Beth Warren, fisioterapeuta de 28 años y natural de Birmingham, al norte de Inglaterra, llevó ante la justicia a la Autoridad de Fertilización Humana y Embriología británica -HFEA-, que había establecido que el esperma congelado de su esposo, Warren Brewer, se destruiría en abril de 2015, si ella no decidía antes de esa fecha utilizarlo para tratar de concebir un hijo.


Brewer, instructor de esquí, murió a los 32 años de un tumor cerebral y dispuso, antes de recibir tratamiento contra el cáncer, que su esperma debía ser conservado para que su esposa pudiera utilizarlo. Ambos llevaban juntos ocho años y se casaron seis semanas antes de la muerte del hombre.


Warren, semanas antes de la muerte de su marido, perdió también a su hermano en un accidente de circulación, y su abogado señaló que la ley de 2009 que regula en el Reino Unido la reproducción asistida había creado “injusticias”, como el caso de su cliente.