En la década del 50 se inventó el botón de snooze para los relojes despertadores que ya tenían estandarizado un ciclos de 10 minutos.

Por lo que la nueva función, la posibilidad de aplazar la alarma, debía tener más o menos de 10 minutos, así fue como arbitrariamente se eligió que volviera a sonar a los 9 minutos de silenciada. 

Si bien hay expertos que argumentan que a los 10 minutos se entra a la etapa más profunda de sueño, los 9 minutos vendrían a "salvarnos" de quedarnos completamente dormidos; aunque parece que esta afirmación no es una real garantía. Otra de las hipótesis es que los diez minutos suponen una barrera psicológica. 

Aunque en lo que sí coinciden los especialistas es que al pulsar el botón de snooze lo que estamos haciendo es reajustar el ciclo del sueño en el cerebro una y otra vez; provocando una especie de inercia que no nos permite el descanso ni tampoco nos ayuda a despertarnos.