Cuando Máximo Kirchner dio por finalizado el acto y saludó a la multitud con el brazo en alto y los ojos humedecidos, nosotros, la militancia, nos abrazamos con los compañeros. Con unos, y otros. La emoción nos había sacudido, y mientras sonaban las guitarras del Indio Solari comprobamos que muchos se estaban secando con el dorso de la mano las lágrimas que habían surcado sus caras felices.

En el campo de juego, un compañero con el que hicimos contacto visual por encima de la alfombra de cabezas, hizo la V con los dedos de la mano derecha, y con la izquierda se golpeó el corazón. Alguien había tomado la decisión de que no se llevasen cañas para elevar las banderas, y de ese modo se pudiese apreciar -en especial los lentes de las cámaras- el compacto mar de militantes que había copado el campo de juego del “Diego Armando Maradona”. Luego señaló el escenario. La transmisión seguía sobre la figura de Máximo, que se recortaba entre varios cuerpos y un hormiguero de brazos que pujaban por saludarlo y brindarle cariño.

Para nosotros la jornada había arrancado a las doce del mediodía, cuando nos juntamos a comer unas hamburguesas en la Unidad Básica “Compañero Néstor Kirchner” de la calle Fragata Sarmiento, en La Paternal. El fuego se encendió contra el cordón de la vereda. Sobre una mesa plástico se pusieron  las bebidas y los condimentos. Desde adentro del pequeño local, llegaban los acordes Testosterona, de la Bersuit. Había compañeros de varias Básicas de la comuna. Grandes y chicos, con las remeras, banderas, paraguas y redoblantes, iríamos a pie hacia el estadio.

El cielo estaba cargado de nubes que auguraban tormenta. Durante unas doce cuadras paseamos nuestra pertenencia, y alegría, frente a la mirada de un barrio que si bien estaba ajeno al acto, asumía nuestra existencia como actor político en el barrio, y miraba con asombro cómo nuestra organización le cambiaba el pulso habitual a la zona. Muchos de ellos saludaron, con los brazos, y las bocinas.

En el camino nos cruzamos con otras columnas de compañeros que llegaban desde otros barrios de la ciudad, o la provincia de Buenos Aires. Recordé un escrache que habíamos hecho en la zona con los HIJOS, a finales de los noventa. Éramos menos, pero teníamos las mismas ganas y objetivos, a pesar de que la política en aquel tiempo no tenía aceptación y que el Estado Nacional era nuestro enemigo.

Gruesas y ruidosas columnas de compañeros llegaban por la avenida Boyacá, desde Juan B. Justo. A muchos los conocíamos de otros actos, plenarios, jornadas solidarias, talleres, y otras actividades. Venían de los barrios, junto a los vecinos, pero también de las universidades, los secundarios y el frente de profesionales. Los vecinos se asomaban por las ventanas, o balcones. Algunos preferían formar parte de la fiesta en la puerta de sus casas bajas, en chancletas y musculosa. Los gruesos plátanos de la zona pronunciaban la sombra de un día gris.

En el cruce con la calle Juan Agustín García el ingreso al estadio se taponó. Éramos cientos, quizá miles, ansiosos por entrar a la cancha. Cada comuna, ordenada por sus referentes, esperaba el turno para ingresar. Se mezclaban las directivas con el compás de los bombos y los gritos de vendedores ambulantes que ofrecían hamburguesas, choripanes, pan casero, garapiñada, coca, cerveza fría y ferné.

Hubo algunos empujones cuando se armó un culo de botella en la puerta del ingreso a la cabecera. Allí, bajo la oscuridad de las gradas y el olor a humedad, se caldearon los ánimos. Había muchas madres con chicos en brazos, pero los compañeros de organización, que ya tienen experiencia, se ocuparon, con los brazos en alto, y algunos gritos, de que no hubiese ningún problema.

El escenario ocupaba todo el ancho del arco que da a la calle San Blas. La gráfica del evento –con el concepto central condensado en la idea de lo Irreversible de las conquistas políticas de la última década- coronaba el escenario. Dos pantallas led de cada lado. Y en el centro, unas doce gradas de veinte metros de largo, que serían ocupadas, durante el acto, con referentes de La Cámpora de todo el país. A nivel organización, nada que envidiarle a cualquier evento que logra juntar a cuarenta mil personas.

Las plateas de la calle Gavilán estaban copadas por los compañeros que habían llegado del interior del país. Enormes banderas colgaban de las barandas. Ellos sí tenían cañas, y flameadoras. Enfrente, la popular estaba copada por provincia de Buenos Aires, y también una parte de la CABA, en especial, “la barra”, desde la que bajaban las canciones. Compañeros subidos a los para avalanchas, que se agarraban a unas bandearas que iban desde lo más alto de la tribuna, hasta el alambrado, veinte trompetistas, y una docena de bombos y redoblantes. Agitaron durante todo el acto. En el campo, los militantes de la CABA.

Antes de que tomase la palabra Máximo se transmitieron un par de videos. En uno de ellos se repasó parte de las operaciones políticas que el sistema de medios opositor viene realizado en contra de La Cámpora, ya sea en gráfica, radio o televisión, de la mano de sus comunicadores estrellas como Marcelo Bonelli, Eduardo Van Der Kooy o Alfredo Leuco. Como “respuesta a la gilada”, los organizadores nombraron a cada uno de los cien compañeros que ocuparon las gradas del escenario, militantes anónimos que hacen política en sus ámbitos, a lo largo y ancho del país.

Luego, Máximo nos embriagaría el corazón. Nos reafirmaría que estamos en el camino correcto, construyendo un proyecto político más allá de los procesos electorales.

Ni bien terminó el acto, una conmovida compañera me dijo que hacía bastante tiempo que no se iba a casa con tanto entusiasmo. “Es una inyección anímica”. Otro contó que el hijo de Néstor y Cristina era tan humilde y lúcido como imaginaba. Otros tres comentaban que había sido como verlo a Néstor.

Máximo mencionó a su padre varias veces durante su discurso. Lo vimos otras tantas en los videos que se transmitieron durante el acto. Se lo menciona en gran parte del cancionero. Está tatuado en los brazos de muchos. Pero verlo ayer, en la fisonomía y en las ideas que conformaron el discurso de su hijo mayor, fue conmovedor.

Perseguimos sueños, dijo Máximo. Los mismos de muchos de nuestros padres, y tantos otros. Los mismos de los que habló Néstor el día que asumió su Presidencia. Los mismos que hoy ya son realidad y por los que militamos en cualquier día y lugar, más allá del rol que nos toque asumir.