“Femicidio, la brutal manía de los cobardes”. La verdad me gusta ese título, dice mucho. En pocas palabras logra resumir unos cuantos conceptos a los que adhiero. Esto está escrito en la portada del suplemento Finde, del diario Norte, de la provincia del Chaco. Bien, ¿no? Si lo dejamos ahí, si no les cuento nada sobre la foto que acompaña e ilustra la nota de cabecera del “finde”, seguramente se llevarán una imagen positiva de ese diario, sobre todo quienes no son de esa provincia y posiblemente no lo conozcan o no lo lean, como yo. Pero, -sí, hay un pero-, les voy a comentar también sobre la imagen que abarca toda la portada del suplemento: una chica, -muy bonita, por cierto-, en ropa interior rosa, recostada en un poste.

Y ahí nos tira error: ese título, con esa foto, no va. Pero también nos deja un mensaje ineludible: así se le da tratamiento en muchos medios de comunicación a un flagelo que nos afecta a todas las mujeres, porque nos humillan, nos maltratan, nos golpean, nos violan, nos matan.

Mentiría si les dijera de qué va la nota, pero me quedo con la portada, que es lo que se expone, lo que los editores eligen que se visualice para promover la venta. De más está decir que no entendieron nada. Me gustaría pensar que quien puso ese título no fue el mismo que eligió esa imagen para ilustrar una problemática que ya se cobró a casi 60 mujeres en lo que va del año. Pero no lo sé.

Lo que sí sé, es que colgarse el cartelito de Ni Una Menos, está buenísimo, siempre y cuando no promuevas la cosificación permanente de la mujer. Fijate, por ejemplo, Marcelo Tinelli, que está genial que quieras decir basta, que te interese que no nos maten más, copado. Pero si después hacés un desfile burlesco de chicas casi desnudas donde se oyen los gritos y exclamaciones de hombres que parecen no poder contenerse ante algunos centímetros de piel, donde los atributos físicos de estas mujeres son el eje central, no estarías ayudando mucho. Quizá no comprendas que Ni Una Menos no es una consigna vacía, que no es sólo un slogan que pegó, que no es un detalle de moda, algo que queda lindo al ser difundido.

Es que muchos se visten de luchadores por los derechos de las mujeres, -que son los mismos derechos que tienen los varones, por esas cosas que no tienen género, como el querer que no nos asesinen y nos tiren en un descampado-, mientras nos desvisten por rating en la pantalla. Son promotores descarados de la desigualdad, de la permanente cosificación. Son quienes nos exponen como objetos tocables, como paletas de carne que buscan ser lamidas.

Entonces salen los que preguntan cuán corta tenía Melina la pollerita. Entonces salen las momias eternas del show mediático a preguntarle a una mujer víctima de violencia, qué hizo para que le pegaran. Y creen que tienen argumentos para volver a golpearnos,  para pensarnos desde ese lugar oscuro donde quieren recluirnos, donde la culpa debe ser nuestra, donde nosotras provocamos, donde la responsabilidad pasa por nuestras decisiones y no por el accionar del machismo que nos desaparece, nos ahorca, nos acuchilla, nos mete en bolsas de basura, nos entierra vivas.

Si van a comunicar, si se van a sumar a esta movida fantástica en la que se está convirtiendo el 3 de junio, a las 5 de la tarde en todo el país, los mensajes que trascienden la impostura no pueden ser esos. Porque la pose, la hipocresía del cartelito que dice lo que después no se hace, no sirve. De hecho, resta. Restan los machos, restan las mujeres que refuerzan los estereotipos machistas, restan los que se suman a un evento que puede ser histórico sólo porque creen que está bueno estar a la moda esta semana. Y, seguro, restan las Cecilia Pando, que no comprenden que la violación, tortura, apropiación de bebés y la desaparición y asesinato de mujeres en dictadura, también fue violencia de género.

Si tenemos la posibilidad de acercar nuestras opiniones a muchas personas, tenemos que entender de qué hablamos cuando decimos Ni Una Menos, que se traduce a ninguna muerta más. A ninguna piba más arrojada a la basura, a ninguna persona más justificando un femicidio porque “se vestía insinuante”. A ninguna persona más justificando una violación porque se quedó dormida en un taxi de noche. Pero eso se construye, ese se edifica ladrillo a ladrillo. Lo que pasa es que, mientras explicamos que tenemos derecho a que no nos violente un tipo porque le fue mal en la oficina, a vestirnos como queramos, a salir, a disfrutar de nuestro cuerpo, a ser libres... nos van matando. Hay miles de mujeres que no pueden esperar más. Y hay cientos que ya están bajo tierra porque no llegamos a tiempo. Hay cientos de huérfanos porque no llegamos a tiempo, porque todavía tenemos que explicar lo más básico, lo elemental: tenemos los mismos derechos y responsabilidades que ustedes, hombres. Si un hombre se pone un short y una musculosa y lo matan en un baldío, nadie, pero nadie va a cuestionar su vestimenta ni la va a utilizar para intentar justificar una aberración.

No podemos claudicar en remarcar el tratamiento que algunos medios y comunicadores le dan a algo que resulta vital, literalmente. Porque ahí hay una batalla latente. Banalizar el grito desesperado que nace desde el dolor, desde el miedo, desde la angustia y la soledad de tantas mujeres, es una cachetada más a todas las que sufren, a las familias de las asesinadas, a las que que ya no están acá para ver qué lindos salen algunos en las fotos, poniendo caras de circunstancia, mientras después nos tratan como cosas, nos ponen en la vitrina de los productos que se compran. Luchamos contra la indiferencia y la falsedad que sólo estigmatiza más. Luchamos contra el patriarcado que se difunde por las radios, los diarios, los canales. Luchamos contra las mujeres que ponderan a los machos, luchamos contra los machos que se creen más por tener bolas en vez de ovarios. Luchamos porque perseguimos la igualdad, porque sabemos que tenemos razón, porque lo que queremos no es nada más y nada menos que una simpleza: respeto. Porque queremos que no haya más mujeres muertas por ser mujeres. Queremos que no acaparen esto para sacar réditos miserables, que no se paren en la montaña de cuerpos fríos de nuestras muertas para sacarse la foto.

Por eso decimos Ni una menos. Por eso decimos basta.