Que si son ministerios, que si son secretarías. Que si Marcos Peña se va, que si lo reemplaza Andrés Ibarra. Que si los mercados le creen cuando habla. Que si el Fondo larga más dólares ahora, que si Dujvne se va y Melconian agarra la batuta. ¿Acaso eso es lo que importa?

Mientras los medios de comunicación dedican horas a hablar de estas cuestiones, la verdadera duda es cuánto va a rendir el salario del mes que viene. Para qué van a alcanzar los poquitos pesos que cobramos por nuestro trabajo.

Desde luego, ningún trabajador es inocente y sabe que el poder adquisitivo de su sueldo depende en parte de todas estas cosas. Pero en el fondo, la preocupación no está en si la cartera de Trabajo es un Ministerio o una Secretaría, tampoco pasa por si Dujovne sigue o no al frente de Economía, ni si quiera se trata de la confianza de los mercados. Pasa por saber cuánto ganamos.

Está claro que, en términos nominales la mayoría sabe cuánto cobra a principio de mes. Pero con la inflación estimada en un 40 por ciento, con los locales que no venden algunos productos porque no tienen el nuevo precio del proveedor, se hace verdaderamente muy difícil estimar para qué alcanza el salario. 

La ruptura entre Gobierno y pueblo, que se ve reflejada tanto en las encuestas como en todos los memes de Facebook, es una consecuencia directa de ver que el salario se hace agua y se escurre por las manos sin que alcance para nada.  ¿Voy a poder pagar la cuota? ¿Pago el mínimo de las tarjetas por si no me alcanza para la comida? ¿Festejo mi cumpleaños con un asado o mejor fideos?

Y ojo, que estas preguntas se las hacen quienes todavía tienen la suerte de tener un salario. Para el resto las dudas pasan por saber si les va a salir una changa nueva la semana que viene, si acaso servirá de algo llenar los mil formularios onlline para encontrar laburo, si mis hijos y mis hijas encontrarán trabajo, si no lo rajarán también a mi viejo.

Esas son las garantías que este Gobierno hoy no puede dar. Es esto (y no la continuidad de Marquitos Peña) lo que genera el hartazgo, lo que hace que la bronca se acumule y que aflore el desborde.

"No se puede gastar más de lo que se tiene", dijo Mauricio Macri en el discurso grabado del lunes. De eso se trata la crisis. Que, para empezar, hoy ni siquiera sabemos cuánto es que se tiene. 

Este miércoles los medios anuncian que el pan va a subir 15% a partir de mañana, que aumentan las naftas, que se viene otro tarifazo en los servicios y así podría seguir la enumeración... Y lo que cada uno y cada una piensa es: ¿con cuánta plata tengo que salir a la calle para hacer las compras? ¿cuánto necesito para ir al trabajo? ¿Voy a llegar a fin de mes?

Mientras Macri se preocupa por grabar un buen video y quedar bien con los que cortan el bacalao, por abajo, los y las de abajo no tenemos ni idea de cómo sigue la cosa.

No se trata (solamente) de estar más pobres. Se trata, encima, de no saber qué tan pobres vamos a ser mañana. Y ese mañana no es un horizonte metafórico. De verdad no sabemos si mañana abren los mercados y el dólar se va a 45 pesos, o a 50 pesos, o hasta la luna.

Si el Presidente quiere recobrar la confianza -porque hay que admitir, le pese a quien le pese, que este Gobierno fue votado por un sector importante de las capas medias y bajas que lo eligieron con las esperanza de estar mejor- tiene que garantizarle a los y las trabajadoras, a quienes madrugan todos los días, que sigue valiendo la pena hacerlo. Si empieza a ser más negocio quedarse en casa que pagar el colectivo, el tren, el subte y procurarse la comida para ir a trabajar, la cosa sólo se puede poner cada vez más fea.