Un pequeño y escondido bar en Lavalle 345 funcionó y sirvió para lo que sería la fiesta erótica y temática del año. Para quienes no están enterados, que calculo son muchos, la Wide Night es un evento que sucede por tercera vez y que busca generarse como una fiesta usual, una vez por mes.

Ese lugar, me contaron, antes era un banco. Cuando una de las organizadoras me llevó a recorrer el local terminamos en una bodega que fue donde se escucharía, después, los relatos eróticos de varios escritores contemporáneos (Julieta Habif, Juan Sklar, entre otros) que te rompen los sesos.

Luces, humo, tragos afrodisíacos, canciones a tono, pista de baile, fotos sugerentes, artistas en escena y ganas de pasarla bien. Todo estuvo dado, organizado y preparado para que el público de la fiesta viva algo distinto. Tarot. Juegos interactivos y sensoriales que te llamaban a ver, escuchar y tocar algunas de las partes más íntimas de cada uno de nosotros y auriculares portátiles que, si te los ponías, saltabas directamente a otro lugar, con otro ritmo y otra sinfonía para dejarte necesariamente aislado.

Y cuando creías que venía lo mejor, no vino nada más. Eso fue todo. En el ambiente había ganas, se notaba. Cada vez que aparecía un intento de teta al aire, todos nos poníamos como locos. Cogoteando buscábamos el foco, ese pezón que nos encante, una lengua que nos invite. Algo. Pero no. Nada sucedió, salvo una linda muchacha a quien contrataron para pasear un poco en bolas por el salón (y el "un poco" es porque, cual años 90, le cubrieron el pecho con body paint).

La noche, que fue una gran noche, no sucedió maravillosa por la fiesta sino porque me senté cerca de dos fotógrafos geniales. Javier exponía, Natalia lo acompañaba y, juntos, me ayudaron a no irme con una crónica corta y mala onda. Pero no estuvimos solos, a eso de las diez de la noche cayó un sexólogo que entrevisté una vez, con su novia. Venían porque yo había publicado el evento en Facebook y les dio curiosidad. Aunque la idea inicial era irnos en quince minutos a comer una fugazzeta aceitosa y contundente por alguna pizzería por Av. Corrientes, nos quedamos un rato más.

Bailamos un poco, nos volvimos a pseudo excitar por un desnudo que no sucedió y, cuando creía que todo se había pausado en insatisfacción, Natalia, sin mucho anuncio, agarró un hielo de un vaso y se lo metió en la bombacha. "Probá", me dijo. "Se siente bien". Y ya estábamos ahí, así que me metí un hielo en la concha. Duré poco, no soporté el frío pero la sensación no estuvo mal. "Te digo un truco. Si metés agua en un preservativo y eso lo ponés en el frezzer, cuando se congela tenés un consolador helado para disfrutar", me dijo la mujer del sexólogo. Y aunque yo ahora me niegue a meterme más cosas heladas por mis agujeros, me pareció un buen dato.

Nosotros después nos fuimos a por nuestra fugazetta, que terminó siendo un combo de una hamburguesería que no nombraré porque no es PNT. Y mientras masticaba una papa, los fotógrafos me preguntaron muy curiosos qué mierda iba a poner en la nota. Y la verdad es que no sé si puse lo que pensé que iba a poner, tampoco lo que me hubiera gustado, pero alguien tenía que contarte qué sucede ahí, en donde dicen que pasan muchas cosas y, tal vez, te estén mintiendo un poquito.

Habrá que ver la próxima, habrá que ver si se animan a tocar, al menos de cerca, esa delgada línea que recorre con sutileza los bordes entre el temido porno y el tan avergonzado erotismo.