¿Respirar a través de los barbijos o asistidos por un respirador? Respirar o no respirar, esa es la cuestión fundamental. Es decir, la vida. Está el cuerpo y sus posibles achaques, pero también el campo mental que está resentido de inhalar todo el tiempo la toxicidad ambiental, la suma de todas las negatividades y de todos los miedos que acechan. Respiramos noticias tristes y mensajes tóxicos. Nuestro cerebro está sembrado de coronavirus, peste, enfermedad, contagios y muertes. Respiramos incierto mañana. Inhalamos temores. Exhalamos broncas. Respiramos dudas y emanamos coraje para seguir en la lucha. El aire es la vida. No hay vida sin oxígeno. Pero también está la falta de aire mental. Las angosturas emocionales. Los suspiros entrecortados por la angustia. La falta de aire en el encierro del vacío existencial. El ahogo de los problemas, de la vida que no es tan bella. Nada más duro que los pulmones sin aire, que los fuelles reventados por el coronavirus. Por eso tenemos que resistir, seguir respirando paciencia; respirar para seguir vivos. Cuando aparezca el enojo, el odio o el hartazgo, inhalar, retener, exhalar, repetir varias veces ese ejercicio que nos liga a la vida. Pensar solo en el milagro de estar vivos. Soplar fuerte, alejar las nubes tóxicas que cubren el cielo azul. Respirar. Sí, respirar, cuando nos aceche el desasosiego, solo respirar. Hinchar los pulmones de existencia. Poblar el cuerpo de oxígeno. Airear los pasillos mentales. Ventilar las emociones. Abrir todas las ventanas y asomarnos al ayer, o contemplarnos en el camino que va hacia el futuro, porque si respiramos aún podemos diseñar un mañana mejor.