Fue hace unas semanas, pero el recuerdo permanece latente en mi memoria.

Fue una noche inolvidable.

El clima era como el de la final de la Copa del Mundo. La ansiedad y el nerviosismo se palpaban en el aire.

El Turco Nadim se movía por la casa como un tigre enjaulado.

Hacía 493 días que esperaba este momento y no estaba dispuesto a perderse ningún detalle.

Más de un año esperando por su ritual nocturno. Si hasta llegó a decir que sentía que en el 2013 le faltaba algo.

Para celebrar el magno evento nos había invitado a cenar a su casa. Tratándose de comida casera gratis a ninguno de nosotros se le paso por la cabeza no ir.

Eran las 9 y pico de la noche cuando nos sentamos a la mesa para empezar con la picada.

En la cabecera de la mesa rectangular y justo frente al televisor el Turco, a su derecha el lugar vacío correspondiente a Tita, su esposa, al lado se sentó el Ruben (sin tilde) y enfrente el Colo, Yo y el Pelado.

Tita no podía estar quieta, iba y venía de la cocina con manjares de preparados por sus propias manos. Todo debía estar listo para la hora señalada.

Finalmente, unos minutos después de lo anunciado comenzó el programa. Después de una extensa apertura que tuvo de todo, apareció ÉL.

Marcelo Tinelli volvía con su programa por la pantalla de Canal 13. Desde que empezó a hablar, aprovechó cada momento para pasar todas las facturas que tenía pendientes. Creo que no necesitó un “machete”. A pesar de que técnicamente nadie bailó, hubo muchos que se comieron un baile de la boca de Tinelli.

En eso estábamos tan entretenidos cuando sentimos el portazo a nuestras espaldas. Era Jazmín, la hija del Turco y Tita, “la nena mimada” de una familia con muchos varones.

Hacía mucho tiempo que no veíamos a Jazmín… y debo confesar que jamás pensé que tantos cambios se podían producir en el cuerpo de una persona en poco tiempo.

Lejos estaba del recuerdo de aquella niñita que correteaba alegremente por los pasillos de la casa.

Delante de nuestros incrédulos ojos apareció una adolescente con la explosión hormonal a flor de piel.

¡No se podía creer…!

No quisiera ahondar en los detalles, pero sólo para que me entiendan, la guitarra más perfecta del mundo envidiaría las curvas de esa chica.

Es más, sin exagerar creo que tranquilamente estaba en condiciones de domar a la barra brava más salvaje del fútbol argentino con la sola promesa de un beso que saliera de esa boca.

Llevaba puesta una calza tipo leopardo, creo que le dicen “animal print” a eso, pero decir que la llevaba puesta es cometer un acto de injusticia. Era como un tatuaje gigante, la calza ERA su piel.

Cuando se sacó la camperita pudimos ver su espalda, a penas cubierta con una tela a la que difícilmente una persona normal podría llamar remera. La costurera que la hizo debió luchar mucho para encontrar algún pedacito de tela que pudieran unir con otro.

El aire se enrareció. No hacia falta mirar a mis amigos para darme cuenta que, como mínimo, todos coincidían con mi pensamiento. Imagínense.

Pero no quiero aburrirlos con más detalles. Como les contaba, en eso estábamos cuando luego de toda su ceremonia de ingreso y mientras se sacaba los auriculares del iPod, notó nuestra presencia.

- ¿Pero qué pasó que hay tanta fiesta en casa? – soltó con cierto grado de interés.

- Lo que pasa es que volvió Marcelo – dijo Tita emocionada

Fue entonces que pasó lo que ningún ser humano querría que le pasara nunca en la vida.

Con el desgano que habitualmente tienen los adolescentes, Jazmín preguntó - ¿Qué Marcelo? –

Fueron segundos que duraron una eternidad. Como si el Mundo se hubiera detenido. Sentí como por mi espalda empezaba a correr un río de transpiración helada. Por un momento pensé en pedirle a El Señor que me llevara ahí mismo.

La mirada de el Turco Nadim se sentía como una navaja helada en el cuello.

Levanté la vista y vi como el Ruben se había metido enterita en la boca la fatay que acabada de agarrar recién salida del horno. Sus ojos llenos de lagrimas me confirmaban que la fatay estaba realmente caliente.

El Pelado giró automáticamente su cabeza hacia el televisor. Fue como si un dispositivo a resorte se hubiese soltado de repente. En el reflejo de la pantalla podía percibir sus ojos abiertos como un 2 de oro y un dejo de desesperación, como ese buzo que en la profundidad del océano se da cuenta que se quedo sin oxigeno en el tanque.

Por el rabillo del ojo vi como una gota de sangre salía de la boca del Colo. No se bien si se mordió la lengua para no hablar, como me dijeron que hacían algunos soldados en la Segunda Guerra Mundial, o era que la presión de sus dientes para sellar los labios estaba generando un pequeño pero constante hilo de sangre de su boca.

Yo no supe que hacer. No estaba preparado para una cosas así. Ya era tarde para todo.

Levante la vista y miré fijamente a los ojos en llamas del Turco. Revisé en un segundo todo mi vocabulario tratando de encontrar una palabra que pudiera descomprimir la situación.

No la encontré.

Sonreí, y cómo si nada hubiera pasado, y sosteniéndole la mirada al Turco, pregunté:

-¿Qué nos hiciste de postre, Tita?

Fue la última frase que alguno de nosotros dijo esa noche.

El resto fue todo monosílabos y sonidos guturales, siempre con la boca llena.

Tita fue la encargada de mantener un diálogo, si es que se puede llamar así a un monólogo ininterrumpido de media hora. A diferencia de nosotros, a Tita los nervios la hacían hablar de más.

Cuando terminó todo, la cena y el programa, nos levantamos simultáneamente. Nos saludamos en la puerta como si saliéramos de un velatorio. No nos dijimos ni chau. Estábamos en estado de shock.

Esa fue la última noche que vi a los muchachos.

Desde entonces que no se nada del Ruben, del Colo o el Pelado.

Mucho menos del Turco y su familia.

Me parece que nadie tiene ganas de recordar que pasó.

Una verdadera pena, porque la comida estuvo exquisita.

Buenas Noches.