Cuando Franz Kafka falleció el 3 de junio de 1924, a los 40 años de edad, a causa de las complicaciones provocadas por la tuberculosis explicitó que deseaba que quemaran todos sus escritos.

Sin embargo Max Brod, mejor amigo del escritor, decidió no cumplir con ese último pedido y la literatura universal se vio beneficiada con sus grandes textos.

Luego de un extenso proceso judicial se determinó  91 años  que sus manuscritos, en manos hasta ahora de los herederos de la secretaria del amigo y albacea, deben ser entregados a la Biblioteca Nacional de Israel para que puedan ser consultados por los investigadores y el público en general.

El Tribunal del Distrito de Tel Aviv ratificó esta semana el fallo de un tribunal inferior en 2012 favorable a la Biblioteca Nacional y desestimó  el recurso de los titulares privados de los archivos. Incluso remarcó la "conducta criminal" en la posesión de esos manuscritos.

Brod terminó con los textos de Kafka en Palestina bajo administración británica, luego de huir de los nazis en 1939. A su muerte en Israel en 1968, legó todos sus papeles, incluidos los del autor de La metamorfosis a su secretaria personal, Esther Hoffe, con la obligación de que los entregara a un archivo público.

“La Universidad Hebrea de Jerusalén, la Biblioteca Municipal de Tel Aviv u otra institución similar en Israel o en el exterior” fue el pedido de Brod. Pero Esther y su hermana Ruth vieron la posibilidad de sacar provecho de la situación y empezaron a gestionar los textos como si se tratasen de una colección privada.

Muchas de las decenas de miles de páginas que recibió en custodia acabaron en el Archivo de Literatura Alemana, en Marbach. Otros documentos se ocultaron  en diez cajas de seguridad situadas en bancos de Tel Aviv y Zúrich, así como en los muros de la casa de la secretaria.

Cuando Esther Hoffe murió en 2007 legó los manuscritos y cartas a sus dos hijas. Fue entonces cuando la Biblioteca Nacional, amparada por el Gobierno de Israel, y las herederas hermanas Hoffe, apoyadas por el Archivo de Literatura Alemana iniciaron el complicado proceso judicial que acaba de cerrarse.

El tribunal de Tel Aviv destacó que  la conducta de Esther Hoffe “Causó una indignante injusticia con la forma en que gestionó el legado literario” de Kafka.

“Kafka no conoció a Hoffe y nunca habló ni se reunió con ella”, precisa la sentencia. “[La secretaria] No era una persona próxima ni con la que él tuviera una relación familiar” y sólo se dedicaron a vender su obra al mejor postor.

Los jueces israelíes consideran que Brod que tuvo que huir de Praga, también para escapar de los nazis, “difícilmente hubiese aceptado que su legado hubiese acabado en una institución alemana”.

Fuente: El País.