Nora Cortiñas me dijo hace poco que quisiera morirse sana y joven. Acaba de cumplir 89 años. Son sus ironías pero también es su manera de entregarse a la vida, siempre hacia adelante, luchando, no bajando los brazos. Aceptar el uso del bastón es aceptar la vulnerabilidad. Si bien todos somos vulnerables, la vejez carga con su propia fragilidad ligada a los efectos del paso del tiempo. “El problema de los viejos es que no levantamos los pies cuando caminamos”, me dijo Hebe, una mujer de ochenta años que también tuvo dos caídas recientes. Norita ha caído más de una vez, y los golpes, bien lo sabe ella, no son sin consecuencias. Por eso empezó a usar un bastón. Pero el bastón que dejó olvidado en la puerta de su casa de Castelar, y que alguien se lo llevó, era además un recuerdo, una insignia traída de Japón, país al que visitó recientemente en defensa de las mujeres esclavas sexuales en tiempos de la Segunda Guerra. Quizá el olvido de Norita no sea más que una forma de negación, de seguir gambeteando al tiempo y sus efectos. Pero lo cierto es que lo necesita. El bastón es su apoyo, su tercera pierna, es, por sobre todas las cosas, la posibilidad de no volverse a caer. Y somos muchos los que no queremos que se caiga, para que continúe mostrándonos cuál es el camino que hay que seguir. Por eso pedimos que aparezca el bastón. Hay recompensa: la alegría de Norita. Lo merece.