El precio del triunfo

Al mirar la cámara, la actriz porno Sasha Grey te mira a vos que también la mirás aunque ninguno puede verse porque vivís en un departamento alquilado y ella en un video grabado hace dos años en una cómoda casa. Es un amor a distancia y a la vez un amor correspondido: Sasha se entrega sin preguntar, lo brinda todo, y vos esperás los domingos para ver en tu pantalla a la actriz que ganó tu corazón.

Desde el sofá cama, ponés pausa al video, apagás el televisor y te dirigís al baño, donde el espejo es una amenaza que descubrirá tu verdadero rostro, el único que tenés, el de la derrota; con la mirada en la pileta exprimís la pasta dentífrica y te cepillás, técnica que mantiene prístinos los dientes y además, según Internet, ayuda a la vigilia, y eso es bueno porque no dormís hace tres noches, te mantenés despierto a base de pastillas y alcohol en un insoportable ciclo que incluye películas, series, videojuegos, café, Internet, jugos de fruta, bizcochitos y el suficiente desdén para que vuelvan las pastillas y el alcohol y luego el superfluo intento de dormir que siempre termina en una revuelta de sábanas y cubrecamas, de almohadas que no se acomodan y de pequeñas luces que encandilan.

Después de enjuagarte, a lo lejos escuchás el entorpecedor sonido de una llamada en tu teléfono; atendés y del otro lado alguien dice hola, ¿quién habla?, soy yo, soy Sasha Grey. Pensás que se te dio, y luego pensás que quizás sea una broma de tus amigos, pero Sasha lo desmiente, dice que está por llegar a tu departamento y que quiere estar con vos, que uno de tus amigos la contactó, que todos conocen tus fantasías y que ella quiere cumplirlas ahora mismo. Ante esas palabras, sólo atinás a decir que sí, que cómo no; ella corta sin despedirse.

Minutos después, cuando estás a punto de meterte en la ducha, suena el timbre y de a poco te acercás a la puerta; desde la mirilla ves a Sasha con un vestido de látex, botas de cuero y un látigo en la mano, el mismo con el que te infligirá dolor y placer, el que te dejará marcas en la piel y en el alma, imborrables recuerdos que compartirás con tus amigos y luego, ya retirado, con tus nietos. Ahora, en cambio, con una actriz porno en tu departamento la vida cierra las ventanas para dejarte ciego. Entonces Sasha te besa, toma tu cuello y te vuelve a besar; luego te pega con el látigo, dice maldito estúpido, te da otro beso y te saca la remera para besarte los pezones y descender hasta la altura de tu pene que, milagro del amor, está más erecto que nunca, que late pero no tiembla y que se desplaza una y otra vez hasta el fondo de la garganta de Sasha.

Luego, en la cama, las piernas y la cola de Sasha parecen fabricadas por el dios que existía antes de las religiones. La penetrás y ella dice más fuerte, te pega con el látigo y dice así, muy bien, seguí. A los quince minutos, con tus pómulos colorados y tu frente mojada por el sudor, tomás a Sasha del cabello para ubicarla en el piso. Ella se acomoda, tira su cabeza hacia atrás para que eyacules en su boca, y luego, ante tu demora, la vuelve a levantar para mirar a la cámara y decir dame todo acá, lo necesito ya mismo, mientras le guiña el ojo a alguien que no sos vos.