la Iglesia ofrecía buena educación en ciertos colegios pagos, en estos sitios lamentables no brindaba a los niños educación sino trabajos duros y castigos corporales. Los pequeños estaban privados de negociar. Como dijo el citado John Kelly, hoy de 45 años, no tenían nombre, se los conocía por un número, como en una cárcel, y el abuso de sus cuerpos era habitual. Kelly aseveró que una noche perdió a sus padres (no fueron a visitarlo), a su Dios (no apareció pese a sus alterados rezos) y a su dignidad. No hace falta relatar algo más. También perdió la fe en la Iglesia, harto de los cintos de cuero, de los barrotes y la falta de vidrios en las ventanas y de calefacción nocturna, si bien los colegios eran subvencionados muy generosamente por el Estado. 

   Aún quedan vivas 30.000 personas criadas en este infierno entre 1930 y 2007, a las que los vecinos veían muy flacas cuando paseaban algunos domingos por los jardines, porque los religiosos se quedaban con el dinero destinado para alimentarlas. Eran chicos y chicas usualmente muy pobres, abusados por curas, empleados y monjas que llamaban a sus madres putas y a los chicos hijos del pecado. Kelly vio cómo abusaban de un niño de 4 años el primer día que llegó, pegándole hasta hartarse, incluso en el piso: los consideraban criminales sólo por haber nacido y les demolían la vida para siempre. A muchos les abruma la idea de que actualmente abusen sexualmente de otros. 
   
   En los castigos existía sin dudas una connotación sexual; era el inicio de la pedofilia. Debían tolerar ese trato hasta los 17 años. Hoy se exige un monumento a las víctimas y que el Papa vaya a Irlanda y les pida perdón. Una de las Órdenes pagó 300 millones de dólares a las víctimas y para ello debió vender el 67% de sus propiedades. Ya probado el trato vergonzoso a los niños y la estafa al Estado, ¿por qué el pueblo irlandés soporta que la Iglesia continúe administrando esos centros? La respuesta es simple: la Iglesia domina aún la vida social y política de Irlanda, sin transparencia ni indulgencia, actuando como una monarquía. Aparentemente sus miembros no creen en Dios (tal vez piensan que no existe), pues no temen al castigo ni al Infierno. Pero si bien están seguros de que jamás responderán ante Dios, deberían al menos responder ante los hombres. No obstante, es difícil. 

   Ya que la Iglesia (que por algo tiene ahora un seguro para los casos de pederastia) oficialmente considera que esa atrocidad es un pecado, pero no un crimen, aún sabiendo que está castigado con 10 años de prisión. El problema era que los policías no les detenían: informaban del delito a las autoridades eclesiásticas, pues pensaban que los sacerdotes “están por encima de los demás”. Sabían que la prioridad de la Iglesia es (y ha sido por siglos) mantener el secreto; trasladaban a los sacerdotes pedófilos y estos reincidían. Incluso la jerarquía estima que los abusadores son más aptos para la tarea eclesiástica que los niños abusados; a éstos, ya mayores, no se les permitía ser curas. Tras las denuncias recientes otros siete niños fueron violados por un sacerdote, pues nadie hizo nada.
  
   Previamente salpicada por escándalos sexuales en varias parroquias, la Iglesia irlandesa presentó una demanda legal para guardar el anonimato de sus religiosos citados en el documento; incluso el nombre de los sentenciados. Posteriormente el cardenal Sean Brady, máximo responsable de la jerarquía en Irlanda, declaró: “Lamento hondamente y estoy muy avergonzado de que niños hayan sufrido de manera tan terrible en esas instituciones”. Uno sólo de los sacerdotes se quitó la vida cuando iba a ser juzgado por crímenes pedófilos. Kelly dijo que la Iglesia logró que sus miembros no fueran juzgados ni castigados, amén de los que ya murieron. ¿Con qué convenio secreto lo logró?
   
    En 2002 el Gobierno irlandés selló un pacto con la Iglesia, donde a cambio de que ésta pagara 127 millones de euros para resarcir a las víctimas les garantizó inmunidad a sus religiosos. A su vez, el Gobierno abonó 1.300 millones de euros  (2000 millones de dólares) y se indignó pues la Iglesia sólo aportó una cuarta parte de lo tratado. En noviembre de 2009 el Informe Murphy destapó otra olla: los abusos en la arquidiócesis de la capital, Dublín, en connivencia (para salvar la reputación eclesiástica y no la integridad de las víctimas) con policías y jueces. Al derrumbarse la cultura del secretismo de la Iglesia, cuatro obispos de Dublín aludidos en el Informe Murphy renunciaron, igual que varios diáconos y sacerdotes, acusados de más de trescientos casos de abuso sexual recientes. 
    
    Tarde, en febrero de 2010, el Papa Benedicto XVI condenó de palabra los abusos pero los amparó diciendo “el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”. No aceptó una exigencia de las víctimas: la dimisión de los 24 obispos irlandeses reunidos en el Vaticano. Maeve Lewis, representante de los abusados, criticó al Papa por utilizar el argumento de “debilitamiento de la fe” al justificar los hechos: “Es ofensivo para los supervivientes sugerir que fueron abusados por culpa de la fe- aseveró-, en lugar de admitir que los pederastas eran movidos de una parroquia a otra”. 

    Un cura en Dublín admitió haber abusado de más de 100 niños, mientras que otro dijo que “sólo” lo había hecho cada dos semanas durante 25 años. La Iglesia irlandesa deberá pagar indemnizaciones de 200 millones de euros. Según Newsweek, cuando fue arzobispo de Munich en 1979 el Papa tomó en su jurisdicción a un sacerdote antes preso por pedofilia, quien tras recibir terapia fue enviado a otra parroquia, donde siguió abusando. El irlandés Frank McCourt cuenta en sus memorias (´Tis. A memoir) que al arribar en 1950 a EE.UU con 19 años, un sacerdote lo albergó e  intentó abusar de él. 
   
    No sólo allí. Entre los 800 sacerdotes condenados en Canadá, en 2008 la Iglesia concedió que uno, Charles Sylvestre, según su confesión, violó a 47 niñas adolescentes. Ellas estudiaban en una escuela católica de “reeducación”, creada para parientes de los antiguos habitantes. El Papa se disculpó. El gobierno abonó 2000 millones de dólares a las víctimas. La Iglesia colaboró con apenas 79 millones.  
   
    En EE.UU. acusaron en 2004 a 4400 sacerdotes por abuso. La Iglesia Católica sufrió otra sangría en dinero: pagó 2.000 millones de dólares a las víctimas. La acusación de proteger a curas pederastas no provocó la renuncia del cardenal de Boston, Bernard Law; dimitió por la crisis económica. Cuando el obispado de Los Angeles ayudó con 600 millones de dólares a las indemnizaciones, el sociólogo Sabastián Gehrmannn dijo que esa crisis llevó a la bancarrota a varias diócesis, incluida la de Boston. En los últimos decenios, 4392 sacerdotes de EE.UU abusaron de 10.000 menores. La Iglesia Católica plasmó una misma táctica: pagar a las víctimas y trasladar a los curas. En enero de 2000 en Boston fue condenado a diez años de prisión el sacerdote John Geoghan por abusar de 130 niños en un período de 30 años. El enojo social aumentó pues la jerarquía lo encubrió en lugar de separarlo. Inclusive pagó a las familias de los niños altas sumas para callarlas “en bien de la religión”, mientras lo trasladaba año tras año sin advertir de su conducta a los fieles de cada ciudad. 
   
    Editaron en 2008 en Australia la investigación Mullighan, donde se denuncia el abuso sexual de centenares de menores de edad por parte de sacerdotes católicos. La condena alcanzó a 107 de ellos. Se teme que las víctimas asciendan a miles, pese a la usual y tardía disculpa de la Iglesia y del Papa.
   
    Desde Alemania, en febrero de 2010, estallaron las dificultades de la Iglesia Católica alemana con la conducta sexual de sus sacerdotes. El semanario Die Zeit, uno de los dos más leídos, tituló en tapa: “El peligro satánico”. Con un subtítulo: “¿Por qué los hombres de la Iglesia se convierten en culpables?”. Y abajo: “Cómo reconocer a los culpables? ¿Cómo proteger a los niños?”. Las denuncias en Alemania partieron de ex alumnos de escuelas religiosas. Por este abuso de niños y adolescentes acusaron a 94 sacerdotes y laicos. En marzo de 2010, el hermano de 86 años del Papa dijo ignorar los abusos acaecidos en el colegio que rigió por 40 años. Nadie le creyó. Las víctimas (algunas ya adultas) hablan de “sadismo y lujuria”. En marzo de 2010 el diario The New Yok Times  informó que cuando el Papa era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe encubrió (con su luego Secretario de Estado, Tarcisio Bertone) al cura Lawrence C. Murphy, acusado de abusar sexualmente, entre 1950 y 1970, de 200 niños en una escuela para sordos del estado de Wisconsin.
   
    En otros 23 países existen denuncias policiales sobre agresiones de sacerdotes hacia monjas; ataques contra niños en Austria y Polonia y, atrozmente,  a pequeños niños sordomudos en Italia. 
Esta no es una tempestad pasajera. La reciente renuncia de otros tres obispos actualiza la pregunta: ¿por qué la Iglesia cree que es preferible ocultar tales actos y proteger a obispos y sacerdotes? ¿No comprende que su prestigio social depende de una política abierta, y que sus reglas no son compatibles con un estado de derecho? Su visión (favorecer a la jerarquía sobre las víctimas) le costó antes del Papa Francisco millones de fieles y ejemplificó una sorprendente falta de liderazgo.

  ¿Hay alguna prueba de que la Iglesia se opuso (antes de la asunción de Francisco) a las revelaciones públicas y a la colaboración con las autoridades judiciales? Sí, una carta de un cardenal en 2001 explicando que dicha política era respaldada por Juan Pablo II, quien fue canonizado en 2014 “debido a un milagro”. En abril de 2010 ese cardenal de 80 años, Darío Castrillón Hoyos (nada menos que ex jefe de la Congregación para los Clérigos del Vaticano) admitió que, con anuencia de Juan Pablo II, envió en el año 2001 una carta a un obispo francés, felicitándolo por “exponerse a una condena a prisión” dada su decisión de no entregar a la justicia a un sacerdote pedófilo que había sido hallado culpable de abusar de niños. Ese obispo “expuesto” recibió una risible sentencia de tres meses (condicional) al negarse a entregar al criminal. Esto ocurre en decenas de países y ciudades.
  
   Infelizmente, cuando el abusador es un sacerdote, las autoridades eclesiásticas y ciertos policías, fiscales y jueces, que por su fe religiosa sienten afinidad con los curas –pues todos ellos trabajan con el Mal-, son proclives a la tolerancia. A pesar de que un abusador es irrecuperable, eligen protegerlo.

EL ROL DE LA PRENSA

   Luego de que el papa Benedicto XVI renunciara en 2013 y fuera elegido el argentino Jorge Bergoglio con el nombre de Francisco, éste condenó (duramente) a los curas pederastas. Pero antes, como cardenal primado de Buenos Aires, había protegido al sacerdote Grassi y trasladado a otros. Ciertamente, no era culpa suya. Ha sido una política de Estado del Vaticano. Francisco fue el primer Papa que condenó públicamente a curas pedófilos. Cuando la sociedad de Boston (la más católica de EE, UU.) descubrió el escándalo en su seno en 2002 –por medio del periódico Boston Globe, tras una investigación de casi un año- se reveló aquella red de presiones de las Arquidiócesis del planeta.

  Encubrimientos, silencios y complicidades de fiscales para que los casos no llegasen a la Justicia, arreglando con las víctimas para que los curas quedaran impunes. Los alcances del escándalo fueron globales –sólo en EE.UU. piensan que más de 7.000 curas abusaron de chicos durante décadas-, por lo cual la política de cubrirlos era natural en la Iglesia. Con la venia de sus autoridades superiores. Es una institución de 2.000 años con una estructura vertical, donde las órdenes van de arriba hacia abajo. Los cardenales relocalizaban a los sacerdotes en otras parroquias, en otras ciudades, o en otros países, incluso en el Vaticano, donde se refugió un obispo argentino tras ser condenado. Por ello Francisco apuntó que existía un grupo homosexual poderoso en el Vaticano. Y destapó el escándalo.

   El film “Spotlight” (“En primera plana”, 2015, ganador del Oscar a Mejor Film) certifica que un fiscal garantizaba en Boston que las denuncias se encajonaran. Walter Robinson, el periodista del Boston Globe que descubrió este escándalo tras soportar presiones personales de la jerarquía católica (siendo él miembro de ese culto) reconoce en 2016 que “no era un caso aislado, esto sucedía en la mayoría de las ciudades grandes del mundo”. Y luego señala su desazón al “enfrentar noche y día, día tras día, el hecho de que a muchos niños vulnerables les arruinó la vida una institución que, uno creería, debería protegerlos”. Esto pensó quien escribe, cuando en aquel 2002, siendo columnista del prestigioso diario “Clarín”, le alcanzó a su máxima autoridad esta investigación (sin los datos posteriores, obviamente) por medio de nuestro amigo, el gran dibujante Sábat. El dueño la rechazó. 

  La ofrecimos gratis, porque ocuparía sólo dos páginas del diario y ayudaría a gente de clase baja y media que desconoce la forma de actuar de los pedófilos. Pensábamos, como Robinson, que el “trabajo más valioso de un periodista es descubrir cuando la gente sin poder está siendo victimizada. Son las historias que debemos contar, porque generalmente los gobiernos no suelen hacer nada para remediar estas injusticias. O son directamente responsables”. Demostramos osadía para enfrentar en 2002 a una Iglesia que, sin dudar, bendijo durante la última dictadura a los militares que arrojaban gente viva al mar. Y aún no se arrepintió de ello. Pero esa osadía no la tienen los grandes medios. De cualquier ideología. Por intereses de poder. En 2011, siendo quien escribe columnista del diario “Tiempo Argentino”, opuesto ideológicamente a “Clarín”, la ofreció. Y recibió la misma negativa. 

  En tanto, hay escasas políticas de capacitación en prevención y detección de actos de abuso sexual, si bien el gobierno que dirigió el país entre 2003-15 mejoró la protección a mujeres con leyes sobre  su trata y explotación. Pero ciertos jueces las dejan de lado burlonamente, como en un grosero fallo. 
   
   Amigos de jueces, expusieron en esta investigación su comprensión hacia los victimarios ante el suplicio de su castidad, y “ese deseo irrefrenable o pulsión que los arrastra a vivir atormentados”.    Sería preferible que pensaran en la mente y el cuerpo de sus inocentes víctimas: sostenemos que si el ofensor es instruido y con poder moral sobre los niños, su responsabilidad legal y penal es ilimitada. 
  
   La Iglesia olvidó por décadas la sentencia de Jesús: “Ay de quien escandalice a estos pequeños: más le valdría atarle al cuello una rueda de molino de asno y que lo hundieran en el fondo del mar”.
   
   Ahora surgió un nuevo tipo de acoso en Internet. Es una amenaza muy peligrosa porque se escuda en el secreto: un adulto puede fácilmente hacerse pasar por un niño que chatea con otro. Este ciberacoso sexual de adultos a niños se denomina en inglés grooming. El adulto procura obtener imágenes de raigambre erótica vía chat, cámara web o mensajería. Luego llega la aguardada cita. Dado este nuevo riesgo, se debe alertar a los chicos para que comenten a sus padres o amigos los mensajes que les parecen desubicados, o contienen promesas de regalos. Tampoco deben llenar formularios con sus datos, ni subir a la web fotos en trajes de baño o poca ropa. Mejor es desconfiar. 

Alertar, debe ser el rol de los medios dentro y fuera de la web. Piensen en ustedes ayer, siendo niños.