No podía dormir. No había manera ni Netflix ni libro que la haga cerrar los ojos. En lo único que pensaba hace días era en su lengua. En sus movimientos ondulantes, en su mordida. Era un martirio toda su anatomía y no se lo podía sacar de encima desde el viernes a la tarde, cuando en el medio de la calle la arrincono contra la pared y le partió la boca, regalándole irrespetuoso un beso húmedo, lleno de todo él y de su contundencia. La pared que le dolía en la espalda, el pecho que se le salía del cuerpo, la dura suavidad de su labio inferior. Su aliento, pesado y envolvente la atrapó y no la soltaba. Casi ahogada, casi rebalsada de hormonas, recordó cómo una de sus manos acarició con firmeza una de sus tetas hinchadas de ganas, ahí, en esa esquina llena de gente que no importaba. Pero basta. Voy a leer, pensó. Abrió el libro y mientras Kundera le explicaba lo difícil que es vivir en pareja, un bulto, latente y rígido, apareció en sus ideas sin pedir permiso y ya no pudo, otra vez, volver a la lectura.

Tengo que llamarlo, tengo que escribirle. Pero no. No tengo. Hay que aguantar porque si sabe que me muero por sentirlo adentro ya no va a querer tanto estar adentro. Somos así. Pelotudos. Insoportables. Histéricamente infumables. No voy a llamarlo. Sólo quiero ver si está online. Abrió Whatsapp y sí, ahí estaba. En línea. Ininmutable, silencioso, presente pero no. Ay. Está en linea. La puta madre me quiero morir, no le voy a escribir, sólo me voy a quedar acá, quietita. Dale. Hablame. Hablame.

Esos segundos en los que tanto él como ella estuvieron mirándose a través de una pantalla sin verse siquiera, fueron suficientes para hacerla enloquecer. Necesito tenerte encima, escribió rápido y súper convencida. Lo estaba por enviar cuando él dejó de estar el línea y ella se sintió una estúpida. Es inevitable sentirte una tonta cuando estás así, llena de ganas de coger, sabés con quién, sabés que sí pero también sabés que no. Porque ese juego, el de la conquista, nos parte la cabeza en mil millones de 'elige tu propia aventura' que no te llevan a ningún lado porque sólo una opción es la que sucede y, en general, no es justamente la que elegiste vos. Ser presa o cazadora, tener el poder o dárselo por completo en forma de pelvis empapada, tetas redondas y duras esperando a ser chupadas. No sé. Qué vida de mierda. Voy a esperar, sentenció.

Desde su celular entró a Youporn y se sitió satisfecha por su decisión, esperar pero no desesperar. Tocarse pensándolo sin que él lo sepa era una buena estrategia para sacarse de la boca el gusto a lo no resuelto. Le dio click a la solapa Amateurs y dale que va, dijo, si con ésto no me duermo, voy a tener que llamarlo y mandarlo a la concha de la lora. Al principio se tocó despacio, empezó por sus tetas y jugó un poco con su panza, como si la mano que la tocaba no fuera la propia. Su imaginación estaba en un buen momento así que aprovechó y se metió dos dedos de una sola movida y se quedó quieta y así, ondulada y erizada por su propia fuerza. Cuando empezó a mover despacio la muñeca sintió la necesidad de un dedo más. Mojadísima y dilatada lo hizo. En una explosión de necesidad empezó a pajearse mientras sentía cómo su saliva se calentaba lenta y espesa. Los pezones parados ayudaban a sentir más piel que antes y en el momento en el que quiso llegar porque ya sabía el camino, cuando él la presionaba contra la pared en ese beso con esa lengua y ese bulto, sonó su celular. Era el ruidito de Watsapp. Cortó, no pudo. Lo odió porque seguramente no era él, pero sus ganas de que fuera él la habían interrumpido de acabar con él. Entonces lo insultó mientras se limpiaba la mano con la remera y agarraba el celular. Era una amiga, de esas que no son tan amigas pero sí lo suficiente como para mandarte un mensaje a esa hora. El mensaje era una cadena de oración y así su calentura bajó diez pisos de golpe.

Cerró Youporn, se acomodó el pijama y cerró los ojos. Se durmió con la boca llena de gusto a nada.

Foto: Jean-Philippe Piter.