Faltaban unos minutos para las doce del mediodía cuando un grupo de militantes con pecheras rojas comenzaron a enrollar las largas banderas que a lo largo de más de tres días habían decorado la muralla de rejas con la que la Policía Federal le roba a la Plaza de Mayo casi un tercio de su extensión cada vez que hay un acto o movilización. El cielo estaba cubierto de nubes y una fresca correntada de viento obligaba a los ocupantes a subirse el cierre de la campera, frotarse las manos, o chupar un mate lavado. En las precarias cocinas que las mujeres montaron alrededor de algunas de las treinta carpas de tipo iglú que había diseminadas en los canteros y sobre las baldozas, todavía quedaba alguna torta frita caliente. Algunos chicos pateaban una pelota de goma. En el escenario, los locutores de la protesta se aprestaban para anunciar que las organizaciones sociales habían logrado un preacuerdo y que era hora de volver a casa.

Paola había llegado hasta allí de la mano del Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón. Vive y milita en Florencia Varela. Es una de las tantas beneficiarias de los programas Argentina Trabaja y Ellas Hacen, lanzados por la gestión anterior para atender las necesidades de los más humildes (y promover la organización a través de la participación en cooperativas). Viste zapatillas de lona, jogging negro, una campera de nylon y un pañuelo al cuello. Está muy cansada. Se le nota en las bolsas que le cuelgan debajo de los ojos negros. Aclara que no durmió allí, al igual que el resto de las mujeres y los chicos, pero que durante el día no se movieron de allí. Cuenta que la Alianza Cambiemos congeló en 3.500 pesos el haber mensual del Programa. “Es una vergüenza, con eso no podemos vivir”, subraya, y agrega que el resto de dinero que necesita para alimentar y vestir a su hija de siete años lo debe conseguir por medio de changas. “Pero la actividad en el barrio se vino abajo. No hay laburo, ni formal ni informal”. ¿Confía que los de la Rosada les den respuestas? “Nosotros creemos en el diálogo como primera instancia. Sino, plan de lucha con cortes y acampes. La respuesta al ajuste debe ser la lucha en la calle”.

Fuera de la zona de la pirámide de Mayo, atravesada por la imagen que imponen las carpas, gacebos, el escenario, las ollas populares, las banderas y sus consignas, y los hombres y mujeres de la zona sur de la provincia de Buenos Aires con su piel oscura y sus críos a cuestas, el día laboral transcurre con su indiferencia habitual. Los oficinistas atraviesan la plaza, los vendedores de maní y prendedores patrios elevan la voz, los contingentes de estudiantes primarios y secundarios visitan la Catedral o el Cabildo, los turistas sacan fotos. Pero el conflicto está ahí, a la vista de todos. Según informó hace unos días el Centro de Economía Popular de la Argentina (CEPA), en agosto pasado se realizaron casi 250 protestas laborales, lo que equivale a un 70 por ciento más que las del mes anterior. La más importante quizá haya sido la reeditada Marcha Federal, convocada por la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). La otra gran central de trabajadores, la CGT ahora reunificada, sigue dilatando su primera medida de fuerza contra un gobierno que hasta un nene de diez años se da cuenta que va en contra de los intereses de los trabajadores.

Mientras las doñas barren las baldozas y ponen la basura de tres días de campamento en bolsas negras de residuo, Marianela Navarro, referente de la Asociación Gremial de Trabajadores Cooperativos Autogestionados y Precarizados (AGTCAP), y una de las caras más visibles de los organizaciones del acampe frente a los medios de comunicación, habla frente al celular que le pone frente al rostro un cronista de un medio comunitario. “Vamos en vivo en Facebook”, le explica, y le pregunta si se van porque les habían dado respuestas a sus reclamos. “Sólo en parte”, dice ella, y explica que levantan el acampe “como muestra de voluntad”, a cambio de la promesa oficial de darles empleo registrado a través de la cartera nacional de trabajo, una vez que se vuelvan a reunir, la semana siguiente. A ella le queda un hilo de voz, y entre los dedos de la mano izquierda aferra la última parte de un sándwich de salame y queso. Es notable su parecido con Milagro Sala. Dado el contexto nacional, ¿creés posible una unidad en la acción junto al resto de las organizaciones del campo nacional y popular? “Me parece que no queda otra. Nosotros somos de la izquierda, y casi no tenemos puntos de contacto con el kirchnerismo, pero nos encontramos en la calle todos juntos o se llevan puesto al país y a todos nosotros, los pobres”. Es notable su parecido con Milagro Sala. Mismo color de piel, altura, y pelo negro con flequillo.

Antes de irse, se despide con un agradecimiento. Sabe que visibilizar la protesta es uno de los objetivos con los que se llegó a la plaza. Sabe, también, que a tipos como Macri o Peña el único modo de obligarlos a negociar una salida política es con carpas y ollas populares en la jeta de todos.