Cuando algo anda bien, dicen que no hay que tocarlo. Y la oposición anda a paso triunfal y si no luce pletórica es por falta de recursos anímicos. ¡No toquen los rezongos de Ricardito, la simpatía de Sanz ni el temple militante de Massa! Lanzada a la desorbitada aventura de atacar al gobierno desde todos los flancos, a la oposición ya ni le queda espuma para regurgitar por la boca. Sus candidatos y referentes políticos han decretado el boicot anticipado al gobierno. Durante un año se negarán a todo. Salvo a enfrentarlo, a molerlo, denunciarlo, agraviarlo, joderlo y “desrelatarlo”. Su obcecación es el “desrelato” oficial. En cualquier momento salen a decir que Cristina no salió  del Otamendi y la que salió para Olivos es una sosías que simula a la ausente. Y que el gobierno firmó un pacto secreto con los ingleses para cederles las islas Malvinas y otro pacto con los fondos buitres para pagarles lo que reclaman con Vaca muerta.


Rabiosos de rabia humana imaginan luchar contra el fantaseado fascismo.  Los medios afines los acompañan y proveen de silobolsas de rabia desorientada. Acoplados así, unos y otros urden y hacen arder cada día títulos opositores en la torcida agenda mediática. Esa es la táctica y estrategia que les concierne y entusiasma. Enhorabuena. Sí, porque sin proponérselo les brindan esperanzas al pueblo y a su gobierno.


Pero que a nadie se le ocurra preocuparse por corregir y reorientar a una  oposición tan innoble.  Para qué inmiscuirse. Y para qué recomendar más altura al radicalismo clásico o al posmoderno; al chirle o al viscoso, o al anacrónico y nostálgico tratando de que retornen a sus ya desvanecidos orígenes. Y nada de aconsejar al socialismo de la “mano invisible del mercado” para que sea más progre y avisarle que  el Tea party y el “caprilismo” no le convienen;  o de exigir al PRO y al massismo que esclarezcan más sus alianzas volubles e insolubles, y menos empeñarse en aliviar al carriosismo apocalíptico, capaz de disfuminar a pinistas y troskistas posesos. Al contrario, no hay que desalentarlos en esa dinámica colérica.  Que reproduzcan y multipliquen más Sabsay, más ofensas a un niño político, más denuncias como la de Graciela Ocaña o como las del supuesto atentado incendiario de Santa Cruz que acabó como farsa. Todo va bien así.  Sigan cada mañana eyectando sus deposiciones verbales sobre la escena argentina. No disminuyan el rating de sus intérpretes radiales opositores preferidos. Ofrezcan sus oídos como traseros sin resistencia. Inunden de mensajes antigobierno y antipueblo las redes cloacales que se ofrecen para admirar a los columnistas conspiradores. Así van a tener éxito en lograr el paroxismo del odio político intencionadamente antipolítico. Ya están casi para el libro Guinness de récords en el rubro “actuación histérica inconclusa”.


En política no hay mejor aporte que el del adversario. Más aún si es a causa de un  error forzado por la superioridad del oponente. En un año, aparte de los votos que acumule por sus méritos, al oficialismo se le ofrece la campaña de los otros como regalo. Son inimaginables los votos que junta el proyecto nacional y popular con cada tapa de editorial Perfil o con cada editorial de La Nación, o aunque en menor cantidad con los denuestos del jujeño Morales o cualquier publicitario que los instigue. También contribuyen con alguna limosna el gracioso desagraciado Borenztein o los casamientos imperdibles del año o lo que sea en contra.  En contra pero a favor. Por eso lo que anda bien no se toca.  


¡Vamos oposición, todavía!