“Soy un insignificante periodista antikircherista. Y aún más: soy un minúsculo antiperonista  y un exiguo antilatinoamericanista. Y un anticristinista liliputiense. Confieso que odio más que el odio y que miento más que la mentira. Ejerzo el periodismo- o un género símil degradado, fútil y mínimo- como un pedófilo podría ejercer como maestro infantil o un mercenario falsea luchar en el bando de sus sentimientos patrióticos. Soy ínfimo sí. Pero consigo  falsear mi imagen desde un espejo grande.

Y eso causa el efecto deformante y desproporcionado que engaña a algunos igualmente insignificantes dispuestos al engaño. Escribo y hablo con la impostación de la impostura ética. Cuando me escucho me resueno más sonoramente insignificante. Mi temeridad desvergonzada me incita a inventarme la insolencia de querer ser lo insignificante importante que no soy y hacérselo creer a mis oyentes y lectores cautivos de la misma superchería.

Todo esto- el ridículo, el grotesco, la insidia y ¡Dios mío! la papalogía ignorante- me lo permite mi insignificancia insignificante.

Que nadie me perdone. Porque por más daño que aspire a hacer solo me sale una inocuidad insignificante.