Nota diario 'Marca' de España:

Los goles en los minutos finales, una constante en esta Eurocopa, están arruinando la vida a más de una selección. Esta vez la damnificada ha sido la modesta Islandia, que pese a sus evidentes limitaciones está firmando una Eurocopa más que decente.

No se puede pedir más a los esforzados muchachos de Lars Lagerbäck, que sacan petróleo de cosas tan básicas en el fútbol como el orden y la disciplina. Ya lo sufrió Portugal en su debut y ahora ha sido Hungría, que se las prometía muy felices tras doblegar con goles y buen fútbol a la encopetada Austria.

El partido, vaya por delante, fue un tostón de padre y muy señor mío. Las cosas hay que llamarlas por su nombre, por mucho que uno no ponga en duda el enorme mérito de los islandeses. Entre la simplicidad de la propuesta nórdica y el ofuscamiento de una Hungría que no encontró casi nunca la forma de doblegar la férrea defensa islandesa, los minutos trascurrieron sin que pasara casi nada reseñable.

Y lo que pasó, y eso sí que es preocupante, fue más por demérito del damnificado que resultado del buen hacer de alguna de las dos selecciones en liza. Basta con repasar los dos goles, que llegaron de penalti y en propia puerta. Estas son las cosas que trae la 'democratización' de la Eurocopa, pero no seremos nosotros quienes criticaremos la ampliación del cupo hasta los 24 equipos. Ya puestos, ¿por qué no 32? Que siga la fiesta.

En fin, que decíamos que el partido fue aburrido de solemnidad y las ocasiones, siendo generosos en la definición, llegaron con cuentagotas. El resto fue un ejercicio tan generoso como ingrato, porque el fútbol debe ser algo más que sudor y dientes apretados.

El gran perjudicado, obviamente, fue la selección húngara, que cuenta con dos o tres jugadores de notables recursos. En especial Dzsudzsak, que vivió una tarde para el olvido tras pasarse los noventa minutos buscando un socio que le acompañase en la titánica tarea de derribar el muro islandés.

A Islandia en cambio le bastaba con mirar el reloj de vez en cuando y esperar que el viento soplara a su favor en alguna de sus escasas aventuras ofensivas. Casi le funciona a la media hora, cuando Gudmundsson le robó la cartera a Kádár y se plantó solo ante Kiraly, pero su disparo lo sacó con el pie derecho el experimentado cancerbero magiar.

Hungría respondió con una rosca de Kleinheisler, otro de los pocos húngaros con cierta clarividencia, pero el disparo no encontró puerta. Llegados a este punto, ya era evidente que de llegar algún tanto, sería por error de alguno de los implicados.

Kiraly canta las cuarenta

El penitente, quién lo iba a decir, fue el bueno de Kiraly, que no logró atrapar la pelota tras un saque de córner y propició una jugada en la que Kádár acabó derribando a Gunnarsson. Gylfi Sigurdsson se encargó de transformar la pena máxima, poniendo patas arriba el Grupo F de la Eurocopa.

Hungría encajó fatal el mazazo y se pasó gran parte de la segunda mitad masticando su desgracia sin encontrar respuestas al partido. Dzsudzsak lo intentó un par de veces a balón parado pero la respuesta, como siempre, era el fútbol, así que la diana magiar llegó tras una de las pocas combinaciones decentes de los hombres de Bernd Storck en todo el encuentro. Hizo falta, eso sí, que Saevarsson pusiera el punto y final a la acción introduciendo la pelota en su propia portería.

Quedaba aún tiempo para algún que otro susto, que esta vez corrió a cargo de un viejo rockero como Gudjohnsen. Un segundo después, el ruso Sergei Karasev pitaba el final del encuentro.