Festín caníbal

El resultado del balotaje debe ser visto desde los resultados de la elección general del 25 octubre, fruto a su vez de una serie sucesiva de desaciertos de distinto nivel y calibre, probablemente consecuencia –¿inevitable?– de doce años de ininterrumpido ejercicio del poder político. No viene al caso aquí analizar ni pasar revista a lo que acabamos de llamar “desaciertos”, algunos de gestión, otros de estrategia y los más, de construcción política. Pero resulta oportuno recordar o parafrasear a Juan Perón: “Las fuerzas políticas no valen por su número sino por su organización y la capacidad de sus dirigentes”.

En el caso del Frente para la Victoria, la principal característica de gran parte de su plana dirigente fue la tendencia al canibalismo. Es que uno de los principales errores en la acción política es la arrogancia, la soberbia y el menefreguismo que surgen de la creencia de tener la vaca atada.

Ya desde los meses previos a las Paso, la dirigencia del Frente para la Victoria olvidó la realidad, se desentendió del pueblo –tanto de su masa adherente como de los sectores opositores o desinteresados– y se abocó con fruición a una suicida batalla campal interna (que, curiosamente, se agravó entre las primarias abiertas y la elección general) y a estrategias electorales que parecían elaboradas por el brain storm de un grupo de trabajo reclutado entre internos del Borda.

El resultado de la elección general paralizó y prácticamente colocó en estado catatónico a la dirigencia del FPV. Los pases de factura y ajustes de cuentas en plena campaña electoral –que no tuvieron lugar únicamente en la provincia de Buenos Aires, como a primera vista pudiera parecer– produjeron el peor de los resultados imaginables. Todos los dirigentes y activistas sabían que de no ganar en primera vuelta, el balotaje sería casi imposible de superar: el candidato del FpV se enfrentaría solo contra “el resto del mundo”.

A esta dificultad había que sumarle lo que seguramente fue la política más abiertamente autodestructiva del FpV: la permanente erosión del propio candidato, que viene de lejos y que encontró su punto más alto en el asombroso eslogan: “El candidato es el proyecto”. Si el candidato es el proyecto ¿para qué es necesario un candidato?

Tras las elecciones generales, esa dirigencia quedó groggy, sin  atinar siguiera a levantar los brazos y devolver los golpes, mientras el Pro, que mediando un resultado ligeramente distinto en la segunda vuelta por la elección de la jefatura de gobierno de la CABA, habría estado a punto de desaparecer como fuerza política, recuperaba bríos y encaraba el tramo final de la campaña con espíritu ganador.

El sopor dirigencial y la confusión de los activistas fue compensado con un notable fenómeno de autoconvocatoria y movilización de la base de adherentes, que a falta de una campaña coherente y sostenida, la tomó en sus manos y la llevó adelante con los escasos recursos que le era posible conseguir. Los volantes y carteles manuscritos son realmente conmovedores y deberían llamar la atención de unos y otros, pues se ha puesto en marcha un movimiento que será difícil detener, pero que puede ser sencillo malversar.

Aprender a los golpes

Así como a despecho de la opinión de los sociólogos, para comprender las conductas de la sociedad argentina actual es muy conveniente la relectura de El medio pelo de Arturo Jauretche, Técnica del golpe de Estado de Curzio Malaparte conserva tan extraordinaria actualidad que, no obstante haber sido publicado por primera vez en 1931, debería ser lectura obligada en los ambientes políticos.

Desde las 18 horas del día 22 de noviembre se puso en marcha una manipulación informativa que contó con la entusiasta –y se supone que involuntaria– colaboración de los medios y periodistas oficiosos y hasta oficiales. Para muestra, un botón: el insólito zócalo de la televisión pública que, al tiempo que ponía en pantalla los resultados de un cinco por ciento de los votos, titulaba: “Argentina eligió presidente”. Semejante título acompañado de cifras en las que Macri obtenía una diferencia de entre 7 y 8 puntos era todo un editorial, particularmente porque tratándose de tan pocos números oficiales, el final no estaba cerrado. El tiempo verbal que correspondía era el presente: “Argentina elige presidente”.

No había pasado un minuto desde que se cerraron las puertas de las escuelas cuando C5N tituló, y mantuvo a lo largo de toda su transmisión: “Ganó Macri”.

Así, mientras las consultoras y encuestadoras, una tras otra, negaban haber realizado encuesta alguna luego de la votación (información que NO se difundió sino hasta horas después), periodistas, autotitulados politólogos y hasta tipos cuyo único antecedente en la materia es el título del Iser, realizaban estrambóticos análisis políticos y hasta se la daban de expertos psicólogos capaces de leer el lenguaje corporal.

Estamos habituados a la chantada sistemática de los periodistas televisivos, obligados a llenar el tiempo de ruidos que parezcan palabras, pero este domingo fueron superadas todas las experiencias: periodistas y falsos expertos sacaban conclusiones en base a una frase –“Ganó Macri”– sin que existiera ningún dato que permitiera sostener un afirmación tan categórica.

Y ya en una desenfrenada caída hacia el ridículo, continuar con la sanata y seguir sosteniendo la consigna en base a la difusión de un resultado general con pocas mesas escrutadas. Y, lo que no es menor, sin tomarse el elemental trabajo de analizar los datos, a disposición de cualquiera con acceso a una computadora que no fuera tan perezoso. Cualquiera podía advertir que, aun ya con un veinte por ciento de mesas escrutadas, los porcentajes no se acercaban a lo que sería el resultado final si, por ejemplo, recién se llevaban computados menos del 1 por ciento de los votos de la Tercera Sección electoral.

En tanto, a los psicólogos y mentalistas expertos en la lectura del lenguaje corporal no les llamó la atención la insistencia de los políticos del Pro en invocar extraoficialmente una victoria que no se podía sostener con seguridad: ninguna boca de urna, ni siquiera el mucho más preciso sistema de análisis de mesas testigo desarrollado por cada partido, podían asegurar nada en base a una diferencia tan exigua como la que en realidad terminó existiendo: 51,40 % contra 48,60, un 2,8 %, apenas 704 mil sobre un total de 25 millones de votos emitidos.

Cabe puntualizar que, en un balotaje, cuando los votos que pierde uno, los gana su rival, a los efectos prácticos ese 2,8 % se reduce a un 1,4%.

Sin embargo, desde el primer minuto pudo crearse en la sociedad la convicción de un triunfo de Macri y, lo que es más notable, la idea de la derrota en la militancia del FpV.

El asombro se incrementa apenas uno repara en que el gobierno y el manejo de más de un par de medios de comunicación y del sistema de Inteligencia no se encuentra en manos del Pro sino –aparentemente– en las del FpV.

Pero esos medios, sus periodistas y los propios dirigentes del FpV corrieron detrás de un rumor echado a rodar sin datos que lo sostuvieran.

Les propongo un ejercicio: imaginen el efecto político de un resultado en el que Scioli se hubiera impuesto por tan exigua diferencia. Es de cajón que su legitimidad para gobernar hubiera sido cuestionada de inmediato. Sin embargo, nadie ha cuestionado la de Mauricio Macri, cuya capacidad y legitimidad son muy inferiores, habida cuenta que no cuenta con número suficiente en ninguna de las cámaras.


Reflexiones en chancletas

En los próximos tiempos surgirán dos tentaciones dentro del FpV: la de fingir demencia por parte de muchos dirigentes y la de cobrarse cuentas y cortar cabezas por parte de unos cuantos de los numerosos decepcionados o damnificados por esa dirigencia. A esto se sumarán las tentaciones de quienes quieren separar y diferenciar el “kirchnerismo” del “peronismo” y las de quienes quieren separar y diferenciar el “peronismo” del “kirchnerismo”. Ambas tienen el mismo efecto centrífugo, aunque sus motivaciones son opuestas, pero a la vez reconocen un elemento en común: la vocación minoritaria.

La cariocinesis ha sido el tradicional método de crecimiento de los grupos de la izquierda argentina: al igual que los organismos unicelulares, se reproducen dividiéndose en dos. Esta peculiar y ciertamente insatisfactoria técnica sexual se origina en el modo ideológico, o para decirlo mejor, abstracto, de construir la identidad política: yo soy yo en  tanto soy diferente a otro. De ahí ese apego a los programas, cuando más detallados, mejor, que pongan permanentemente a prueba el grado de acuerdo alcanzado.

Los movimientos nacionales de liberación se construyen según un método opuesto, que, por indiscriminado, algún zafio podría comparar al de una orgía: partiendo de un antagonismo insalvable, el del pueblo y la nación contra la elite y el imperio, el camino hacia la construcción de la identidad pasa por la búsqueda de coincidencias, por encontrar que es lo que tenemos en común con el otro, y dejar las diferencias en segundo plano. Y es lógico que sea así, porque no se trata de construir un partido sino de poner en marcha las fuerzas nacionales, de darles impulso y encontrar una dirección.

De ahí que el mayor peligro que enfrentan los movimientos nacionales no se encuentre en su exterior sino en su propio seno, y eso es el sectarismo, porque el sectarismo –esa psicótica búsqueda de las diferencias– atenta contra la propia naturaleza de un movimiento nacional de liberación que, para serlo, debe ser necesariamente cada vez más amplio y heterogénero.

Esto asusta a algunas mentes demasiado cartesianas o inseguras, que reaccionan en busca de la homogeneidad, en cumplimiento de la sentencia de la viuda a sus hijos en el velorio del marido: ahora que somos menos vamos a estar más unidos.

Esta tentación está siempre presente y es siempre igual de peligrosa, tanto cuando se manifiesta en nombre de la tradición y la pureza doctrinaria, como cuando usa el pretexto la pureza revolucionaria. Evitarlo y evitar que operen sobre estas fuerzas centrífugas los intereses externos, es tarea de la conducción y la plana dirigente, pero es también responsabilidad de militantes y activistas, en mayor medida en circunstancias como la que atraviesa actualmente el FpV.

La condición básica, el supremo valor político es el de la unidad. Para preservarla es preciso conservar la calma y el sentido de las proporciones, evitar la histeria y las ansias de revancha y castigo, la pasión robespierana por guillotinar a los propios. Ya llegará el momento, pero, por lo pronto, se impone conservar la unidad, evitar la frustración y la dispersión de un conjunto político y social, no sólo de por sí mayoritario, sino lo suficientemente diverso y coherente.

Un enorme porcentaje de quienes votaron a Daniel Scioli están dotados de firmes convicciones. La responsabilidad primera, es que no las pierdan. La segunda, impedir que sectores intrínsecamente minoritarios que sólo tienen en común el odio que profesan al Fpv, avancen como Pancho por su casa, sin nuestra firme oposición. La tercera, llevar a ese conjunto social a la victoria a través de la paciente y sistemática construcción de mayorías.

Y si alguien tiene un método mejor, que avise.