La murga camina, dicen en los escenarios de las murgas los directores como axioma coreográfico pero que en realidad expresa una directriz de movimiento y vitalidad que es la garantía de un espectáculo de la murga porteña y argentina.

La murga camina más allá del calendario carnestolendo y se expresa, la murga baila y contiene en su seno a decenas de pibes y no tanto sin distinciones ni discriminaciones, representando un papel ancestral en nuestra historia que arranca en los viejos candombes de este lado del plata y luego en su caminar se convierte en la comparsa que ya blanqueada y cerca de los finales del siglo IXX se mestiza con los blancos.

La murga, esa gran desconocida para una sociedad marcada por un tabique -más que una grieta- en donde “lo negro” de nuestra cultura es un secreto a voces, un jugueteo de progres culposos con datos precarios, de ignorantes bien aprendidos sobre una Argentina sostenida antes el imaginario como “blanca”. 

En definitiva esa hija de Europa, como mal boqueara nuestro Presidente y encima extendiendo la falsedad del enunciado a toda América y que en realidad no hace más que legitimar el concepto que la educación sarmientina nos inoculó a caballo de himnos meritocráticos y cobardías genocidas.

La murga camina a pesar de todo en la ciudad de Buenos Aires y ese “todo” es decir un Estado que no acompaña los festejos ni se preocupa en comunicar a los ciudadanos lo que estará pasando en los festejos, recorta presupuestos y “gentrifica” el valor cultural para justificar el sueño del corsódromo porteño, una zona roja en donde prostituir el bien ganado espacio de la calle que es tradición y bien comunitario.

El festejo del carnaval excede el marco de las murgas y para miles y miles, son el momento del disfrute en las veredas o las calles y del otro lado de las vallas. Es el momento de ser protagonistas para quienes trabajan en mostrarse lo más dignamente posible, con color, ritmo, poesía; que no es solo la cantada sino la que da el paso de las agrupaciones con su danza y representación de lo que es patrimonio cultural intangible y más que nada vital.

La murga, los murgueros no imitan, expresan un género propio. No se disfrazan, se visten. No cortan las calles, la pueblan de energía y sentimiento. No hacen ruido, los bombos retumban toques que se heredaron y son el espejo en donde la milonga y el tango como la cumbia también, nos miramos en riqueza y patrimonio.

Ese “todo” también y porque no, es la mirada de los propios actores de las murgas y el género para renovarse, mejorar y crecer en lo que se ofrece al pueblo cada noche dentro y fuera del marco del festejo.

Por eso sostengo que hay que tener cuidado con lo que se juega en cada carnaval en las calles ante propios y extraños, que curiosamente se mezclan en los lados de la grieta que esa estaca o tabique mentado arriba, nos clavó en un momento de nuestra historia, y que debemos derribar para sostenernos en la memoria como anti doctrina de la historia negada, palabra tan de moda y temida que no creo pueda parar el caminar de la murga.