Ya no sorprende, casi que responde a la lógica del personaje. Cuando Baby Etchecopar se pone frente a un micrófono baja la banderita como los taxistas y comienza a facturar con su destilado de odio hacia el peronismo, la izquierda, la revolución feminista, las organizaciones sociales, y todo aquello que el votante promedio de derecha detesta.

Pero lo que intriga es lo que sucede del otro lado de la pantalla, con aquel televidente que se alimenta a diario con su ración de bronca hacia un sector de la sociedad con el que necesariamente debe convivir.

Jujuy es un caso testigo de lo que puede ser el país en los próximos años si se sigue profundizando en ensanchar la grieta y se justifica reprimir, detener ilegalmente y disparar a los ojos como se está haciendo en esa provincia.